El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi
se puso de pie.
Mientras tanto habían llegado numerosas personas de las zonas cercanas.
Drew minimizó el incidente para no llamar la atención sobre su investigación secreta.
—Ha explotado una alimentación, nada de particular. Ya sabéis lo que pasa, cosas viejas, no hay dinero para renovar el material, y así pasan estas cosas.
Estudiantes y compañeros de los otros laboratorios asintieron con comprensión y, viendo que las personas implicadas estaban bien, aunque también algo aturdidas, volvieron a sus tareas.
En ese momento volvió la profesora Bryce.
Había oído la explosión de lejos, mientras se dirigía al laboratorio, y se había dado prisa para llegar.
—¿Qué habéis hecho? —preguntó, preocupada, viéndolos en ese estado, con la ropa estropeada y el pelo sucio y despeinado.
—Todavía no lo sabemos —respondió Drew, mirando a su alrededor, desconfiado, para asegurarse de que no había nadie que pudiera oírlos.
Volvieron con cautela al laboratorio.
La mesa con el experimento estaba intacta.
Drew dio la vuelta al laboratorio y de repente vio lo que había pasado.
En la zona de la cafetería, la botella de agua había explotado.
Era una botella de diez litros y no había quedado ni un hilo de plástico del material que la constituía.
A su alrededor, todos los objetos metálicos estaban corroídos y echaban humo. La pared estaba ennegrecida y, en el suelo, el líquido incoloro se mezclaba con fragmentos caídos de los objetos dañados.
—Pero ¿qué habéis hecho? —preguntó de nuevo Bryce.
Kamaranda, Schultz y Novak miraron inquisitivos a Drew y a los dos japoneses.
—Bueno... hemos construido una nueva pieza para la máquina, la hemos montado y hemos intentado transferir una muestra. Eso es todo —dijo Drew, inseguro.
Maoko y Kobayashi miraban delante de ellos sin expresión alguna.
—¿Una muestra? ¿Qué muestra? —se informó, alarmada, Bryce.
—Ejem... —empezó Drew—, como nuestras muestras se habían acabado busqué por el laboratorio y encontré un vaso lleno de cristales transparentes con forma de aguja... estos de aquí —y señaló un vaso idéntico al primero, en un estante.
La profesora Bryce palideció.
—¡Desgraciado! —gritó— ¡eso es yoduro de berilio!
Todos los presentes la miraron con expresión embobada.
—¿No lo entendéis? —gritó todavía más fuerte—. ¡El yoduro de berilio es fuertemente higroscópico y reacciona violentamente con el agua! Y la reacción produce ácido yodhídrico, ¡uno de los ácidos más corrosivos! Tenéis suerte se seguir estando enteros. ¿Pero cómo se os ha ocurrido mandarlo a la botella de agua?
Los dos japoneses seguían sin hablar, pero Drew los miró con intensidad.
—No podíamos prever dónde estaría el punto B con la nueva placa —dijo Kobayashi con una voz átona—. Este ha sido el primer experimento, y en función de este resultado podremos comenzar a calibrar una escala dimensional para situar el destino de los intercambios.
Maoko asintió fríamente.
—¿Os dais cuenta del peligro que habéis ocasionado? —exclamó Novak—. Esa muestra podía acabar en cualquier lugar, ¡incluso dentro de una persona!
—¿Y entonces? —la confrontó Maoko —. ¿A lo mejor usted es una gran científica y tenía otra solución? ¿Nos habéis dado algún elemento que nos permitiera calibrar la máquina? ¡No! Así que nosotros teníamos que experimentar. Y el riesgo estaba aceptado. Nosotros también estábamos en este laboratorio. ¡El problema de vosotros, occidentales, es que para vosotros la muerte es lo peor que puede ocurrir, mientras que, para nosotros, orientales, es también una cuestión de honor! ¡Morir de manera honorable, realizando una gran empresa, es uno de nuestros valores supremos! —concluyó la pequeña japonesa con los ojos en llamas y apretando los puños.
Novak iba a responder, pero Drew intervino para calmar los ánimos.
—Calma, por favor. En efecto, no veo cómo podríamos haberlo hecho de otra manera, sin una teoría consolidada. ¿Pero cómo ha llegado el yoduro de berilio a un laboratorio de física?
Nadie respondió, pero la profesora Bryce cogió el vaso que quedaba y se lo llevó. Aquella mañana había llegado a la reunión con dos vasos, que debía llevar a su laboratorio para algunos experimentos rutinarios, y los había dejado temporalmente en un estante. El desmayo y toda la actividad posterior, con los intercambios de muestras entre el laboratorio y su despacho, le habían hecho olvidar sus muestras completamente.
Capítulo X
Marlon había tenido suerte.
Buena parte de los elementos necesarios para la construcción de la segunda máquina la había encontrado en otros laboratorios de física y de ingeniería electrónica. El resto lo consiguió por un proveedor cerca de la universidad, al que pudo llegar en bicicleta.
Todo cabía en una caja de tamaño mediano y que pesaba algunos kilos; como ya era mediodía fue a comer a la cafetería de la universidad, llevando la caja consigo.
Como cada día, la comida en la cafetería era la ocasión de ver a Charlene. En cuanto ella lo vio con aquella caja y una expresión jadeante comprendió que algo estaba sucediendo, probablemente relacionado con el extraño comportamiento de Joshua desde hacía algunos días. Esa actitud misteriosa, esa tensión interior que se entreveía a pesar de los esfuerzos del chico por disimularla, la convencían más y más que su novio portaba un gran secreto, tan secreto que no podía contárselo ni siquiera a ella.
Intentó provocarlo.
—¿Qué tal? —preguntó deliberadamente con un tono ansioso—. Me tienes preocupada, Joshua. Estás taciturno, no hablas de tus estudios, ¡y ni siquiera has venido a verme a mi habitación! —acabó, con malicia.
—Oh, sí, perdona, amor mío —intentó tranquilizarla Marlon—, estoy preparando un dispositivo complicado y estoy muy concentrado en el trabajo.
—¿Así que no tienes tiempo para mí? —respondió ella, molesta.
—¡No, no es eso! Es que se trata de un experimento muy delicado que... —miró a su alrededor con aire circunspecto —que solo puedo hacer yo. Si sale bien, tendré un éxito tal en mi carrera que nadie podrá igualarme —concluyó, susurrando en su oído.
No había mentido y tampoco había revelado informaciones reservadas. Estaba a gusto con su conciencia y esperaba haber satisfecho a su novia.
—Ah, es eso entonces —Charlene respondió con una falsa expresión de alivio. Marlon era un libro abierto para ella, que tenía un instinto natural para captar las mentiras. Además, el hecho de estudiar psicología le había permitido estudiar las microexpresiones faciales, lo cual la había apasionado de tal manera que había empezado a estudiar por su cuenta todo lo que había encontrado sobre el tema, en paralelo a los cursos normales de su facultad. Veía con toda claridad que Marlon estaba tratando con algo enorme y no quería que ella lo supiera. Y había más, mucho más que un posible resultado brillante de sus estudios. Algo lo tenía en vilo y al mismo tiempo lo llenaba de entusiasmo. Si él no quería o no podía decírselo tenía que ser algo muy, muy secreto.
—Muy bien Joshua. Me alegro —le mintió descaradamente.
Marlon suspiró aliviado y volvió a comer, pensando haber acabado con las preguntas.
Charlene le ofreció una sonrisa y atacó su ensalada