El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi
—Un poco más... más... no, ¡demasiado! —La muchacha medía con un micrómetro digital el espacio entre dos retículos de ionización—. Hacia atrás despacio... sigue... despacio... ¡para! Un poco más, pero poco, poco... cuidado... y... ¡para!
Marlon retiró inmediatamente su mano del tornillo de regulación, sin rozarlo.
Maoko se enderezó, respiró, y volvió a inclinarse sobre la mesa para repetir la medida y comprobar que correspondía a los datos iniciales.
—Cuatrocientos treinta y siete micrómetros. Perfecto. Fija el tornillo.
Marlon abrió y cerró varias veces la mano, para relajar los músculos cansados, y después la acercó lentamente al tornillo de regulación micrométrica para, con la máxima delicadeza, apretar la arandela de fijación concéntrica. Aguantaba la respiración para no provocar movimientos indeseados de la mano. Se retiró y miró a Maoko.
Ella no había quitado los ojos del micrómetro en ningún momento.
—Bien —declaró, mirando seriamente la pantalla del instrumento.
Miró a Drew.
—En nuestra opinión —dijo, mirando a Kobayashi, que aprobó con la cabeza—, esta regulación es probablemente la más crítica del proyecto. Durante la generación de energía necesaria para que ocurra el intercambio, los retículos producen un campo ionizado especial que genera un efecto secundario en el espacio a su alrededor, se acopla con las placas del punto A, la primaria y la secundaria, y, de alguna manera, provoca el intercambio.
—El ordenador da la orden al generador de alta tensión para que genere un impulso de energía de una duración de medio segundo —continuó Kobayashi—. Hemos observado que cambiar la duración del impulso influye poco sobre el funcionamiento. El efecto se produce siempre del mismo modo, con la condición de que la duración sea de al menos dos décimas de segundo. Por encima de ese umbral no se manifiestan cambios en el resultado del intercambio. Suponemos que el campo ionizado de los retículos alcanza la intensidad óptima cuando se impone, al menos durante el intervalo de tiempo mínimo, un valor de 1.123,08 V al parámetro K22 con una distancia entre los retículos de 437 micrómetros. Otros parámetros del sistema varían las dimensiones y la forma de la materia intercambiada, y queda por determinar qué determina las coordenadas del destino, para lo que hay que experimentar a partir del punto B, que la placa secundaria ha desplazado a este laboratorio.
—Bien —asintió Drew, serio—. Sigamos.
Montaron las placas A y A2, como habían denominado la placa secundaria, y Maoko controló de nuevo todas las conexiones y las regulaciones.
Marlon se sentó frente al ordenador, lanzó el programa necesario y comprobó la comunicación con el generador. Funcionaba perfectamente. Se volvió hacia los demás con expresión interrogante.
Drew estaba angustiado. Todo estaba listo para ensayar la segunda máquina, pero él tenía pavor de que el intercambio ocurriera en el interior de una persona. Habría sido un desastre, una tragedia para su carrera y para el futuro de la ciencia. Incluso para la víctima, para ser sinceros.
Kobayashi lo miraba como un samurái habría mirado a un compañero que no se atrevía a suicidarse por honor. Drew sentía el desprecio de su amigo, pero no podía cambiar su manera de sentirse. No tenía miedo solo por sí mismo, sino por todos los demás.
Maoko colocó los puños sobre sus caderas, inclinó la cabeza y se puso a mirarlo de soslayo, molesta, esperando.
Marlon lo miraba, nervioso.
Drew dudó todavía, inseguro, pero finalmente se decidió.
—De acuerdo —dijo, con resolución—. Intentémoslo.
Maoko se acercó al ordenador y miró a Marlon intensamente. Él entendió y se levantó enseguida, incluso aliviado de que le hubieran relegado de esa responsabilidad.
Maoko se sentó e introdujo los valores de todos los parámetros, y luego miró a Drew.
—Una muestra, por favor —dijo con voz seca, como el viento que azota la cima del monte Fuji.
Drew miró alrededor, después eligió un pequeño prisma de cristal y lo situó en la placa primaria.
Maoko miró a Kobayashi, que observó por última vez los instrumentos para asegurarse de que todo era correcto, y después afirmó con un gesto de la cabeza.
La joven acercó el dedo a la tecla de activación, dirigió su mirada a la muestra, e hizo un ademán para apretar la tecla, cuando un grito de Novak la paralizó al instante.
—¡Quietos! —chilló, corriendo hacia la mesa de experimentación seguida por Schultz y Kamaranda—. ¡No actives la máquina! ¡Todos quietos! —ordenó, agitadísima.
Maoko retiró la mano del teclado y miró con odio a Novak.
—Hemos comprendido cómo se definen las coordenadas —continuó la mujer noruega—. Están directamente relacionadas con la distancia entre la placa primaria y la secundaria según una función matemática que analizaremos más tarde, pero el problema es que, según nuestro trabajo, hay una relación particular con la longitud de Planck13.
Drew la miró atónito.
—¿Qué quieres decir exactamente?
—Quiero decir que algunos de vuestros estimados parámetros influyen sobre las coordenadas de destino, más de lo que cabría esperar, pero sólo si se ajustan a valores muy específicos y de acuerdo con combinaciones bien definidas —anunció triunfalmente—. Hasta esta mañana el destino se encontraba en el despacho de la profesora Bryce solo porque la relación con la distancia entre la placa del punto A y la placa en el laboratorio encima de este no cambiaba con una combinación de los parámetros oportunos. Cuando habéis montado la nueva placa secundaria el experimento ha funcionado igualmente, solo que, al ser menor la distancia entre las placas, el destino del intercambio también se ha reducido. Hemos encontrado una función aproximada que puede explicar este comportamiento. Por suerte para todos nosotros, no habéis encontrado las combinaciones cruciales con vuestros experimentos. Hay tres parámetros, el K9, el K14 y el R11, que, según lo que hemos comprendido, componen una triada de traslación. La triada desplaza el punto B de una mera posición relacionada con la distancia entre la placa A y la placa A2, corregida con la función que he mencionado, a una posición en el espacio completamente arbitraria. Y cuando digo arbitraria quiero decir «donde sea» —Kamaranda y Schultz asentían vigorosamente.
—Quiere decir... —balbuceó Drew.
—Quiero decir, egregio profesor Drew, que configurando correctamente la triada podemos situar el punto B en una posición cualquiera del universo conocido —concluyó Novak con los ojos brillantes y la expresión animada.
Drew estaba como loco. Había aguantado la respiración durante la explicación de la científica y ahora le faltaba el oxígeno.
Marlon tenía un sudor frío causado por todo lo que acababa de aprender, mientras Kobayashi y Maoko sonreían satisfechos. Quién sabe por qué.
—La longitud de Planck aparece en la ecuación de la traslación para establecer posiciones discretas del punto B —explicó Schultz—. Esto significa que, por ejemplo, podemos situar el punto B en la superficie de Júpiter, en las coordenados con latitud 30º N y longitud 125º E, y ni un metro más lejos, más cerca, arriba o abajo. La destinación alternativa más cercana podría estar a 100 kilómetros de distancia. Esto es solo un ejemplo, cuidado, porque todavía tenemos que encontrar los valores reales, y además hay que experimentar con la triada.
—Entonces... —tentó Drew.
—Entonces —intervino Kamaranda— si la máquina que acabáis de construir presenta alguna diferencia, por pequeña que esta fuera, estructural o de regulación, el destino se desplazará.