El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi
la impresión de que el fenómeno tiene que ver con la geometría intrínseca del espacio, y que prescinde completamente de lo que el espacio contiene —observó Novak. Se acercó a Kamaranda y Schultz y les contó este último experimento, así como sus consideraciones. Los dos estudiosos se miraron, después el hindú levantó los hombros y borró toda la pizarra. Se quedaron pensando un momento, y después volvieron a escribir, con los comentarios de Novak sobre algunos detalles de las ecuaciones. En general seguía una breve discusión, después modificaban la ecuación, y continuaban.
Así pasaron algunas horas.
Bryce fue a dar unas lecciones; sus estudiantes se preguntaron ese día qué podría haber pasado: no era seca y exigente como solía, sino que parecía colmada de una felicidad interior, de cuya causa no tenían ninguna pista.
Kobayashi y Maoko empezaron a cambiar parámetros y regulaciones micrométricas en el dispositivo de una manera más sistemática y organizada que Drew y Marlon aquella noche determinante. Drew les había dado un gran número de muestras para las pruebas, y pudieron realizar numerosos experimentos. Hacia mediodía, sin embargo, Kobayashi se puso de pie con rabia y lanzó varias imprecaciones en japonés, después apoyó las manos sobre la mesa del laboratorio y observó con hostilidad el montaje. Había algo que no cuadraba. Antes de realizar el último intercambio habían configurado una regulación compleja, derivada de todos los apuntes y los esquemas que habían escrito y que estaban apoyados ordenadamente sobre la mesa de al lado. Pero el resultado no era el que esperaban.
—¿Por qué no se desplaza el punto B? ¡Maldita sea! —exclamó Kobayashi.
Maoko tenía una expresión oscura y mostraba una frustración evidente. Ella también se levantó, y cogió unos apuntes para releerlos por enésima vez en busca de algún error.
—No hay errores, Kobayashi-san —declaró tras unos instantes—. Es como si hubiera otra placa polarizada que mantiene el campo en la misma posición.
—¡Pero no hay otras placas, Maoko-san! —respondió irritado el japonés—. Hay algo que no vemos, algo que se nos escapa. Y, además, ¿dónde estaría esa tercera placa, según tú?
Maoko miró hacia arriba, al techo.
—Allí, profesor —dijo, señalando arriba.
—¡Drew-san! —llamó Kobayashi con voz tensa.
Drew estaba construyendo unas piezas para construir la segunda máquina. Se acercó a grandes pasos a los japoneses.
—Dime, Nobu.
—¿Qué hay sobre el falso techo?
Drew lo miró con la boca abierta.
—¿Sobre el techo? —preguntó, estupefacto—. ¿Qué quieres decir con «sobre el techo»?
—Dentro del techo —insistió, impaciente Kobayashi. Cuando no conseguía resolver un problema se volvía irascible—. ¿Podría haber metal, que tú sepas? ¿Una enorme y larga placa de metal?
Drew lo miró aturdido, después, de golpe comprendió lo que le estaba preguntado su compañero japonés.
—En el techo no lo sé, pero sé lo que hay sobre el techo— respondió—. Hay un laboratorio de ciencia de los materiales. Vamos a verlo.
Seguido por Kobayashi y Maoko, Drew salió del laboratorio y empezó a subir las escaleras. Abrió con violencia las puertas del laboratorio, dejando paralizados a los estudiantes que estaban trabajando allí, y se dirigió a la zona que debería estar sobre su montaje.
Justo allí, tendida en el suelo, había una placa cuadrada de hierro galvanizado, de unos pocos milímetros de espesor y dos metros de lado.
—¡Aquí lo tenemos! —gritó Kobayashi, señalando un lado de la placa.
Maoko lo vio y comenzó a asentir, descargando con un suspiro profundo la tensión acumulada durante esas horas.
—No comprendíamos por qué el punto B no se desplazaba, hiciéramos lo que hiciéramos. Ahora está claro —explicó, exultante—. Esta placa hace de placa secundaria con respecto a la placa del punto A. Ambas son paralelas, y esta tiene una tensión de referencia cero, porque está conectada a la tierra —y señaló el mismo punto que antes había identificado Kobayashi.
Siguiendo el dedo de la muchacha, Drew vio que el borde de la placa tocaba la tubería de desagüe del lavabo del laboratorio. El tubo metálico estaba conectado al sistema de descarga, que acababa en la tierra, en algún sitio. Como la tierra era la referencia de tensión cero para muchos sistemas de alimentación eléctrica, aquella placa resultaba jugar un rol extraño en el experimento de Drew.
—Si esta placa no hubiera estado aquí, o no hubiera estado conectada a la tierra, mi dispositivo no habría producido nunca el fenómeno que estamos estudiando —observó Drew—. Increíble.
—Estas son las coincidencias que hacen progresar al género humano, amigo mío —declaró Kobayashi, satisfecho.
Drew se dirigió a los estudiantes, que los miraban desconcertados.
—¡Tú! —dijo a un chico con aire de ser espabilado—, ¡ve ahora mismo a llamar a tu profesor!
—No tienes por qué enfadarte, Drew. Llevo aquí un buen rato.
Una voz tranquila y sardónica salió de detrás de una cortina de estudiantes, seguida por su propietario.
—Oh, ejem..., perdona, Morton... —dijo, embarazado, Drew—, es que esta placa de metal es un elemento fundamental del experimento que estamos conduciendo abajo. ¿Te importaría dejarla donde está por algunas horas?
—No hay ningún problema, estimado compañero —le respondió Morton con serenidad—. Sigue trabajando tranquilamente. Pero... —dijo, mirándolo con una sonrisa—, ¡me debes un trago!
—Cuenta con ello, Morton, gracias.
Mientras volvían abajo, Kobayashi habló con Maoko, y luego tradujo para Drew.
—Ahora tenemos que construir una placa secundaria más práctica. Bastará con una placa cuadrada de veinte centímetros de lado y de un milímetro de espesor. La fijaremos a un soporte regulable y la colocaremos inicialmente a diez centímetros sobre la placa del punto A. Por supuesto, la conectaremos a la tierra para que tenga el mismo comportamiento eléctrico que la placa del laboratorio de ciencias de los materiales.
Drew se puso a trabajar en ello inmediatamente y en una hora la placa secundaria estaba lista.
Kobayashi la colocó como había pensado, y después buscó una muestra en la caja de Drew para ponerla en el punto A. La caja estaba completamente vacía: habían usado todo lo que habían puesto a su disposición.
—¿No hay nada más que podamos utilizar? —preguntó Kobayashi con impaciencia.
—Déjame que piense... —Drew miró a su alrededor y, como no encontró nada, cogió un vaso de plástico lleno de agujas transparentes de cristal y se lo dio al japonés.
—Usa esto. No sé qué es, pero creo que no es nada especial.
Kobayashi colocó el vaso en la placa del punto A y después, sin tocar ninguna regulación, hizo un gesto a Maoko, que pulsó la tecla de activación.
Al instante, una fuerte explosión sacudió el laboratorio. Todos se tiraron al suelo, aterrorizados. Drew no podía respirar y la lanzó hacia la puerta. La abrió de par en par y volvió dentro a ayudar a los demás.
Novak estaba tirada en el suelo, boca abajo, inconsciente. Schultz y Kamaranda se estaban levantando en ese momento; jadeantes sujetaron a la noruega, cogiéndola por debajo de los brazos uno y el otro por los pies, y la llevaron a fuera.
Maoko y Kobayashi habían salido por su propio pie y estaban respirando a grandes bocanadas.
Drew