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hombre está muriendo por tí.

      – ¡Muriendo por mí! exclamó aterrada doña Isabel.

      – Ven, añadió don Diego, y abrió la puerta secreta, descendió rápidamente las escaleras llevando á su hermana asida de la mano, y entró con ella en el aposento donde habia dejado á Yaye y á su esposa.

      Doña Elvira, que estaba arrojada sobre el lecho de Yaye que deliraba, se levantó al sentir los pasos de don Diego y de doña Isabel.

      – Y bien, ¿traeis ya al médico? exclamó con impaciencia.

      – Acaso, acaso señora, contestó don Diego adelantando con doña Isabel.

      – ¡Ah! exclamó doña Elvira al ver á doña Isabel, al mismo tiempo que esta al ver á Yaye postrado en el lecho, con el semblante lívidamente pálido y los ojos desencajados y fijos, lanzaba un grito de espanto, emanacion involuntaria de su alma.

      – ¡Está muriendo por vos, y pensais en la vida de otro hombre, hermana! dijo don Diego.

      Doña Isabel cayó de rodillas, y don Diego, aprovechando aquella ocasion, salió y cerró la puerta dejando á las dos mujeres encerradas con Yaye.

      Poco despues, y al mismo tiempo que entraba un médico anciano en la habitacion donde estaba Yaye, salian de Granada á caballo y á la ligera, don Diego de Válor, su hermano don Fernando y Miguel Lopez, acompañados de algunos lacayos armados á la gineta.

      CAPITULO VIII.

      ¡El emir se ha perdido!

      El médico declaró que la enfermedad de Yaye era peligrosa, y que se necesitaba sumo cuidado, gran reposo para el enfermo, y sobre todo la ayuda de Dios.

      Lo primero que hizo doña Elvira, cuidando de que Yaye tuviese todo el reposo necesario, fue sacar del subterráneo á doña Isabel.

      Esta se encontraba en el estado mas terrible en que podia encontrarse una mujer.

      Lo que primero la aterraba era el estado de Yaye; despues el crímen que habia comprendido meditaban sus hermanos contra Miguel Lopez, luego, en fin, los zelos.

      Los zelos, porque habia adivinado en un solo momento que su cuñada doña Elvira amaba á Yaye.

      Ella le amaba tambien; habia sacrificado su cuerpo pero no su amor: no podia confesarle ante los hombres, pero podia guardarle en el fondo de su alma, como en un santuario.

      Doña Elvira se habia abrogado enteramente el cuidado del enfermo: es cierto que doña Isabel no podia estar junto á él ¿pero acaso, doña Elvira no era tambien una mujer casada?

      ¿Acaso no amaba á Yaye?

      Porque doña Isabel con ese delicado instinto de la mujer que ama, habia comprendido á primera vista que doña Elvira amaba á Yaye.

      Ella le hubiera asistido con la pureza de un ángel.

      Y sobre todo lo que mas importaba á doña Isabel en aquellos momentos era su vida.

      Sin embargo ni una palabra dijo á doña Elvira.

      Ni una sola vez la preguntó por el estado del enfermo.

      Aquella noche el anciano Abd-el-Gewar, llegó á la puerta de la casa y llamó.

      Abriéronle y preguntó por don Diego.

      Dijéronle que habia salido á un corto viaje.

      Entonces preguntó por un caballero que aquella mañana habia entrado en la casa.

      Contestáronle que habian entrado muchos caballeros, y que nada le podian decir.

      Al dia siguiente Abd-el-Gewar llamó de nuevo y pidió hablar con doña Elvira: fue introducido.

      Doña Elvira contestó á sus preguntas que nada sabia de tal persona.

      Abd-el-Gewar escribió inmediatamente al emir.

      «Poderoso señor: tu hijo ha desaparecido el mismo dia del casamiento de doña Isabel de Válor con Miguel Lopez: no sé nada de su paradero, pero le busco de una manera incansable: suceden cosas extrañas. Don Diego y don Fernando de Válor, han salido con Miguel Lopez ayer por la mañana y á la ligera, sin que se sepa á donde han ido. Doña Isabel ha quedado casa de su hermano don Diego. No me atrevo á moverme de Granada: espero tus órdenes. Mi esclavo Kaid dice que tu hijo entró ayer casa de don Diego, pero que no sabe si ha salido ó no, por que estuvo apartado de la casa algun tiempo. Guárdete Allah: – tu vasallo Abd-el-Gewar.»

      A los tres dias recibió el anciano la contestacion siguiente:

      «Noble y virtuoso Abd-el-Gewar: don Diego y don Fernando de Válor han cometido un crímen contra su cuñado Miguel Lopez: los tengo en mi poder y espero saber de ellos el paradero de mi hijo: en cuanto á este tengo formado mi plan: te envio diez de mis monfíes que mas conocimiento tienen de la ciudad para que indaguen su paradero; este y el asesinato de Xerif-ebn-Aboó es obra de ese bandido miserable de ese don Diego de Válor; ¡Ay de él si muere mi hijo!

      CAPITULO IX.

      En que se sabe lo que hicieron con Miguel Lopez don Diego y don Fernando de Válor

      Retrocedamos al momento en que los dos hermanos y Miguel Lopez salieron de Granada.

      Los tres ginetes, acompañados de cuatro lacayos tomaron á buen paso el camino de las Alpujarras: al llegar al Suspiro-del-Moro, don Diego de Córdoba revolvio el caballo y miró á la distante ciudad.

      – ¡Granada! ¡Granada! exclamó: hace cincuenta y cinco años, se detuvo en este sitio el cobarde Boabdil y lloró por que te habia perdido: hoy me vuelvo yo para jurarte que si Dios me ayuda y á despecho de mis enemigos, tú volverás á ser la ciudad querida del Profeta, y yo… yo seré tu rey.

      – ¡Hum! dijo Miguel Lopez, que estaba de muy mal humor; creo, hermano, que os olvidais muy pronto del poder del emir de las Alpujarras.

      – ¡Ah! ¡el emir de los monfíes! ¿y creeis que el emir tenga mas poder que yo?

      – ¡Si!

      – ¿En qué os fundais?

      – En que él manda y vos le obedeceis. Y sino ¿por qué hemos abandonado tan de improviso á Granada…? ¿por qué vagan allá entre las faldas de la sierra, como cabras sueltas, ciertos hombres, que Dios me confunda sino son gente que tienen mas de una razon para temer á las justicias de las villas y á los cuadrilleros de la Santa Hermandad? ¿y para qué sino habeis hecho que se adelante uno de vuestros lacayos?

      – En cuanto á lo primero, Miguel, ya sabeis que hay momentos en que nos vemos obligados á doblegarnos: el edicto del emperador ha exasperado los ánimos: en Granada ya sabeis que no puede hacerse nada sin que lo noten la Inquisicion y la chancillería, cuyos alguaciles y espias tienen siempre los ojos puestos en nuestras casas, los oidos donde quiera pueda levantarse la voz de un morisco. El golpe vendrá de afuera, de las Alpujarras: mañana, pasados dos dias… ¿quien sabe si esta misma noche? puede acercarse un ejército á los muros de Granada, penetrar en ella, sorprendiendo el descuido de los cristianos que nos creen puestos en temor, y arrebatarles la ciudad. Por lo mismo y puesto que el emir (que ahora es el que cuenta con mayor poder) nos ordena que nos presentemos á él, nos es forzoso obedecer. Si, como decis, vagan monfíes en las próximas quebraduras, esto nos indica que nuestro viaje acaso no será muy largo, y en cuanto á lo de haber mandado á un lacayo que se adelantase, ya sabeis que cuando se quiere tener lecho y comida en una venta de las Alpujarras es necesario prepararlo de antemano.

      – Si, si, dijo Miguel Lopez que no habia perdido enteramente su desconfianza; ya sé que habeis cursado algunos años en Salamanca, que sois muy letrado y que para todo encontrais una buena salida. Pero os advierto que si pensais hacerme una traicion…

      – ¿Que decís Miguel? exclamó don Fernando de Válor con acento amenazador, porque, mas jóven que su hermano y menos sufrido, no sabia contenerse como él: ¿sabeis, amigo mio, que no parece sino que vos sois nuestro señor y nosotros unos miserables esclavos obligados á sufrir vuestras insolencias, y que ya se me va acabando el sufrimiento?

      – Pues


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