Baila hermosa soledad. Jaime Hales

Baila hermosa soledad - Jaime Hales


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y de la em­presa, todo ello con el ob­­je­to de poner fin al Gobierno de las Fuer­zas Armadas y al régimen de li­ber­tades ins­­tau­ra­do desde 1973.”

      “La ciudadanía puede estar tranquila, pues la si­tua­ción se en­cuen­tra per­fec­ta­mente controlada y, pese a la gra­­vedad y com­ple­ji­dad de los he­chos, los ser­vicios polici­a­les y de seguridad han logrado de­terminar con pre­ci­sión a los au­to­res del plan y en cues­tión de ho­ras se­rán detenidos los par­ti­ci­pantes di­rectos del hecho criminal en contra de la per­sona del presidente de la Re­pú­blica. El Supremo Gobierno ra­ti­fic­a su decisión de preservar el clima de paz y tranquilidad en el que nuestro país se ha desenvuelto desde que ini­cia­ra el pro­ce­so de li­be­­ra­ción na­cio­nal y está dispuesto a llegar hasta las últimas con­­­se­cuen­cias. Consciente de su deber, por instrucciones del Ex­ce­lentísimo Se­ñor Pre­si­­dente de la Re­pública, Capitán Ge­ne­ral, Co­man­dan­te en jefe del Ejército y Ge­ne­ralísimo de las Fuer­zas Armadas, el Gobierno ha dispuesto”:

      “Primero: Declarar bajo Estado de Sitio todo el te­rri­torio na­cio­nal, ra­tifi­cando la de­claración provisionalmente for­mulada el do­mingo último en el mismo sen­tido.”

      “Segundo: Aplicar, con todo el rigor de la ley, las fa­cultades pre­vis­tas en la Cons­­titución Política a todos los res­pon­sables como au­to­res, insti­ga­do­res, cóm­plices y en­cu­bri­do­res de esta conspiración. Con tal objeto se ha or­de­na­do que, de acuer­do con el decreto ley ochenta y uno de mil novecientos se­ten­ta y tres se pre­­sen­­ten ante la autoridad, en el cuar­tel de policía más cercano, los diri­gen­tes políticos in­vo­lu­­cra­dos en los he­chos y demás personas respecto de quie­nes hay antece­den­tes de haber par­ti­ci­pa­do en ellos. En el ca­so de no ha­cerlo así, se entenderá que asu­men una actitud de re­bel­día fren­­te a la ley y a la Constitución Política del Es­ta­do. La lista completa se­rá informada con pos­te­rioridad a este co­­­municado y se­rá obligación de todos los ciudadanos dar avi­so de in­me­dia­to a las au­to­ridades sobre el paradero de las per­so­nas que son res­ponsables de tan gra­ves conductas delictuales. La ciudadanía sabe que la co­laboración u ocul­­tamiento de los ex­tremistas cuyo arresto se ha ordenado, es san­cio­na­do con la mis­ma penalidad que la que corresponde a los autores del de­li­to.”

      “Tercero: Todos los señores corresponsales que han de­di­ca­do sus es­fuerzos a la di­fusión de noticias falsas so­bre la realidad chi­le­na, con la in­ten­ción de desprestigiar al país y fa­cilitar la conspiración extremista, serán ex­pul­sa­dos del territorio nacional en las pró­ximas ho­ras. Se advierte que aque­llos co­­rres­ponsales extranjeros que están en ese caso de­­be­rán facilitar el cum­pli­mien­to de las medidas. Del mismo mo­do, todos los extranjeros que fa­ci­li­ta­ren in­formación falsa al ex­­te­rior o colaboraren directa o indirectamente con ele­­men­­tos te­rro­ris­tas, sin importar la profesión o la actividad que es­tén de­sem­peñando en el país, serán ex­pul­sados sin dilación. Re­cordamos que el in­te­rés de la ciudadanía y la se­guridad na­cio­nal está por sobre las con­si­de­ra­cio­nes par­ticulares que pue­dan esgri­mirse.”

      La voz del Secretario General de Gobierno no se al­teraba, ni si­quiera cuando de­bió ratificar las prohibiciones en virtud del Estado de Sitio, las cadenas de ra­dioemisoras o la de­bida atención a las instrucciones de los Jefes de Plaza a cu­ya au­toridad debía someterse la población. Su llamado final fue ate­rrador para muchos de los que veían o escuchaban el dis­cur­so.

      “El Supremo Gobierno, siempre consciente de su res­ponsabilidad, lla­­ma a la población a colaborar en la man­ten­ción del orden público, de­nun­cian­do ­a los ex­tre­mis­tas y los he­chos o circunstancias que pu­die­ren atentar con­tra la ne­ce­sa­ria tran­quilidad pública, en la seguridad de que los ene­mi­gos de la patria, ven­gan de donde vengan, serán de­rrotados y san­cionados con el má­ximo rigor.”

      El locutor oficial ocupó la escena de los te­le­vi­so­res y su voz sonó muy fuerte en las radios: con parsimonia y ener­gía dio a conocer primero las ins­­truccio­nes sobre el to­que de queda, luego leyó las disposiciones legales que afec­taban a los colaboradores de los ex­tremistas y que es­ta­ble­cían la obli­gación de denunciar personas y hechos sos­pe­cho­sos, hizo lo mismo con la nómina de los señores Generales de las Fuerzas Ar­ma­das y de Orden a cargo de la se­gu­ridad de las respectivas pro­vincias y regiones con sus títulos de Jefes de la Zo­na en Es­ta­do de Sitio; y, por último, dio lectura a la larga lista de per­so­nas, que en virtud de un decreto de­bían presentarse de in­me­dia­to ante las au­toridades po­liciales o militares, anunciando que el lla­mado se repetiría cada una hora.

      Mientras en las radios, que seguían en cadena, co­men­zaba a sonar mú­sica criolla, esas tonaditas o cuecas de la zo­na central, folclore de labo­ra­to­rio, en las pantallas de los te­levisores apareció el anuncio de una antigua pe­lí­cula de Jerry Le­wis, con Dean Martin, por supuesto.

      CUATRO

      Tal vez fue una sorpresa. Se levantó de su sillón con lentitud y ca­mi­nó hasta apagar el televisor. Otra vez el dis­cur­so de la campaña in­ter­na­cio­nal, pero ahora en un tono más cohe­­ren­te, con algo que hacía más creíble el in­for­me. No se tra­­ta­ba de aquellas fra­ses hechas o monsergas elaboradas por los teó­ricos de la pro­paganda pa­ra justificar hechos pun­tua­les. Esta era una ma­nio­bra en gran escala, de­ri­va­da del aten­ta­do, pero que se estaba apro­ve­chan­do para dar un nuevo gol­pe de Estado, con las mis­mas carac­te­rís­ti­cas del anterior, aun­que ahora se da­ba desde la Moneda y con un país en una realidad muy di­fe­ren­te.

      Parecía cierto que se había atentado contra el General, esa era la noticia, pe­ro todo lo que se hacía y las de­cisiones que se tomaba eran de­masiado trascen­dentales como para pen­sar que ésta era una ope­ración política o militar más.

      Quiso sacarse la idea de la cabeza, pensando que tal vez se ha­bía pues­to de­ma­sia­do suspicaz en los últimos años, des­de que su po­si­ción había cam­biado. Cuando supo, con cer­te­za, que muchos “enfren­ta­mien­tos” no eran si­no asesinatos con un barniz de legalidad y que las ar­mas y los panfletos eran lle­vados a los lugares allanados por los pro­pios agentes, em­pezó a poner en du­da todas las otras cosas que había creído siem­pre. Había creído hasta que supo lo de Pa­tri­cia.

      Mientras se servía un café con un poco de leche fría, pre­pa­rán­do­se pa­ra lo que ven­dría, des­­car­tó que en esto hubiera exage­ra­­ción. Por el contrario, tuvo la sen­sación de que el Se­cre­ta­rio General de Go­bierno había sido demasiado cal­mo, exce­si­va­men­te tranquilo y que en realidad lo que estaba haciendo era mi­­ni­­mi­zar una situación mu­chí­si­mo más tur­bu­len­ta.

      ¿Qué estaría tramando el General?

      Carlos Alberto estaba sorprendido.

      Aunque en los días previos había es­cu­chado los ru­­mores: que los yan­quis, que la plata de Francia, que los es­pa­ñoles, que el envío interceptado, que iban a detener a los pe­ces gor­dos, que había un autoatentado preparado. El Se­­cre­ta­rio General de Go­bierno hablaba de que se había descubierto una compleja cons­pi­ra­ción: entonces, ¿fue atentado o au­toa­ten­tado? La sorpresa para Car­los Alberto era que hubiera ver­dad en los ru­mo­­res, que no se tratara sólo de nue­vas maniobras del Go­bierno o de ver­sio­nes antojadizas in­ven­­tadas y difundidas por esos revolucionarios de pa­si­llo y de café que siempre es­ta­ban con­tan­do en voz baja que el General es­ta­ba a punto de caer. Ahora, por lo que estaba su­ce­dien­do, pa­­recía que las co­sas eran de verdad y no sólo esos rumores a los que se había acos­tumbrado.

      No sería sorpresa un nuevo montaje.

      Si,


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