El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi
a mi control. De todas formas, en estos momentos no tengo tiempo para ocuparme de ella; todos mis becarios están de visita en los distintos observatorios europeos de ondas gravitacionales y yo me he quedado aquí a cuidar del cuartel.
—¿No has ido con ellos? —Drew estaba perplejo.
—No. Han ido con un compañero que se ofreció amablemente a acompañarlos —dijo Schultz sonriendo—. Al menos esta es la versión oficial. La verdad es que Hoffner quería irse de vacaciones en junio, aunque solo podría haberlas tomado en julio. Creo que su mujer lo estaba chantajeando: seguramente ella tenía vacaciones en junio y pretendía irse de viaje con su marido. Para contentarlo le dije que le sustituiría en junio si él fuera con los estudiantes en mi lugar; aceptó al vuelo. Mejor pasearse arriba y abajo por laboratorios subterráneos con los estudiantes novatos que sufrir la venganza de tu esposa —y volvió a sonreír.
—Entiendo. Bien, Hoffner tiene toda mi simpatía. —Drew suspiró—. De todas formas, Dieter, te he llamado porque me gustaría que colaboraras en el estudio de un fenómeno experimental muy particular que hemos descubierto aquí. ¿Podrías?
Schultz lo pensó un momento.
—A ver... ¿Tendría que ir allí?
—Sí, es indispensable. Tengo que mostrarte el fenómeno cuando ocurre, y el aparato que lo produce. Además, serías parte de un grupo de investigación que estoy constituyendo con este objetivo, y tenemos que trabajar todos juntos.
—Está bien. ¿Cuándo quieres que esté allí?
—Ejem... —Drew se sentía incómodo—. Kamaranda llega mañana por la tarde.
—¿Mañana por la tarde? —exclamó Schultz, sorprendido—. Como aviso no es demasiado tarde, ¿verdad, Lester?
Reflexionó unos segundos y luego añadió:
—En resumidas cuentas, ahora no tengo que seguir a ningún estudiante y me pueden sustituir con las clases; Ebersbacher, que es muy brillante. De acuerdo, hablaré con el rector y me organizo para estar en Manchester pasado mañana.
—Muchísimas gracias, Dieter. No te arrepentirás, ya lo verás.
—Eso espero —rio de nuevo Schultz—. No te pregunto si también estará Kamaranda. Prefiero las sorpresas. ¡Hasta pronto, Lester!
—Adiós, Dieter.
A Schultz le gustaban las sorpresas, pero también el riesgo, que ahora se presentaba en la última persona a la que tenía que llamar: Jasmine Novak.
Drew mandó a Marlon a fotocopiar los recibos de unas compras. No quería que asistiera a posibles discusiones con la noruega, ni que lo viese sometido por esa valquiria. Mejor no arriesgarse.
—Hallo10? —Voz masculina en el teléfono.
—Soy Drew, de la Universidad de Manchester. Estoy buscando a la profesora Jasmine Novak.
—Buenos días, profesor. Está aquí. Voy a buscarla.
—Gracias, que tenga un buen día.
Drew oyó a lo lejos unas voces en noruego, y después el teléfono cambió de mano.
—Novak al aparato.
El acento nórdico era solo un detalle en esa voz gélida como hielos del círculo polar Ártico.
—Soy el profesor Drew, de la Uni...
—... de la Universidad de Manchester, ya lo sé. Me lo ha dicho mi compañero, ¿qué creía?
«Empezamos bien», pensó Drew. Intentó recurrir a sus mejores habilidades.
—Gracias por dedicarme tiempo. La llamo por una cuestión muy importante que solo usted podría resolver. Por una serie de casualidades he topado con un efecto físico absolutamente extraordinario, de una tal complejidad que requiere las mejores mentes para poder ser explorado y explicado. Por eso me he permitido llamarla, con la esperanza de que usted pueda formar parte del grupo de investigación que estoy creando con este fin. Su intuición y su capacidad de síntesis son conocidas en todo el mundo y ...
—¿Qué efecto? —Novak era completamente indiferente a los halagos de Drew y seguía siendo tan fría como al principio. Mostraba interés por el efecto, sin embargo, y eso ya era muy buen signo.
—Lo siento, profesora Novak, pero se me ha ordenado mantener todo en secreto y no puedo hablar de ello al teléfono. Se dará toda la información únicamente a los miembros del grupo. Espero vivamente que usted quiera ser parte de él. —Drew lo había hecho lo mejor que podía. Ahora era el turno de Novak.
—¿Quién estará en el grupo?
Drew se esperaba esta pregunta, pero se acongojó igualmente.
—Kamaranda, Schultz y... —dudó— ... Kobayashi —concluyó en un susurro.
—¿Kobayashi? —repitió Novak—. ¿Kobayashi? ¡Ja, ja, ja! —explotó con una potente carcajada—. ¡Qué elección más buena, profesor Drew! ¡Será un placer cantarle las cuarenta a ese incompetente machista y engreído!
Drew estaba aturdido, aunque se esperaba una reacción de ese tipo. La noruega se estaba partiendo de risa solo con la idea de poder discutir con Kobayashi. Qué locura. Aquella mujer debía tener cuentas muy pesadas con los hombres, para comportarse de esa manera. De todas maneras, había aceptado el encargo implícitamente, y esto era un resultado que Drew no pensaba poder conseguir tan fácilmente. Sabía que estaba poniendo al pobre Kobayashi en las garras de Novak, pero también sabía que Maoko actuaría como moderadora y las cosas no serían seguramente difíciles. Al fin y al comandante, se trataba de científicos a punto de estudiar un problema complejo, y la investigación debía ser la prioridad número uno.
—¿Sería posible para usted estar en Manchester pasado mañana? —preguntó Drew fingiendo que ignoraba la hilaridad de su compañera.
Tras un momento de pausa, la noruega respondió casi con simpatía:
—Creo que sí. Delegaré mis tareas a mis compañeros. Tengo curiosidad por ver ese fenómeno del que habla. —Y entonces volvió el hielo del Ártico—: espero que sea verdaderamente algo inédito y no una tontería como otros descubrimientos falsos.
Drew tembló, pero mantuvo el control.
—No se arrepentirá, profesora Novak. Le agradezco enormemente que haya aceptado mi invitación. La espero con ansia. De nuevo gracias y nos vemos dentro de poco.
—Adiós —se despidió ella.
Drew estaba en el séptimo cielo. Había conseguido formar el equipo e iban a empezar a trabajar sobre el fenómeno dentro de unos días.
Llamó a Kobayashi para informarle de la fecha de la reunión. A pesar de tener tan poco tiempo para prepararse, el japonés lo aceptó y confirmó su presencia ese día.
Marlon volvió con las fotocopias y Drew lo puso al corriente del acuerdo con los científicos del recién nacido grupo de investigación.
—Profesor —observó el estudiante—, estaba pensando que cuando mostremos el efecto a los compañeros, la profesora Bryce no podrá estar en su despacho, y nosotros tendremos que recuperar, sin que ella lo sepa, todo el material que hayamos mandado allí; si no, habrá problemas. La escena en el despacho del rector le preocupaba.
—Tienes razón, Marlon —convino Drew—. Tenemos dos alternativas: o, de acuerdo con McKintock, la informamos sobre el experimento y le pedimos que colabore, o hacemos todo cuando ella no esté en el despacho. En este caso, entonces, tendremos que pedir al rector las llaves de ese despacho —reflexionó un momento y concluyó—: Veamos qué dice McKintock. Que decida él.
—¿Es una broma? —saltó McKintock—, Bryce me da ya suficientes problemas