Pedagogía y literatura: enseñar a pensar. Humberto Quiceno Castrillón
es la escritura de la historia del pueblo, la escritura de la historia de la ciudad. Es la escritura de la Diferencia entre pueblo y ciudad, es la diferencia entre el ser pueblo y ser ciudad, es la escritura de esta diferencia que se expresa en conocer la escritura y no conocerla o desconocerla. La escritura de García Márquez es pensar el ser de la escritura, es saber que conocer lo escrito es lo que define (diferencia), conocer la historia, no solo de la sociedad, sino del sujeto. Florentino es sujeto, porque conoce la escritura, porque se pone a escribir, porque sabe que escribir lo lleva al amor y antes de ese viaje, lo lleva a ser sujeto por sí mismo, en su soledad de escritor, él se educa como sujeto y educa su subjetividad o su subjetividad lo educa para ser sujeto. En estas dos obras vemos los signos de lo moderno y vemos el problema de lo moderno que es conocer la escritura, lo que significa conocer el amor y la muerte, conocerse así mismo, para poder ser sujeto y para poder dar cuenta del propio ser de sujeto, es decir, aquel que define los límites entre morir o amar.
Lo que narra García Márquez lo tradujo la sociedad moderna o sociedad de la ciudad, cuando decidió que el problema mayor de la sociedad y de los hombres es llegar a conocer la escritura y que el mejor modo de hacerlo es creando la escuela y sobre todo, creando la enseñanza de la escritura. Enseñar a escribir a los colombianos comprende los mismos años que se describen en estas dos obras de García Márquez. Recordemos que la primera escuela que se creó en Colombia para saber enseñar la escritura fue la Escuela Mutua, una escuela cuyos orígenes los vemos entre 1820 y 1840, que son los inicios de las narraciones que leemos en Cien años de soledad. Durante los siglos XIX y XX, la escuela tuvo como centro la enseñanza de la escritura y podemos decir que también la sociedad colombiana. La universidad y el colegio, la Normal y la facultad han insistido en resolver este problema, que es central, no para ser modernos, sino y, sobre todo, para saber quiénes somos, de dónde venimos, cuál es nuestro origen, desde cuándo hablamos, desde cuándo amamos y dejamos de morir, sin saberlo.
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Aceptemos que la ciudad surge y se crea cuando deja atrás el pueblo, lo rural, se deja atrás los seres sin tiempo y sin historia. Esta mutación o paso a la ciudad, no es un progreso, porque no se establece sobre una continuidad, es un salto al vacío, es llegar a otra cosa porque es otro tiempo, el lugar de los seres de tiempo y memoria, que saben que van a morir, porque ya saben del pasado y del presente. Ciudad significa dejar atrás ese mundo tranquilo de lo rural, mundo hermoso, el mundo de lo mismo, para llegar al mundo de lo otro, del lenguaje, un mundo donde el hombre se encuentra consigo mismo a estar con los otros. Este mundo otro es el mundo de la sociedad, el mundo de los otros que viven afuera de nosotros.
Aceptemos que la idea de sociedad es lo que permite dar ese paso hacia delante, que es la búsqueda de lo otro, y el dejar lo mismo y que por ello merece la pena de vivirlo. Pues bien, la sociedad no es, como parece, una idea económica o social, la sociedad es la idea de que existen dos cosas y no solo una, existe una cosa y la otra, existe otro más que yo, existen dos realidades, la que veo y la que no puedo ver. Para que exista sociedad lo más importante es lo que no puedo ver, la búsqueda de que existe algo más allá de lo que veo. Si se habla de imagen es porque es la imagen, no de lo mismo, sino de lo otro. La imagen es de otra cosa de la que veo. Por eso crear imágenes no es tan fácil, porque es aceptar el otro y dejar de existir solo para uno. Es en la escritura que se refleja este juego de imágenes, lo escrito es la imagen de lo que no veo, lo escrito me dice que esa es la verdadera imagen. Si acepto lo que me dice lo que ya está escrito, a pesar de que yo vea otra cosa, entro a la sociedad, que es entrar al lenguaje, a un lenguaje que me habla de otro mundo, que no es el mío, “viendo en un espejo hablado”.
La imagen está en el lenguaje, es la idea de la representación, yo me represento lo que existe, una cosa es lo que existe y otra, lo que yo me represento, la representación es la reunión de cosas y objetos, en una sola unidad, en una imagen que vale por igual para todos los objetos. Todas las cosas, las que veo y las que no veo, en una sola imagen, que yo me represento, es lo que produce la idea de sociedad. Esta imagen se define como la representación, una imagen que representa todas las cosas. Esta representación es la idea o la idea de las cosas. Para llegar a la idea de las cosas, a la idea, hay que destruir el mundo de las cosas, que es como destruir la realidad, la realidad de las cosas, destruir lo que veo y aceptar como creíble y verídico lo que no veo.
Esta descripción que hacemos de la sociedad, de la idea, y de la destrucción de las cosas, es lo que podemos leer en Cien años de soledad. El final de la novela es la destrucción del pueblo de Macondo, en el mismo momento en que Aureliano Buendía lee los manuscritos de Melquíades y comprende, al leerlos, que los textos hablan de esa misma destrucción y de su propia muerte. El pueblo es borrado de la faz de la tierra, el pueblo desaparece por la fuerza de una cosa, del “huracán bíblico”, después ya no hay más pueblo, se acaba lo rural y se acaba porque alguien lee lo que pasa, alguien lee lo que está escrito y lo escrito dice que el pueblo, lo rural, debe desaparecer. La escritura antecede lo que va a pasar, los hombres no saben lo que va a pasar, si no leen lo que va a pasar. La idea de sociedad nace o se crea, cuando los hombres se dan cuenta que la escritura es lo que dice lo que va a pasar.
La escritura es lo que marca la diferencia entre lo rural y la sociedad, que luego adquirirá los nombres de la ciudad, lo urbano, la urbe y el último nombre, que es de modernidad. Una vez se instale la modernidad o la sociedad, en el mundo, por efecto de la escritura, desaparece lo rural. Decir rural es poder decir que no existe la escritura para ver reflejado el mundo, lo que existe, al no darse la escritura, es vivir continuamente es una “ciudad de espejismos”, ver el espejo que devuelve el ver sin saber lo que pasa en el ver. La Alicia de Carroll atraviesa el espejo para ver qué está detrás de él. Escribir es atravesar el espejo de la realidad, y ver que detrás hay otra imagen, no la que devuelve del espejo, sino la imagen que el hombre se hace de sí mismo. El hombre se imagina y al hacerlo rompe la imaginación producida por las cosas. Escribir es imaginar el mundo sobre la imagen del mundo. Sobre ese mundo y su imagen, el hombre crea sus propios signos, crea la escritura que solo él reconoce.
La modernidad empezó por esta preocupación de la escritura, empezó por donde terminó Cien años de soledad. En Colombia, esta modernidad empezó igual, por enseñar a escribir. La Escuela Mutua fue la primera escuela que enseñó la escritura, que enseñó a escribir a los colombianos, a principios del siglo XIX, que eran, en ese entonces, granadinos. La enseñanza de ese entonces y cien años después, primera mitad del siglo XX, era copiar las cosas, los objetos, los signos. Repetir, imitar y asemejar la realidad, y no ver diferencia entre la realidad y la realidad misma. Esta enseñanza nunca entendió que la escritura “es irrepetible desde siempre y para siempre” y que, si no se aprendía a escribir, no se saldría de la soledad y no habría forma de tener “una segunda oportunidad sobre la tierra”. Escribir es interpretar, es ver detrás del espejo, es descubrir las claves de los textos, es ver con otros ojos, es crear la imagen de las cosas, que las mismas cosas no lo pueden hacer. Copiar la realidad es vivir eternamente en la soledad y no poder pasar a la sociedad. Lo que hoy debemos descubrir es si la escuela logró enseñar a escribir como lo dice la sociedad moderna o sigue repitiendo la vida y la forma de vivir de un pueblo como Macondo. Es rural cualquier lugar, cualquier persona, cualquier institución, que no entienda que escribir es interpretar los textos, los libros, los discursos. Decir rural no es decir algo malo, es decir que se vive en completa soledad, donde no hay comunicación, reunión y presencia del otro. En esta soledad no solo no se entiende el mundo, no se sabe para qué uno está en el mundo.
Para pensar lo rural lo haremos desde la cultura escrita y no escrita. En todo caso, nuestra aproximación al tema es la escritura. De paso, es una crítica a la cultura escrita de la escuela, a la divulgación de la escritura desde su cultura escolar que, con la ausencia de la escritura, no ha hecho otra cosa, que ruralizar la ciudad, o sea, extender la ausencia de escritura a la ciudad. Ese es uno de efectos de la escuela en Colombia: impedir que haya escritura en la sociedad, mantener la falsa identidad entre enseñar escritura y la escritura, y con ello lograr que la sociedad no pueda conocer su historia y saber de sus límites, no conozca su presente y no sepa cómo construir su futuro y reconstruir su pasado.
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Una sociedad se mide y mide su valor por las ideas que ha tenido, así mismo, podemos pensar que escribir y saber escribir es tener ideas,