Pedagogía y literatura: enseñar a pensar. Humberto Quiceno Castrillón

Pedagogía y literatura: enseñar a pensar - Humberto Quiceno Castrillón


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los Buendía, Aureliano, interpreta los manuscritos de Melquíades, lo que descubre su interpretación, es que los manuscritos tratan de la vida de los Buendía, de su vida en cien años. Todo lo que ocurrió y todo lo que sucedió, ya estaba escrito, antes que pasaran cien años. Que la escritura anteceda al tiempo, a todos los tiempos, quiere decir, que lo escrito está fuera del tiempo que viven los habitantes del pueblo, fuera de la vida y del mundo de la vida. La escritura es un exterior más profundo que todo exterior. Esa escritura exterior, y por fuera del tiempo de los hombres, entra un día a sus vidas, y al hacerlo, crea el tiempo y el espacio, con las cuales los hombres forman sus categorías de conocimiento, con el fin de poder reconocer los objetos y las cosas y, de este modo, tener consciencia y memoria de ellas y del trascurrir. Si el tiempo pasa es porque hay categorías que dividen el tiempo y el espacio, sin ellas, el tiempo no pasa o pasa lento, como si no pasara. Eso nos pasa en el campo, en el bosque, allí no pasa el tiempo y no nos orientamos en el espacio, porque el bosque nos quita la conciencia del tiempo, al hacernos olvidar las categorías o las formas de las cosas.

      El mundo rural es un mundo sin escritura. El mundo de la ciudad es un mundo con escritura. En la ciudad se lee lo escrito para poder vivir, en lo rural se vive sin escritura, lo que hace que la vida y su tiempo, el destino de las cosas, los hechos y su trama, lo que pasa y acontece, se vivan en tiempo presente, por fuera del tiempo, que es memoria escrita. La escritura es memoria de las cosas, y si no hay escritura, no hay memoria. Se vive en un eterno presente. La escritura, lo dice el manuscrito de Melquiades, es la explicación del porqué suceden las cosas, porqué pasa lo que pasa. La obra Cien años de soledad explica para el presente, para el lector de este mundo presente, explica por qué suceden las cosas en ese mundo de Macondo y, en ese sentido, es el pliegue del manuscrito de Melquíades para los habitantes del pueblo de Macondo, son dos manuscritos, uno para los habitantes del pueblo, otro para los habitantes del mundo. El mundo rural es el mundo sin escritura, no la escritura que es la imagen de las cosas, sino la escritura que es el desciframiento de las imágenes, de las cosas, de la relación entre imagen y cosa. Descifra las cosas y las convierte en signos, y hace de los signos, un mundo aparte de las cosas. Por un lado, el mundo de los signos y, por el otro, el mundo de las cosas. En el mundo rural, el mundo no tiene signos, es la sucesión de cosas y el choque de cosas, y es la escansión de cosas y sucesos, de tiempo interrumpido y de tiempo continuo. No hay un más allá de la velocidad de las cosas o de su lentitud.

      La diferencia entre ruralidad y ciudad es la interpretación de la escritura. Es la diferencia entre vivir sin la interpretación o vivir con la interpretación de escritura. Vivir con la interpretación te hace aparte de las cosas, te obliga a la representación sin tomar parte en ella. Vivir sin interpretación es vivir de la confusión entre cosas, seres y objetos. Existe tiempo y espacio, porque existe representación en la conciencia de lo que son las cosas y sus imágenes. No hay tiempo o espacio, al no haber una imagen previa de las cosas y de los objetos. Veamos la diferencia entre Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera. Cartagena, la ciudad donde ocurre la obra, no es Macondo, pueblo sin escritura, Cartagena, es una ciudad de escritura, de gente letrada, de lucha por la escritura y por la interpretación de los signos. En la ciudad todo se interpreta, el mundo se interpreta, y se interpreta la enfermedad y el amor. Se dan muchas interpretaciones, la del médico, la del poeta, la de la mujer, la del joven. La obra se inicia con la interpretación de la muerte, lo que significa, y se cierra con la interpretación del viaje de amor. Entre el amor y la muerte se dan todas las interpretaciones posibles y la escritura es el vencimiento del amor sobre la muerte. Sobre muertes personales, muertes de amor, muertes de enfermedad, muertes de tristeza y desencanto. El amor pasa por todas estas muertes y sale al final del viaje, como escritura del amor.

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      Otra de nuestras preocupaciones y estudio, en este libro, es por pensar el nacimiento de la pedagogía en Europa y en Colombia, que no es otra cosa que pensar lo moderno, la civilización moderna. Para pensar la pedagogía moderna, hay que empezar por definir qué es lo moderno y la modernidad. Existen muchos libros que definen lo moderno, libros que piensan lo moderno, desde Europa o desde otra parte, América, América Latina o África. Este no es nuestro problema, no es definir la modernidad, desde un lado geográfico, en particular, nuestra perspectiva es definir la modernidad entre Europa y Colombia, no pensar desde un lado, sino en un entre-lados. Para hacerlo nos situamos en un período histórico que comprende cien años en Europa y cien años en Colombia. Decir cien años es una eternidad, es describir un tiempo sin tiempo, es la metáfora de un tiempo pasado, un tiempo cuya existencia se presenta como si no tuviera tiempo. Un tiempo que es tanto el europeo como el colombiano. Un tiempo para la pedagogía o mejor para poder escribir las pedagogías, porque la pedagogía es una escritura que se refiere a ella misma, el pedagogo es el que escribe lo que piensa al educar. Ese fue el oficio de Comenio, el de Rousseau y el de Pestalozzi y es nuestro oficio, escribir los cien eternos años de la pedagogía.

      Para pensar lo moderno de la pedagogía, en Europa y en Colombia, lo haremos desde la literatura, más aún, desde la poesía y las dos obras citadas. Si construyéramos una línea histórica sobre la sociedad colombiana, veríamos que las dos obras cubren desde el año ١٨٤٠ a ١٩٤٠, la primera, y la segunda, desde 1930 hasta 1985; en total son 185 años de historia y de acontecimientos que acaecen y se dan en Colombia. Cien años no se refiere a Colombia, su dominio narrativo es un pueblo de la Costa Caribe de Colombia y El amor tampoco tiene como referencia a Colombia, sino a Cartagena, una ciudad del Caribe colombiano. Las dos obras des-escriben el pueblo y la ciudad. He ahí la modernidad desde la perspectiva del Caribe, la diferencia entre ser un pueblo y ser una ciudad.

      ¿Qué es ser pueblo y qué es ser ciudad? Es el problema moderno o desde esa perspectiva hay que mirar lo moderno. Ser pueblo es no tener escritura, no saber leer lo escrito, tener cultura oral, no tener entonces tiempo y espacio, no tener devenir del tiempo y del espacio, porque todas estas condiciones no se tienen, no se sabe quién es quién, no se sabe el ser de cada uno, el ser hombre, la subjetividad humana, la especie humana. No se sabe qué es una estirpe, una familia, una tribu, una comunidad. ¿Cómo se sabe lo que son todas y cada una de estas cosas? porque se sabe leer, se sabe leer lo escrito, y saber leer lo escrito es tener memoria, es tener la identidad del tiempo y del espacio, condiciones humanas necesarias para poder saber quién soy yo, quién es el otro, qué es la muerte y qué es el amor. En el pueblo se vive, se muere y se ama, sin saber lo que es el vivir, el morir y el amar. La ciudad es aquel lugar del tiempo y del espacio que, por poseer letras, escrituras, discursos y saberes, puede llegar a saber qué es la muerte y qué es el amor. Tener la idea de la muerte y la idea del amor.

      La soledad en Cien años es no tener ideas porque no hay escritura, y no la hay porque no existe su enseñanza. Al no tener ideas no se sabe lo que es la diferencia entre la muerte y el amor. La diferencia entre morir y amar no es del orden de la existencia, de las cosas que mueren y de las cosas que se aman, es del orden de la representación que nos hacemos cuando leemos lo escrito. En un escrito leemos que alguien muere, en otro escrito leemos que alguien ama, eso que es leído, porque está escrito, es la diferencia entre morir y amar. Si vemos y sentimos que alguien muere, que alguien o cada uno ama, no sabemos de la diferencia entre morir y amar. La diferencia es la diferencia de las palabras morir y amar, es la diferencia de sus signos, de sus imágenes, de sus representaciones, discursos y escrituras. Esa diferencia es todo el libro de El amor en los tiempos del cólera, que empieza por la descripción de la muerte: el olor, la sensación, el cadáver, el cuerpo, la desnudez, el recuerdo, el olvido y termina, el libro, por el viaje de amor y por la diferencia entre vida y muerte: “es la vida más que la muerte la que no tiene límites”. El amor es un devenir, es tiempo, es un ir y venir, “durante toda la vida”.

      El último Aureliano, en Cien años, sabe que va a morir y que el pueblo se va a acabar porque lee los manuscritos de Melquíades, lee y sabe qué es el morir, lee y sabe que la diferencia entre el pueblo y la ciudad es leer lo escrito. En lo escrito está la historia de Macondo, la historia de la familia Buendía, la historia de cada uno de los habitantes del pueblo, la historia del pueblo, sus guerras de amor y de muerte. Florentino Ariza, en El amor, sabe que va a amar durante medio siglo, sabe que ese amor acabará con su soledad, porque la soledad es no poder escribir, sabe que llegará el otro, la otra, para ello tendrá que escribir durante medio siglo, porque amar es un proceso de medio siglo, un largo


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