El Fantasma De Margaret Houg. Elton Varfi
pónganse cómodos —dijo de nuevo la sirvienta, dando dos pasos hacia atrás.
Cuando entraba, Ernest observó bien su cara y comprendió que estaba asustada.
En cuanto Houg se dio cuenta de su presencia se levantó de golpe y fue a su encuentro.
—No sé cómo disculparme por haberles molestado a esta hora, pero no he podido evitarlo, ya que el fantasma ha aparecido de nuevo.
Ernest se acercó al sillón que estaba delante del escritorio de Houg y después, dirigiéndose al banquero, dijo:
—Esto ya lo sabía. A decir verdad, esperaba aprender algo nuevo.
—Esta vez es mi hija quien lo ha visto —murmuró Houg; después fue a sentarse frente a Ernest.
—¿Y dónde estaba cuando lo ha visto? —preguntó Ernest.
—En la habitación de su hermano. Le estaba haciendo compañía porque Rebecca, la niñera, había ido a la ciudad.
—¿Dónde ha aparecido el fantasma? —preguntó Ernest otra vez.
—En la capilla de la familia, detrás de la casa; se puede ver desde esa ventana —respondió Houg, señalando la ventana que estaba a su izquierda.
Ernest se limitó a volver la cabeza para mirar, y no hizo nada más.
—¿Puedo hablar con su hija? —preguntó Ernest.
—Por supuesto —dijo Houg, y apretó un botón gris que estaba sobre la mesa.
No pasaron ni siquiera treinta segundos cuando entró la sirvienta en la estancia.
—¿Sería tan amable de llamar a Bárbara, por favor? Dígale que el señor Devon tiene que hablar con ella —dijo Houg.
La sirvienta, después de asentir, salió.
Cayó el silencio en el estudio. Roni, que estaba sentado en el diván a la derecha del escritorio, había dejado de respirar. Su silencio se debía a que la historia lo estaba entusiasmando y no veía la hora de escuchar a la hija de Houg para comprender lo que había visto.
Houg, por el contrario, sujetó su cabeza con las manos y, absorto en sus pensamientos, se alejó mentalmente del estudio hasta que, devuelto a la realidad, dijo:
—Estoy tan perturbado que no les he ofrecido nada de beber.
—Yo no necesito nada —dijo Ernest.
—Yo, sin embargo, bebería una copa de brandy —dijo Roni.
—Estoy de acuerdo contigo, una copa de brandy es justo lo que necesito —dijo Houg, y se dirigió hacia un minibar para coger la botella y dos copas.
Mientras tanto, Ernest se había acercado a la ventana y miraba fuera buscando la capilla. Fuera estaba completamente oscuro, mientras que la sala en la que se encontraban estaba iluminada, y Ernest no consiguió ver nada. Después de un rato entró en el estudio una muchacha muy guapa acompañada por la sirvienta.
—Ella es mi hija Bárbara —dijo Houg, dirigiéndose a Ernest—, y él es el señor Ernest Devon y está aquí para ayudarnos —dijo de nuevo Houg, dirigiéndose esta vez a su hija.
—¿Es usted un caza fantasmas, señor? —preguntó irónicamente la hija de Houg.
—No, señorita —respondió Ernest.
—Entonces, ¿es un médium, un exorcista, algo de ese tipo?
—Tampoco —respondió Ernest con mucha tranquilidad.
—Entonces no sé cómo va a poder ayudarnos —dijo Bárbara, pero Houg intervino:
—Por favor, Bárbara, no es correcto hablar así a nuestro invitado; es un investigador privado, y muy bueno. Quiere hacerte algunas preguntas para comprender mejor lo que ha pasado, y yo te agradecería que respondieras.
Bárbara no dijo ni una palabra, después vio a Roni y se acercó para saludarlo; entonces se giró hacia Ernest y dijo:
—Bueno, señor Devon, puede comenzar el interrogatorio, estoy lista.
—Lo primero de todo, no es un interrogatorio, señorita. Como ha dicho antes su padre, solo quiero hacerle unas preguntas para entender lo que ha visto.
—Bien. He visto el fantasma de mi madre y le aseguro que no estoy loca.
—¿Dónde estaba cuando lo ha visto?
—Estaba en la habitación de mi hermano. Rebecca había salido y él no podía dormir; me he asomado un momento a la ventana y he visto algo moviéndose en la capilla. He apagado la luz para ver mejor y...
Bárbara se paró y miró a su padre, que la animó a seguir.
—Y después he visto el fantasma de mi madre —continuó—. Justo después he vuelto a encender la luz y he llamado a Mary Ann, que ha venido rápidamente. Le he contado todo y ella ha mirado por la ventana pero no ha visto nada.
—Pero, ¿usted está segura de que era un fantasma? —preguntó Ernest.
—Bueno…, sí..., sí, estoy segura…, o eso creo.
—¿Qué le hace pensar que se trataba de un fantasma y no de una persona de carne y hueso?
—Una persona de carne y hueso tendría que estar loca para hacer lo que he visto, y además he mirado con atención, y la cara era exactamente la de mi madre y, dado que hace más de un año que murió, solo puede ser un fantasma. No veo ninguna otra explicación. Pero, en realidad, me queda una duda...
—¿Qué duda? —preguntó Ernest.
—Si he visto a mi madre, o a su fantasma, ¿por qué tengo tanto miedo? En el fondo lo que he visto ha sido mi madre; pero en ese momento por poco me desmayo.
—Ahora, por favor, intente recordar la escena entera.
—He apagado la luz, y después me he asomado a la ventana. Al principio no he notado nada extraño, pero después he visto una mujer y diría que se trataba de mi madre. Llevaba un vestido blanco y largo que llegaba hasta el suelo y tenía una rosa roja entre las manos. A lo mejor ha sentido mi mirada, porque me ha mirado y me ha sonreído, casi como si quisiera gastarme una broma. Después ha empezado una especie de danza. Movía lentamente los brazos y la cabeza; eran movimientos muy extraños y, durante todo el tiempo, no ha quitado la mirada de la ventana. No he tenido valor para mirar más y he llamado a Mary Ann.
—Pero Mary Ann no ha visto nada, ¿verdad? —preguntó Ernest.
—Exacto, ella no ha visto nada —respondió Bárbara.
—Esta silueta, ¿estaba dentro o fuera de la capilla?
—La he visto por las escaleras, y después no sé, no me acuerdo bien.
—¿Su hermano ha visto algo?
—No..., no creo. Ha tenido miedo porque me ha visto asustada.
—¿Dónde está ahora?
—Está durmiendo. Por suerte Rebecca ha vuelto rápido y mi hermano, con ella, se ha dormido enseguida.
—He acabado, por el momento, señorita. Espero que esté disponible si tuviera que hacerle más preguntas.
—Por supuesto... —dijo Bárbara, que se volvió hacia su padre para pedir permiso para irse. Cuando lo obtuvo se despidió de Roni y de Ernest y salió de la sala.
—¿Qué piensa? —preguntó Houg a Ernest en cuando salió su hija.
—Todavía no sé qué pensar. Desde luego no se trata de un asunto sencillo —respondió el investigador.
—Esto ya lo sé, si no, no le habría pedido ayuda... —dijo Houg, que antes de seguir se puso de pie, para luego añadir—: Al menos ahora sabemos que mi hijo no ha inventado todo.
—¿Por qué