El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi

El Criterio De Leibniz - Maurizio  Dagradi


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que estaba haciendo Joshua y..., lo he hecho sin pensar. De nuevo, les pido perdón.

      —Lo hecho, hecho está —concluyó Drew—. Pero ahora debe darse cuenta de que todo lo que ha visto y todo lo que aprenderá a partir de ahora será absolutamente secreto. Absolutamente. ¿Lo entiende? El rector McKintock en persona dirige este proyecto y ha ordenado la máxima discreción. Usted no podrá, bajo ningún concepto, repito, bajo ningún concepto, hablar de ello con nadie. ¿Está claro?

      —Sí. Está claro. Lo entiendo —respondió Charlene, todavía arrepintiéndose, pero también orgullosa de haber entrado en ese grupo.

      —Y, bueno —añadió Drew, guiñándole un ojo—, una psicóloga siempre puede ser de ayuda.

      Charlene sonrió, y al mismo tiempo Bryce la cogió por el codo y la alejó, hacia el escondite del hámster.

      —Bien, señorita aspirante a psicóloga Charlene, novia del alumno Marlon, como rito de iniciación en esta cofradía de la Universidad de Manchester, tiene que ayudarme a recuperar el roedor fugitivo —sentenció, y le puso un trozo de cartón en la mano.

       Charlene palideció.

      —¡No! ¡No, no puedo!

      —¿Cómo dice? —la miró a los ojos con una actitud amenazante.

      —Eh, bueno. —Charlene se dio cuenta de aquel era el precio que pagar por su desfachatez—: En efecto, solo es un pequeño... un ratoncito pequeño —dijo, temblando.

       —¡Es un hámster, no un ratón! —la corrigió Bryce con acritud—, y muchas familias lo tienen como animal doméstico, así que no debe temer nada. Doble el cartón en ángulo recto, sí, así, y apóyelo sobre estos lados libres del armario—, dijo, mostrándole dónde colocarlo. Después se agachó y puso un brazo contra el último lado libre del armario apoyado contra la pared, dejando solo una pequeña abertura. Metió la mano por ella y buscó en el espacio circunscrito. Tras pocos instantes lo atrapó. Retiró lentamente la mano y se levantó, presentando al mundo el primer mamífero desplazado con la máquina.

      El animal estaba bien, a juzgar por su comportamiento enérgico.

      Charlene dio unos pasos atrás, impresionada por el animal a pesar de todo.

      Bryce metió el roedor en la caja de muestras, que tenía agujeros para permitir que respiraran los ejemplares transportados en ella.

      —Y ahora, ¿queréis explicarme qué ha sucedido en el último intercambio? —preguntó, dirigiéndose a los compañeros que estaban a su alrededor.

      —Es fácil, profesora —respondió Kobayashi—. Con la excitación de los experimentos realizados con éxito no nos hemos dado cuenta de que la jaula era más grande que el volumen de espacio para el que la máquina estaba configurada. La jaula es un cubo de unos ocho centímetros de lado, mientras que nosotros habíamos calibrado solo para cuatro centímetros de lado. El resultado es que solamente el animal, dentro del volumen calibrado, ha sido transferido, junto a un trozo del suelo de la jaula. El resto ha permanecido en la placa A.

      —¿Queréis decir que... —insinuó Bryce, tensa—, que, si el hámster no hubiera estado completamente dentro del volumen destinado al intercambio, habríamos desplazado solo una parte del animal? ¿Se habría quedado un trozo en la jaula?

      —Sí, así es —confirmó Kobayashi, para nada turbado por esa posibilidad.

      Bryce suspiró.

      —Entonces hemos tenido suerte —asintió repetidamente, pensativa—. En todo caso, es un riesgo que había que correr. Sin embargo, comprendéis que desde el punto de vista ético la experimentación se puede hacer solo y únicamente cuando no hay alternativas. Con los resultados prometedores de los experimentos anteriores no tenía la más mínima duda de que algo podría haber salido mal. Por eso he puesto la jaula sobre la placa con tanta desenvoltura. ¡Este hámster ha sido afortunado! Con la velocidad a la que se mueve habría podido estar en cualquier lugar de la jaula en el momento del intercambio. Estoy contenta de que haya salido todo bien —concluyó, golpeando con un dedo la caja en la que el animal se movía sin parar, corriendo de aquí para allá.

      Marlon, mientras tanto, se había acercado a Charlene. La llevó a parte y le preguntó en voz baja:

      —Dime una cosa. ¿Cómo has hecho para entrar en el laboratorio sin que nadie te viera?

      —No te he visto en el comedor —respondió ella—. Estaba preocupada. Por la tarde, cuando iba a la biblioteca, te he visto salir del comedor junto al grupo aquí presente. Os he seguido desde lejos y os he visto entrar aquí. He dado la vuelta al edificio y he encontrado la ventana del baño abierta. He entrado por allí y he podido esconderme detrás del armario sin que me viera nadie. He visto los experimentos. Lo demás ya lo sabes.

      —Has entrado por el baño —le sonrió Marlon, enamorado. La acarició con la mirada—. Como un filme policíaco de serie B —y se rio divertido.

      —¡Justo así, graciosillo! —replicó Charlene maliciosamente, dándole una patada en el pie.

      —Señoras y señores, por hoy basta —anunció Drew en voz alta—. Diría que hoy no nos podrían haber salido mejor las cosas. Gracias a todos. ¡Nos vemos mañana!

      El grupo se disolvió y cada uno se dirigió a su alojamiento.

      Otro día histórico llegaba a su fin.

      Capítulo XV

      Midori miró por la ventana a un punto lejano, invisible.

      Allí estaba el jardín de los cerezos, en el parque en el que había conocido a su amado Noboru.

      Era el atardecer, y la muchacha escribía a su novio.

      «Hoy estoy muy cansada.

      La lección de historia del Japón medieval es realmente insoportable. ¿Qué más me da lo que pasara en esa época? Yo estoy viviendo ahora. Es ahora cuando no puedo estar contigo, y me duele el corazón de lo mucho que te echo de menos.

      Dentro de dos semanas tengo el examen de historia y no consigo retener las nociones. Me saldrá mal, lo sé. Y mis padres se preguntarán por qué, después de una buena carrera universitaria, mi rendimiento ha bajado tan notablemente.

      No, no es justo, ni por ellos, que me quieren, a pesar de todo, y esperan que llegue a una buena posición social, ni para mí, porque si no termino los estudios solo podré hacer tareas domésticas, precarias y mal remuneradas. ¿Por qué las mujeres japonesas están tan discriminadas? Es una sociedad marchita, dominada por machos autoritarios que deciden todo y dejan a la mujer mirando ese techo transparente a través del cual ellos gobiernan nuestras vidas.

      Pero yo no quiero quedarme en la sombra.

      Estudiaré, sí, estudiaré más que nunca, también Historia, sí, y me licenciaré y seré profesora, ganaré lo suficiente y podremos casarnos, y tú saldrás de esa barca y dejarás de ser pobre. Y tú también podrás estudiar, como yo, y serás poeta: tienes el talento, Noboru, y tienes que complementarlo con los estudios».

      Midori levantó la pluma de la hoja y se pasó las manos por los ojos, para secar las lágrimas que se deslizaban por su rostro copiosamente. Sufría terriblemente. Pero también era fuerte y racional. Sabía luchar.

      Maoko cogió el pañuelo y se secó los ojos. El desgarro de Midori la había conmovido. Ese amor atormentado se escapaba de las páginas del libro y le llegaba al corazón, haciéndola llorar cada vez.

      Con un suspiró pasó la página, pero justo en ese momento alguien llamó a la puerta.

      Un golpe discreto, casi tímido, habría podido decir.

      Perpleja, miró el reloj a la luz de la lámpara: eran las diez de la noche, ¿quién podía ser, a esa hora?

      Se levantó de la cama, dejó el libro


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