Hernán Cortés. La verdadera historia. Antonio Codero
el mismo criterio de la diputada, o más bien, con igual falta del mismo, habría que retirar los miles de bustos de los emperadores romanos regadas por Europa debido a los excesos que infringieron a los conquistados y gobernados, los de los santos que impusieron su fe a la población de distintos lugares, las estatuas de deidades mitológicas que abundan en el mundo, los monumentos a Cuauhtémoc y los otros señores del Anáhuac que acabaron con sus iguales para ascender al trono, o el de Mickey Mouse que custodia el acceso a Disneylandia3. En fin.
Cómo exigir en el extranjero que a los mexicanos se les reconozcan ciertas cuestiones si niegan lo que más podrían exhibir para ser bien tratados. Debemos examinar la complejidad del dilema y aceptar que no hay, en la cultura, buenos y malos. Los que creemos buenos, no lo son tanto, y los malos, tampoco lo son mucho.
No obstante la dicotomía en la que vivimos, por un lado la esperanza de un mejor futuro que incluya a todos, y por otro, el reino de la «cangrejocracia»4, este es el momento histórico para reanudar el futuro. Se necesitaría hacer una limpieza nacional y reinterpretar la propia cruz.
El simple hecho de cuestionar, en territorio mexicano y en la propia España, que la celebración del quinto centenario del encuentro de dos mundos puede molestar al gobierno y al pueblo de México, es razón suficiente para atender de manera urgente las causas reales, las internas de tal malestar. Esta es la oportunidad de autoexaminación para saber a dónde vamos y si vamos bien. No hemos tenido ganas de pensarnos, nos da miedo buscarnos porque, en una de esas, nos encontramos.
Hoy, a menos que se siga redundando en la torpeza, debe entenderse que la identidad mexicana es resultado de dos vertientes con capacidades sobresalientes. Liberarse de prejuicios y reconciliarse con uno mismo da lugar a lograr lo extraordinario. La conquista de hoy es el descubrimiento de los mexicanos.
Por último, no me quiero quedar sin una reflexión particular para esta edición. Pienso cuán distintas perspectivas tendremos de lo mismo en ambos continentes. Entiendo que en España, así como en otros países de Europa, la visión de Cortés es de un caudillo, un avezado guerrero, un segundón; un personaje histórico más de ese pedazo de la historia tan importante para España.
En México en cambio, Cortés es un personaje de relevancia determinante en nuestra historia, dueño de los principios y de las consecuencias, que sin embargo, una gran mayoría niega. Por eso me invade la curiosidad por descubrir la opinión que la lectura de este análisis tendrá en el lector no mexicano.
2 Cuando este prefacio fue escrito no habían retirado aún el monumento a Colón, del Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México. Lo que se creía una ocurrencia, pronto fue una acción de una ideología corta.
3 Un concejal de Segovia, España, sugirió destruir el acueducto romano de esa ciudad «para borrar la huella de esa conquista». Ilustres luminosos hay en todas partes del mundo.
4 Neologismo proveniente del griego krateîn («gobernar») y «cangrejo», el cual describe al sistema que, como hacen esos animales, se desplaza hacia atrás, en lugar de avanzar.
Hablar de Hernán Cortés es causar polémica. El propósito de este escrito es provocar aún más. No responder, sino hacer preguntas que obliguen a escudriñar hasta el fondo de la conciencia.
En el 2019 se cumplieron 500 años del inicio de la gesta de la Conquista y, dos años después, 500 de su culminación. Es tiempo de reflexiones. Medio milenio no es cualquier asunto. Resulta necesario cerrar un ciclo doloroso para abrir una etapa de aceptación que conduzca con serenidad al futuro.
Quise empezar declarando mi pretensión objetiva e imparcial sobre la cuestión cortesiana, pero después de releer mis palabras opto por la versión apasionada de mí mismo y no la veladamente hipócrita que a veces nos empeñamos en representar.
Entenderé que no todos coincidan conmigo, porque aunque crea que esto es la verdad, no por ello quiero imponerla, pero sí proponerla y, más, desvelarla. No soy un obseso de la verdad. Creo que todos tenemos derecho a conocerla, aunque, también, en ocasiones, la responsabilidad de no decirla, salvo que nos perjudique a todos, en cuyo caso habrá de irse liberando con prudencia, como el buen administrador que gasta para recuperar la inversión.
Me adentro en la historia como un viajero y me escudo en la inmunidad que me otorga mi calidad de ciudadano observador. La historia se escribe siempre de manera retroactiva; no es sino un recuento, una narración personal de lo que sucedió según la visión de quien lo escribe, pues así nos convertimos en el presente, en autores del pasado.
Hoy, lejos de las circunstancias que determinaron la versión de los hechos concretos de una época, podemos tranquilamente hacer una lectura más objetiva de lo que en realidad pasó, sin pesos emocionales ni juicios racionales cargados de intención. Nos volvemos dioses de la nueva creación remota cuando la lejanía disuelve la primera pretensión. Sin embargo, la verdadera utilidad de la historia no es conocer lo que sucedió en el pasado, sino saber qué hacer en el presente.
Lo apremiante es el análisis de los efectos de esa historia. Si han sido buenos, cabría preservarlos; si han resultado perjudiciales, reinterpretarlos para iniciar la corrección, extirpar prejuicios, ampliar la perspectiva. Estoy convencido de que en el futuro entenderemos más nuestro pasado.
Esta no es una biografía del conquistador ni el relato de sus acciones; es un conato de rescate del personaje y un intento de concientización –¡qué iluso!– de las consecuencias de su olvido. También una reflexión para dejar de lado la historia y explicar al mexicano, explicarNOS. El esfuerzo se hace sin la intención de demeritar a nadie, ni persona ni grupo. Al contrario, al posicionarlo nuevamente, quiero ayudar a complementar la imagen que el pueblo mexicano tiene de sí mismo.
Entramos ya en la modernidad sin resolver nuestro pasado, preocupante, como se verá más adelante, si consideramos las consecuencias de arrastrar vicios de origen. La maquinaria mental mexicana se ve constantemente atorada por rebabas que hemos sido incapaces de pulir, pero como colectividad tampoco queremos ni siquiera distinguir. Resolvemos ingeniosamente «ahorita»5 nuestros problemas, pero en lo sucesivo tropezamos, una y otra vez, con «algo» que no anda bien y, llegado el momento, esa inquietud, sin rostro preciso, se torna urgente de sanar para poder continuar. En esas andamos.
Por eso, mientras no se encuentre el equilibrio, hablar de Hernán Cortés será tomar partido: los imparciales se quedarán truncos, nos privarán de su opinión personal, del riesgo de confrontar. No pretendo, por otro lado, exponer una visión apologética del personaje, pero sí compensatoria ante la falta de ánimo reivindicatorio para ayudar a colocarlo donde le corresponde, no más, pero tampoco menos.
5 Ahorita es una expresión idiomática del español mexicano para referirse a un periodo temporal indeterminado y ambiguo. Puede ir desde «dentro de un momento», hasta varios días, meses, años o nunca. Forma parte de la mala costumbre cultural de postergar o no tener el valor de decir claramente que no se desea hacer algo.
Capítulo I
Cortés es, ante todo, México. Sin embargo, el estudio de su vida colma de escenas de todo el mundo: de España, de Extremadura, donde nace y se cría el ambicioso soñador; de Salamanca, donde absorbe el joven sus primeros conocimientos legales y cobra conciencia