Hernán Cortés. La verdadera historia. Antonio Codero

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capaces de superar los embates de la propia conveniencia y del propio egoísmo.

      ¿Cómo esos guerreros, con arreos iguales a los que llevan los demás europeos de su época, naturalmente sin vitaminas, repelentes, vacunas ni periodos de adaptación, pueden luchar en las altísimas y heladas mesetas de México y Perú? Y ¿cómo, alimentándose defectuosamente, se internan pocos días después por cálidas y resecas llanuras o por mortíferos laberintos de selvas tropicales experimentando y soportando colapsos nerviosos?

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      La batalla de las Navas de Tolosa, según un óleo de Francisco van Halen. La reconquista de España contra los árabes fue, durante casi ocho siglos, el «entrenamiento» del guerrero español para la gran aventura de la conquista de América. «España no era cualquier cosa, venía de una misión espiritual autoimpuesta: salvar la Cultura Cristiana y recuperar el territorio de la península».

      Para contestar lo anterior, resulta conveniente estudiar los antecedentes de la casta guerrera española. Al hacerlo, se aclara que todas las circunstancias concurrentes en los capitanes de la conquista de América se reflejan también en los dos más grandes líderes militares españoles: el Cid y el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba.

      La reconquista de España fue el «entrenamiento», la preparación específica del guerrero español para la gran aventura de la conquista de América. «Las milicias que toman parte en las expediciones de la Reconquista, pasan en unos cuantos días de las heladas montañas españolas, a los valles ardorosos de Andalucía, y este choque térmico, repetido muchísimas veces a través de 25, quizá 30 generaciones, fortalece el organismo español, y estabilizándolo atávicamente, lo prepara a las pruebas tremendas de la Conquista de América», concluye López Portillo y Weber.

      Eso, en lo físico. En cuanto a la ambición, hallamos que todos estos capitanes son modestos hidalgos campesinos, o bien, segundones de grandes casas, y atendiendo a la costumbre de que el hijo mayor hereda la totalidad de las tierras y fortuna, deja, entonces, al resto de los hijos en la necesidad o la libertad de buscar oportunidades donde se presenten.

      La forma de organización de las empresas individuales, la iniciativa española, deviene también de la guerra contra los moros (nada fortalece tanto como el empeño de tu enemigo). Esta se da de dos formas, mediante los esfuerzos «nacionales» hechos por el Reino entero y dirigido por los reyes con las huestes de la alta nobleza, pero también a través de los ánimos de las villas y pequeñas ciudades de la frontera con sus propias milicias, proveídas con los recursos individuales de sus componentes y comandadas por hidalgos de estirpes locales.

      Esto prepara y reglamenta la integración de pequeños ejércitos para librar guerras lucrativas con aportaciones particulares, como lo serían las de América. Asimismo, facilita el surgimiento de una disciplina muy peculiar entre aquellos soldados voluntarios que eligen su propio jefe, de quien son vecinos, amigos, paisanos o parientes. Dicha dinámica explica la altivez individual española y esa conducta militar contradictoria, hecha de disciplina en los combates y de rebeldía en los campamentos, la cual se observa en la historia militar de España.

      Este sistema desarrolló el empuje y el espíritu de empresa de aquellos hidalgos que tanto se replicó en América. Aunque, de tanto tratar asuntos litigiosos con villas o ciudades inmediatas con vecinos o funcionarios reales, los hombres se tornaron leguleyos expertos en leyes, con consideración mística a la persona del rey, pero atemperados siempre por los fueros de la nobleza y de las ciudades, o por los derechos ganados en los descubrimientos, conquistas y batallas de los esforzados capitanes.

      Siendo así, cabe concentrarse en lo propio, en la llegada a América de tales hombres y sus consecuencias. Es difícil calificar desde el presente las acciones del pasado, ya que se tienen distintas perspectivas. Lo que resulta temerario es explorar el ámbito de la especulación, pero arriesguémonos, consideremos el «hubiera». Busquemos respuestas haciendo preguntas.

      Hoy tenemos una historia que es resultado de lo que sucedió, pero ¿qué hubiera ocurrido si los españoles no hubieran llegado ni conquistado México? ¿Estaría el territorio mejor? ¿Hubiesen existido las condiciones para un desarrollo armónico de los pueblos desde las mesetas de Norteamérica hasta Mesoamérica? Y considerando ya lo que era ese nuevo orden mundial, ¿qué ha pasado en poblaciones semejantes que no cayeron bajo el control de culturas más experimentadas, por ejemplo muchas africanas? Respuesta: están peor. Verdugos locales matando y explotando a sus hermanos. Si no hubiera pasado esto, hoy probablemente el idioma oficial sería el inglés, como bien decidieron los nigerianos para poder comunicarse todos.

      Si se revisa el libro negro de la humanidad, nos convenceremos de que lo que sucedió no estuvo nunca por debajo de la norma habitual, tomando en cuenta la medida de su tiempo, no obstante la apropiación del tesoro de Moctezuma, la ambición desmedida por el oro, los injustificados abusos en muchas partes contra la gente, los primeros exterminios resultado de las enfermedades (principalmente la viruela), introducidas involuntariamente desde Europa y contra las cuales las poblaciones americanas no tenían defensas y provocaron millones de muertes; los trabajos forzados, la horrible explotación en las minas que diezman regiones enteras (siguen abiertas las venas, diría Eduardo Galeano) y un largo etcétera. Pero otras potencias dominadoras hubieran hecho lo mismo, sin considerar las normas de protección al conquistado, la incorporación al cristianismo de todas las almas, la prohibición de esclavizar ni muchas otras cuestiones, que España, a su ritmo, sí implantó. Es largo el catálogo de ejemplos contundentemente inhumanos a cargo de otras potencias «civilizadas».

      En todo caso, España carga con sus defectos y vicios, pero las culpas son de la época, y las virtudes, muy de su pueblo.

      Todavía, con el afán de demeritar, hay voces necias que se atreven a afirmar que la Conquista no la hizo España, que fue el reino de Castilla porque el nombre de España no se oficializó hasta años después de tal periodo, ¡como si la historia fuera cuestión nominativa! Así se llamara Pueblo Viejo, Iberandia, Castilla o España al conjunto de pueblos que la componen, fueron los dueños de aquellas tierras quienes se adueñaron de las americanas. ¿Quién fue el conquistador: Hernán, Hernando o Fernando? Es el mismo.

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