La ciudad como utopía. Sebastián Salazar Bondy

La ciudad como utopía - Sebastián Salazar Bondy


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la ciudad que desdice las versiones oficiales impuestas por la historiografía y reivindica el derecho de sus primeros habitantes indígenas a ser incluidos en el proyecto y destino de la misma. Hay en ello, ciertamente, no solo un intento por redefinir lo “limeño” sino, en última instancia, un modo distinto de concebir “lo peruano” y, por extensión, el concepto de “nación”, pues resulta evidente que –tal como se subraya, por ejemplo, en el artículo “La ciudad que semeja al país”– los problemas de la urbe reproducen los propios de la sociedad peruana en su conjunto. En tal sentido, contrariamente a lo que se ha subrayado en varias oportunidades sobre la visión de la ciudad que ofrece en su ensayo Lima la horrible, Salazar Bondy es plenamente consciente del proceso de mestizaje y los cambios sociales que aquella está atravesando y reconoce en ello una marca de futuro21:

      En Lima, en los coliseos, se puede medir el grado de amestizamiento peruano. Los que aquí viven y bajo la carpa se divierten son de sus viejos y lejanos pueblos y son al mismo tiempo de la ciudad. Como en el Mambo de Machaguay, precisamente, en el cual se compenetran el oscuro río de la raza de bronce y el aluvión incoloro y cosmopolita que se vierte por las laderas de la vida urbana. Esa suma, mientras se haga bajo el signo indígena, será obligatoriamente peruana. Tendrá el sabor de la tierruca, de la patria varia y, sin embargo, una. (“El coliseo, laboratorio de mestizaje”)

      (…) no es audaz pronosticar que en los coliseos se cumple ese proceso de interculturación que es característico del Perú contemporáneo, gracias al cual la blanca Lima se indianiza y el país rural y quechua se proyecta a la urbe hispánica. (“Los traficantes de un sueño”)

      Por otra parte, en los textos sobre la fundación de Lima, Salazar Bondy introduce a través de la mirada del conquistador –en este caso, el propio Francisco Pizarro– la visión del futuro de la ciudad:

      La pupila del guerrero, antes de la ceremonia misma, antes de las actas y de las firmas de notarios y testigos, fundó la ciudad. Quizá sí, al conjuro de un vertiginoso sueño, vio el trujillano el futuro de la ciudad que, al pie de la murmurante corriente, habría de surgir. Entre los nubarrones de su visión, entre la penumbra de su videncia, es probable que aquel aventurero extremeño presintiera el destino del caserío de barro. (“Fundación”)

      Esta mirada coincide plenamente con las formulaciones del crítico Ángel Rama con respecto al sentido del acto fundacional de las ciudades en América:

      La traslación del orden social a una realidad física, en el caso de la fundación de las ciudades, implicaba el previo diseño urbanístico mediante los lenguajes simbólicos de la cultura sujetos a concepción racional. Pero a esta se le exigía que además de componer un diseño, previera un futuro. De hecho el diseño debía ser orientado por el resultado que se habría de obtener en el futuro, según el texto real dice explícitamente22. (p. 6)

      En este sentido, en la mirada del guerrero que funda la ciudad ya están asimilados los “lenguajes simbólicos de la cultura” a los que se refiere Rama, entre los cuales merecerá particular atención el de las matemáticas que, aplicado al espacio geográfico, dará como resultado el diseño del damero23.

      Por otra parte, en el acto fundacional que describe el cronista –del cual también participan los “guerreros”– se inscribe un modelo de ciudad según el cual la polis se constituye en hito desde donde se inicia la propagación de la civilización europea:

      Los guerreros holgaban y su jefe presidía aquella paz, vigilante, sin embargo, de cualquier peligro. El Nuevo Mundo, el paraíso perdido y recuperado, lentamente adquiría la faz del universo conocido. La cruz en el topo de las iglesias hablaba de la nueva fe y las campanas eran las voces que convocaban a los hombres en torno al altar del sacrificio. Cada ciudad que surgía era un matiz más del orbe descubierto en el camino hacia el confín de la tierra. (“Fundación”)

      La primera sección del volumen incluye, además, un conjunto de crónicas (cinco en total) que recogen los resultados de una publicación de mediados de los años cincuenta realizada por la ya desaparecida Oficina Nacional de Planeamiento y Urbanismo, titulada “Lima Metropolitana. Algunos aspectos de su expediente urbano y soluciones parciales varias”. Implícitamente, el comentario a estos textos demuestra la conciencia del cronista de la necesidad de integrar en el proyecto de modernización de la ciudad los aportes del urbanismo, esto es, la participación en su desarrollo de una clase de profesionales cuyo aporte resulta fundamental para hacer del espacio urbano un espacio viable. Agrupados junto a aquellos otros textos en los que intenta reformular los orígenes de la urbe moderna, Salazar Bondy esboza un perfil sumamente ambicioso de lo que significa la ciudad. A diferencia de la producción tanto de historiadores como literatos que se habían abocado hasta entonces a la representación de Lima –cuyo testimonio recogerá extensivamente en Lima la horrible–, inmerso en aquellos otros testimonios que brindan las cifras y estadísticas de los tecnócratas, el cronista está en condiciones de comprender de una manera más integral la complejidad del fenómeno urbano. En tal sentido, se coloca en una posición privilegiada que le permite –tal como se demuestra en las crónicas agrupadas en las demás secciones del volumen–, abordar la problemática urbana atravesando su complejo entramado social adoptando una mirada tanto ética como política, histórica como económica e, inclusive, antropológica como estética.

      A lo largo de las numerosas crónicas que integran la segunda sección –“El patrimonio nacional: una mercancía?”–, Salazar Bondy asume la defensa del capital cultural que representan para la ciudad plazas, plazuelas, iglesias, monumentos, obras de arte y otros testimonios de su historia y arraigo ancestral. Enfrentado al pretendido “progresismo” de algunos de sus adversarios, el cronista se defiende en repetidas ocasiones incidiendo en la necesidad de integrar el pasado y el presente de la ciudad y, con ello, posibilitar la transmisión a las nuevas generaciones del legado de la tradición:

      No es el caso, como alguien alguna vez se lo insinuó a quien esto escribe, que la oposición al apetito demoledor suponga adhesión y deseo de conservar todo lo que Lima tiene de vejez y pobreza. Hay en la ciudad, es cierto, mucho de feo y sucio, mucho de triste y miserable. Pero el problema parte precisamente del hecho indiscutible de que los “progresistas” eligen para levantar sus ostentosos edificios solo aquellos lugares que son ocupados por reliquias y monumentos representativos. (“El alud y el escarbadientes”)

      No defendemos balcones apolillados. Que esos caigan en buena hora. Defendemos otra cosa: esa verdad que se expresa en trazos incaicos e hispánicos, en huacos precolombinos y lienzos coloniales, en la palabra de Garcilaso y de Vallejo. Claro que los idólatras del hormigón no podrán borrar esa herencia, por más brutales que sean en su fobia hacia los restos del pasado, pero el deber de todos aquellos que entienden que una nación es siempre la adición parsimoniosa de los borradores sucesivos de un proyecto vital es conservar un patrimonio, enriquecerlo en la medida de sus medios y brindarlo a los que vienen como algo aún imperfecto y perfectible. (“Balcones apolillados y tradición”)

      Estos pasajes –y otros más pertenecientes a esta sección– son testimonio y síntoma de la importancia que representaba en la época la discusión y debate acerca del perfil urbanístico que debía adoptar una ciudad que, por su naturaleza histórica, estaba a un tiempo unida a un pasado colonial –y no olvidemos, también precolombino– y, por otro, urgida por las necesidades de un presente inmediato y tangible. La prueba de que este debate podía, en algunos casos, conducir a soluciones viables y adecuadas queda demostrada en una crónica en la que Salazar Bondy reconoce el acierto de la gestión del alcalde Luis Larco en la remodelación de la Plazuela de San Francisco:

      En exceso gentil y generoso es el gesto del alcalde de Lima, Sr. Luis Larco, de invitar a este cronista a su despacho para solicitarle su opinión sobre las excelentes reformas que se están realizando en la Plazuela de San Francisco. La obra se ha concebido con un criterio tan justo y son tan apropiadas las ideas de restauración que en ese rincón limeño se han aplicado, que solo cabe al periodista estampar aquí la felicitación que personalmente expresó al jefe de la comuna. (“Gratitud a un gesto”)

      La singular anécdota narrada por el cronista no solo demuestra la posibilidad


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