El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi
máquina es igual! —exclamó Maoko con rabia, pero Kobayashi posó su mano sobre el brazo de la chica para calmarla.
—Hemos situado los retículos de ionización a 437 micrómetros de distancia —dijo el científico japonés—. El instrumento que hemos usado para calibrar la distancia tiene una resolución de un micrómetro, por lo que el valor exacto puede variar entre 436,5 y 437,4 micrómetros14. Supongamos que la distancia sea de 436,9 micrómetros. ¿Dónde estaría el punto B?
Novak, Kamaranda y Schultz volvieron a la pizarra, borraron una zona que no era indispensable y desarrollaron la función basándose en los datos reales recibidos de sus compañeros. La ecuación era compleja y tardaron unos minutos, hasta que Schultz anotó el resultado en una hoja y los tres volvieron a la mesa con el dispositivo.
—Suponiendo que no queremos modificar la triada —dijo el alemán—, es decir, dejando los parámetros como están, el punto B estaría a unos 18,6 metros respecto a la botella de agua. La dirección del desplazamiento no sabemos determinarla todavía, así que imaginaos una esfera de 18,6 metros de radio centrada en la posición de la botella. Pues bien, el nuevo punto B estará en un punto cualquiera de la superficie de esa esfera.
Drew miró por la ventana.
Ya era de noche. Había pocas personas por las avenidas de la Universidad cercanas al laboratorio. En los pisos superiores seguramente ya no había nadie, y lo mismo en los locales adyacentes. La superficie de la esfera imaginaria pasaba también bajo la tierra, además. ¿Podrían pasar tuberías de gas por allí? Drew pensaba que no. Una opresora sensación de impotencia se mezclaba con resignación se apoderó de él. Sentía como si tuviera una roca sobre el pecho que le impedía respirar. Fue a la puerta, la abrió y salió a respirar el aire fresco de su Manchester. Respiró unas bocanadas profundas, repetidamente, mientras los demás lo miraban desde dentro.
¿Podía pedir permiso a McKintock para realizar un experimento así? No, el rector lo habría ridiculizado por haber montado todo aquello y después no ser capaz de controlarlo.
Tenía que asumir su responsabilidad, y también los riesgos asociados.
Volvió a entrar y se dirigió a Schultz.
—¿Cuál sería el radio de la esfera imaginaria si el retículo de ionización estuviera a 436,5 micrómetros? ¿Y con 437,4?
—Unos 62 kilómetros en el primer caso, y 15 en el segundo. —Ya lo habían calculado, previendo la pregunta—. Y si la distancia fuera 436,99 micrómetros, la esfera tendría un radio de pocos metros, pasando por nuestros cuerpos —añadió Schultz para concluir.
Drew abrió mucho los ojos durante un segundo, después le dominó una sensación de cansancio.
¿Cómo podía experimentar con una tolerancia tan amplia?
No podía. Y al mismo tiempo no tenía alternativas.
—Hagámoslo —dijo con voz seria, bajando la cabeza y mirando al suelo con ojos vacíos.
Todos se colocaron alrededor de la mesa con la segunda máquina. Novak estaba cubierta de sudor frío, mientras que Marlon se apartó un poco, como si esto pudiera protegerlo de alguna manera.
Maoko observó de nuevo todo el sistema y después presionó la tecla con decisión.
Una masa roja y densa apareció en lugar del prisma de cristal, desecha, y comenzó a fluir lentamente por la placa.
Plop.
Plop.
Todos los presentes palidecieron.
Drew vomitó allí donde estaba, cayendo después de rodillas sobre su propio vómito.
Las piernas de Novak cedieron y tuvo que agarrarse a una estantería, pálida como un cadáver.
Kamaranda y Schultz se quedaron de piedra, y los japoneses no mostraron ninguna reacción.
Marlon tenía los ojos y la boca abiertos de par en par, aterrorizado.
Después de unos segundos, sin embargo, mirando la masa roja, notó algo.
Se acercó para ver mejor.
Había algo, en medio de esa pasta.
Cogió unas pinzas y, con un cuidado extremo, la introdujo en la masa.
Dudó un momento, después cerró el pico de la pinza sobre un trozo sólido.
Retiró la pinza con mucha atención y dejó caer el objeto encontrado sobre la mesa.
Los demás seguían sus movimientos como si estuvieran en un trance, menos Drew que seguía arrodillado, impresionado.
Marlon examinó el objeto durante unos momentos, después cogió un vaso de cristal y lo llenó con agua de un grifo del laboratorio.
Cogió el objeto con la pinza y lo sumergió en el agua, sin soltarlo. Lo sacudió varias veces para limpiarlo, y el agua del vaso se tornó de color rosa.
Alzó la pinza lentamente para sacar el objeto limpio.
Una sonrisa se dibujó en su rostro, y emitió un sonoro suspiro de alivio.
—Profesor —llamó—, profesor Drew...
Drew sacudía la cabeza, y daba la espalda a todo el mundo, como si no quisiera saber nada.
—Profesor —insistió Marlon—. Todo está bien, profesor. Mire esto.
Drew se levantó con dificultad, sin ganas, y se acercó reluctante.
Lo que vio lo dejó de piedra.
Marlon sujetaba un trozo de plástico rosa con la pinza, al que estaba sujeta una etiqueta estampada.
—Esta es la salsa de tomate que pongo todos los días sobre mi filete —explicó el estudiante—. El comedor de la Universidad la compra directamente a Italia, a un productor artesano, y la guardan en un refrigerador que está a unos veinte metros al este de aquí.
»Está muy rica, ¿sabe? —añadió—. Está aromatizada con orégano, mi especia preferida.
Capítulo XII
Maoko estaba volviendo a su apartamento, caminando despacio por las avenidas del campus, iluminadas por farolas de estilo victoriano. El aire de la noche era refrescante y energizante, después de un día como aquel.
Estaba muy cansada, pero, al mismo tiempo, excitada por los resultados obtenidos.
Era increíble que en un solo día hubieran podido construir una segunda máquina que funcionaba, y, además, llegar a una aproximación a la teoría del fenómeno. Drew había elegido bien su equipo, y la unión de esos expertos había tenido un resultado excepcional.
Estaba feliz de que Kobayashi la hubiera traído con él. Sabía haber contribuido de manera importante a la investigación, y esto la llenaba de orgullo. Después de todo, había conseguido calibrar el retículo de ionización con solo 0,1 micrómetros de error, un valor extremadamente reducido, puesto que había usado un calibrador con resolución de un micrómetro.
Llegó delante de la puerta de su apartamento, en una zona más bien aislada del campus. Giró la llave en la cerradura y abrió la puerta. Estaba dando el primer paso hacia el interior cuando un ruido precipitado la hizo girarse de golpe.
De la oscuridad surgió Novak, que se situó delante de ella con ojos incendiados.
—¡Señorita Yamazaki! —la interpeló bruscamente—. ¿Cómo se ha permitido, hoy, dirigirse a mí de ese modo? ¡Usted, una mera estudiante! —de manera impulsiva dio un paso hacia delate y pasó el umbral de la puerta—. ¡En todos mis años de enseñanza no he encontrado nunca nadie tan insolente como usted! —siguió, hablando con desprecio—. Quizá en vuestro país de comedores de arroz estáis