Arriva Italia. Marcos Pereda

Arriva Italia - Marcos Pereda


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que el mismo decoro no permite reproducirlas…

      Bartali es el hombre de moda, el ciclista preferido por todos, pero dos sombras nublan su porvenir. La primera es una desgracia: nueve días después de su victoria en el Giro, su hermano pequeño Giulio, también ciclista, fallece tras sufrir un accidente en carrera. El golpe es tremendo para Gino, que cae en una profunda depresión y quiere abandonar el ciclismo. No lo hará, pero habría de recordar siempre, siempre, a su compañero de entrenamientos, a su amado sosias. Para honrarle decide construir un pequeño panteón familiar en el cementerio de Ponte a Ema. A bendecirlo acude nada menos que el arzobispo de Florencia, Elia Dalla Costa, quien volverá a aparecer más adelante en nuestro relato. Valga decir ahora que empieza aquí una relación de amistad con Gino que durará hasta su muerte.

      La otra amenaza a Gino Bartali es, quizá, más sutil. Y es que el régimen fascista no tarda en querer apropiarse de los éxitos del joven campeón. El problema es que Bartali no es fascista, nunca lo ha sido y nunca lo será. Su padre fue militante del socialismo, y trabajaba en la fábrica del famoso Gaetano Pilati, que había sido asesinado por camicie nere en 1925. Pero no importa, el Estado desea a Gino.

      Mussolini decía de sí mismo que era el «primer deportista de Italia», y los fascistas encontraron en el deporte una caja de resonancia internacional magnífica para exhibir su supuesta superioridad física, educativa y moral. Para la cultura del régimen los deportistas no eran solamente atletas, sino «embajadores azules» que cargaban con la responsabilidad de conseguir acciones gloriosas sobre la cancha, en el ring, o encima de una bicicleta, con las que derrotar a los poderosos representantes de otras naciones. Una medalla de oro o una victoria en el Tour de Francia se consideraba «más valiosa que miles de actos diplomáticos a la hora de celebrar la grandeza del régimen». En este contexto el Fascio no solamente invadía el día a día del campeón (los mismos planes de entrenamiento debían de adecuarse a aquellos «avances científicos que ha logrado el fascismo»), también aprovechaba sus éxitos (e incluso algunas de sus desgracias) para dibujar un lienzo adecuado que mostrar al mundo. Un lienzo con el cual Gino Bartali no estaba de acuerdo.

      Desde un primer momento, el toscano se muestra renuente ante los fascistas. Se niega, se negará siempre, a ponerse la camisa negra, se niega a hacer declaraciones altisonantes, incluso utiliza un lenguaje en sus apariciones públicas muy alejado de la retórica propia del régimen. No, Bartali habla, más bien, como el seminarista que nunca llegó a ser. La muerte de su hermano lo sume en una profunda crisis existencial de la que ha salido gracias a la fe en la Iglesia católica, y todos saben que sus posiciones políticas están igualmente con lo que acabará siendo, pasados los años, la Democracia Cristiana. Y es que aunque en aquel momento la Iglesia no está frontalmente enfrentada al fascismo, sí que se muestra bastante distante de algunos de sus postulados, como la exaltación de la violencia, la virilidad exacerbada y cierto gusto por la simbología pagana. Así, muchos ven en el catolicismo una forma «amable» de oponerse a Benito. En este contexto, periodistas católicos tomarán la figura del toscano como la del buen «atleta cristiano», y en aquella caracterización sí se sentía cómodo. De forma casi espontanea, en las iglesias de toda Italia empieza a aparecer una pintada que los sacerdotes tardan más de la cuenta en borrar, Arriva Bartali. Toda una declaración de esperanza en un futuro distinto. Gino nunca dirá que es fascista, jamás. Soy católico. Ese es su lema.

      El régimen intenta pasar esto por alto. No es que nuestro nuevo campeón se nos haya hecho comunista, debieron pensar. En lugar de marcar su fervor católico diremos que es piadoso, que tampoco parezca una viuda meapilas, no vaya a ser que toda nuestra propaganda machista basada en la virilidad del Fascio se nos venga abajo cuando comprobemos que el más fuerte de los italianos en realidad acude a misa cada mañana. Pero, con todo, la animadversión se hace patente, y es apenas disimulada en periódicos afines a Mussolini. Cuando, febrero de 1937, Bartali es sorprendido por una tormenta de nieve mientras entrena y cae enfermo con una severa neumonía (dolencia que en la época bien podía acabar teniendo resultado fatal) cierto sector de la prensa insinuará que el corredor se ha «aburguesado» y que por eso apenas sale de casa a entrenar o competir…

      Para el año 1937 Gino Bartali se ha propuesto lograr lo que jamás ciclista alguno ha conseguido: triunfar en el Giro de Italia y el Tour de Francia el mismo año. Los jerarcas del Fascio se frotan las manos: una victoria de «su» chico en suelo francés podría ser la mejor manera de mostrar poderío al mundo. Ya se encargarían después de hacer parecer al joven más fascista de lo que era. Con esta idea en mente, Bartali afronta el Giro lleno de ilusión. Giro que, además, se ha decidido al fin a incluir los pasos dolomíticos en su menú, por lo que todo parecen buenas noticias para el mejor escalador de la prueba.

      Y lo cierto es que Bartali vence casi sin oposición, pese a que la concurrela es mejor que el año anterior, incluyendo un potente equipo belga en el que se encuentran Alfons Deloor, Antoine Digne y Alfons Scheppers, protagonistas de la primera Vuelta Ciclista a España, que venció el hermano del primero. Pero nada se podía oponer a un Gino desatado, que da tremendo golpe en la cronoescalada al Terminillo, pese a que la intensa nevada bajo la que se disputa le hace toser durante toda la subida (recuerdos de su neumonía primaveral) y provoca un agudo dolor en su pecho los días siguientes. Camino de Foggia vuelve a dar exhibición, escapando en la subida al pueblo de Ariano (sí, el mismo del que es originaria la televisiva familia de los Soprano), e imponiéndose en la etapa. Restaban aún otros dos numeritos al final de la carrera, domeñando por vez primera los pasos dolomíticos de Rolle y Falzarego para imponerse con relativa comodidad en Milán. Es su segundo Giro de Italia y aún no ha cumplido los 23 años. Toda una estrella, un Mozart del pedal. Francia lo espera.

      ¿Lo espera? Gino se resiste a confirmar su presencia en el Tour. El pecho vuelve a molestarle, e incluso tras el final de la Corsa Rosa ha debido encamarse unos días con algo de fiebre. Y, sobre todo, no le apetece ser punta de lanza para el régimen de Mussolini. Anhela la gloria de vencer en París, le llama la ambición, el espíritu inquebrantable del guerrero en bicicleta, pero no tiene ganas de que una hipotética exhibición sea utilizada para alabar las condiciones del fascismo. Así que se hace de rogar y mantiene silencio, incluso dejando caer en algunas entrevistas que está más cerca de renunciar al Tour que de tomar parte. Y sus enemigos, claro, contraatacan.

      Il Popolo d´Italia es periódico oficial del Fascio, fundado nada menos que por el Duce. Y desde sus páginas se intenta influir en Bartali de las formas más sutiles posibles. Dicen que en el Tour «es el honor de nuestro país lo que está en cuestión». Incluso, en un escandaloso artículo a menos de dos semanas de la ronda gala, se llega a leer una invectiva bélica que pone los pelos de punta: «un soldado que defiende su bandera abandona las trincheras, arriesgando su vida sin pensar en nada más que su Patria. Competir en Francia es una forma de defender nuestra bandera… Bartali está llamado a representar a nuestro deporte, nuestra juventud, nuestra fuerza, y todos nuestros ojos están puestos en él, aunque ahora mismo se diga indispuesto». Apareciendo donde apareció, este artículo puede considerarse poco menos que orden militar… debía ir a Francia. Tan solo doce días antes del comienzo del Tour, anunció que estaría en la salida de París.

      El Tour de 1937 fue, durante sus diez primeros días, el Tour de los totalitarismos. Cualquiera que repase hoy en día la clasificación jornada a jornada de la prueba podrá ver la esvástica nazi y la bandera transalpina con el escudo fascista repetidas por doquier. Efectivamente, Erich Bautz, un alemán, fue líder durante cinco etapas, y su testigo lo toma un transalpino. Alguien que, pese a todo, estaba lejos de considerarse afín a Mussolini. Uno a quien esas ideas acabarían alejando de Francia.

      Efectivamente, Gino Bartali.

      El joven Bartali había dado toda una exhibición subiendo el Galibier camino de Grenoble, y conquista el maillot amarillo. La prensa da por sentenciada la carrera. En L´Auto, periódico organizador, se lee que «Bartali nunca podría ser alcanzado… por el contrario, incrementará su ventaja en cada etapa montañosa». Su actuación ha sido apoteósica, imponente. Quizá el aislamiento italiano de la época había hecho que sus destrozos en el Giro pasaran casi desapercibidos para el resto del universo ciclista, pero aquel día se despejaron todas las dudas: Bartali era el mejor escalador del planeta, el corredor más fuerte, ese llamado por


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