El Fantasma De Margaret Houg. Elton Varfi

El Fantasma De Margaret Houg - Elton Varfi


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favor, llámeme Ernest —respondió el investigador.

      —Muy bien. Entonces, Ernest, es un placer conocerlo —dijo Houg, y le dio la mano.

      Para Ernest era una situación embarazosa y solo consiguió balbucear algo así como «placer mío». Houg se giró hacia Roni y le dijo:

      —Aquí está mi querido y buen amigo Roni. Veo que está en forma.

      —Sí, afortunadamente estoy bastante bien, gracias. Como puede ver, he mantenido mi promesa y he traído a Ernest. Estoy seguro de que será de enorme ayuda para usted.

      —Yo también lo espero, sinceramente —dijo Houg—. ¿Les puedo ofrecer algo de beber?

      —Para mí nada, gracias —respondió Ernest, que todavía estaba de pie apreciando esa casa tan extraordinaria.

      Houg cogió una botella y llenó dos vasos, uno para Roni y otro para él. Solo después se dio cuenta de que Ernest todavía estaba de pie, y lo invitó a sentarse.

      —Por favor, siéntese. Necesito hablar con usted.

      —Para eso he venido —dijo Ernest, que sentía mucha curiosidad por saber de qué se trataba.

      —Bueno... es una situación un poco extraña, la verdad, pero, más que nada, es peligrosa para mi hijo —comenzó Houg, y, después de beber un sorbo del vaso que tenía en las manos, continuó—: Hace casi un mes, exactamente la noche del trece de octubre pasado, mi hijo fue ingresado de urgencia en el hospital, en un estado catatónico. No dijo ni una palabra durante varias semanas. Hasta hace algunos días. La primera persona con la que habló después de lo sucedido fui yo, y cuando supe el motivo por el que mi hijo había quedado en ese estado me quedé estupefacto. En fin... parece ser que hay un fantasma.

      —¡¿Un fantasma?! —exclamó Ernest, que no podía creer lo que oía.

      —Veo que nuestro amigo no le ha dicho nada al respecto —infirió Houg, dirigiéndose a Ernest, que seguía estando incrédulo por lo que acababa de oír.

      —No, efectivamente Roni no me ha dicho absolutamente nada —replicó Ernest, confirmado la suposición de Houg.

      —Si no he dicho nada es para evitar que empiecen a circular rumores otra vez, visto lo que sucedió hace un año —dijo Roni, mirando a Houg a los ojos.

      —Sí, pero no veo el motivo por el que Ernest, que es tu mejor amigo y, además, el hombre que puede ayudarnos, no deba saberlo —rebatió Houg con un tono de reproche.

      —Para ser sinceros, no veo cómo podría ayudarle —intervino Ernest, que no conseguía entender qué pintaba en esa historia.

      Houg permaneció por un rato en silencio; después, dirigiéndose a Ernest, dijo:

      —Usted me puede ayudar porque soy una persona muy racional y no creo en fantasmas, así que, o la imaginación le ha gastado una broma pesada a mi hijo, y le ha hecho creer que ha visto el fantasma de su madre, o hay algo que desconocemos. En todo caso, pienso que hay una explicación lógica para todo esto, y me gustaría que usted descubriese cuál es.

      —Entonces, ¿su hijo dice haber visto el fantasma de su madre? —preguntó Ernest, impresionado por esa frase dicha sin tomar aliento.

      —Sí, así es. Le ruego me excuse por no haberlo dicho antes, casi lo había olvidado —replicó Houg.

      —Y, sin embargo, no debería poder olvidar tan fácilmente que se trata del fantasma de su mujer —remarcó el investigador con tono provocador, e instintivamente sus ojos volvieron al cuadro que representaba la mujer de Houg.

      Hubo un momento de silencio, y el banquero bajó los ojos, aunque era Ernest, que parecía muy seguro de sí mismo, quien sentía en el fondo un gran malestar frente a aquel hombre tan imponente que incluso cuando hablaba de fantasmas parecía que hablase de la cosa más natural del mundo.

      —Tiene razón, pero es que esta historia me incomoda y no veo la hora en que usted acepte mi propuesta y resuelva el misterio —dijo Houg, como para justificar su incomodidad y su comportamiento extraño.

      —En primer lugar, no he recibido todavía ninguna oferta y, en segundo lugar, no creo poder resolver todo como si tuviera una varita mágica —respondió Ernest.

      —Si aceptara mi propuesta, usted mismo pondría el precio; eso no es ningún problema para mí. Espero sinceramente que usted acepte, porque tanto su amigo como yo confiamos plenamente en usted —concluyó Houg.

      Ernest estaba a punto de responder cuando entró una muchacha en el salón. A juzgar por su uniforme debía ser una camarera. Era una muchacha muy guapa, con el pelo rubio y corto. En cuanto vio a los dos hombres que estaban hablando con Houg dio un paso hacia atrás, casi asustada.

      —Dime, Rebecca, ¿qué sucede? —preguntó Houg.

      —Oh... perdónenme. Pensaba que estaría usted solo. Dejo de molestarles inmediatamente —dijo la muchacha, y salió de la estancia rápidamente.

      —Es la niñera; fue ella quien encontró a mi hijo en el estado del que le hablé antes —dijo Houg—. El resto de la información se la daré solo en caso de que acepte mi propuesta.

      —En ese caso, le haré saber —respondió Ernest, e hizo un gesto a Roni para señalar que la visita había acabado.

      —Espero tener noticias suyas sin tardar —dijo Houg mientras les acompañaba a la puerta.

      Ernest hizo un gesto con la cabeza para asentir, y salió, yendo directamente hacia el coche. Por el contrario, Roni se quedó atrás, hablando con Houg.

      —Todo esto es un poco extraño —comentó Ernest en cuanto Roni se reunió con él.

      —¿El qué? —preguntó Roni.

      —Todo. La historia del fantasma, Houg que quiere contratarme para resolver el problema. ¿No te parece extraño a ti también?

      —No, personalmente no veo nada raro. Solo espero que no estés molesto conmigo por no haberte dicho nada —respondió Roni.

      —Hay una cosa que no entiendo. ¿Cómo es que una persona con la influencia y el poder de Houg me quiere contratar justamente a mí para resolver este caso? Si lo quisiera, podría tener un ejército de investigadores, por no hablar de que podría contar con la total disponibilidad de Scotland Yard. ¿Por qué solo un hombre? ¿Por qué? —se volvió a preguntar Ernest, hablando consigo mismo, a pesar de lo cual Roni sintió que tenía que responder:

      —Tus preguntas son muy razonables, pero si has prestado atención te habrás dado cuenta de que tuvo una experiencia muy desagradable hace un año, cuando murió su mujer. La mayor parte de la prensa trató el tema durante mucho tiempo, y algunos periódicos publicaron incluso que la culpa de su muerte era justamente suya, de Houg.

      —¿En qué sentido podía ser culpa de Houg? —preguntó Ernest con curiosidad.

      —Bueno..., es difícil de entender. Solo sé que su mujer pasó los últimos meses de su vida en un hospital psiquiátrico porque sufría una depresión profunda. Parece ser que se volvió violenta y peligrosa y no podía seguir viviendo con ellos en la casa. La versión oficial de su fallecimiento es que murió como consecuencia de una fuerte crisis de nervios que le provocó un paro cardíaco. En algunos artículos se decía que se trataba de un suicidio y que Houg la había ayudado.

      —En otras palabras, un homicidio —le interrumpió Ernest, que después preguntó—: ¿Y cuál habría sido el motivo?

      —Nadie lo sabe. Alguien escribió que tener una mujer en un estado así podría haber sido un motivo de vergüenza, al ser un hombre tan conocido.

      —A mí no me convence. ¿Cómo puede un hombre querer matar a su mujer solo porque le puede causar situaciones embarazosas? —murmuró Ernest sacudiendo la cabeza.

      —Bueno, eso es lo que se estuvo rumoreando. Un poco más tarde no se habló más del caso y Houg,


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