El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi
tienes razón.
Drew cogió un bloque de teflón de otra mesa y lo colocó sobre la placa.
Variando el K22 lo hicieron desaparecer también. Obtuvieron el mismo resultado con un trozo de madera, un prisma, una lámina de plomo y el borrador de la pizarra. Vieron que el espesor de la materia que desaparecía era de medio centímetro.
Eran las diez de la noche cuando empezaron a variar los otros parámetros. Habían apagado todas las luces menos una lámpara que estaba sobre la mesa. La luz espectral de la luna entraba por la ventana cercana, iluminando la espalda de dos personas inclinadas sobre una mesa desgastada de un laboratorio de física normal y corriente. Su trabajo era silencioso, monacal. El estudiante seguía al maestro, y el maestro sacaba energía de la intuición del estudiante, joven pero perspicaz. Bastaban pocas palabras, a veces tan solo leves gestos, para que se comprendieran al vuelo y siguieran en perfecta sintonía el análisis de un fenómeno tan portentoso como misterioso.
—Debe ser un intercambio —observó Drew durante las pruebas.
Marlon lo miró con aire interrogativo.
—Si la materia fuera desplazada o se desintegrara, en su lugar quedaría un vacío, y el aire alrededor lo rellenaría inmediatamente, produciendo un ruido seco, como un chasquido. Como no oímos ningún ruido, creo que la materia que desaparece de aquí va a otro sitio, y es sustituida por un volumen de aire que aparece en su lugar. El intercambio debe ser instantáneo y ocurrir en el mismo instante.
«Quién sabe a dónde va a parar todo esto», se preguntó Marlon, «¿a dónde estará apuntando el instrumento?»
En un momento dado apagaron la única lámpara que seguía encendida y hasta la pantalla del ordenador, para observar eventuales efectos ópticos asociados al experimento.
El interior del laboratorio estaba oscuro, salvo por la luz de la luna, que iluminaba débilmente el ambiente.
Ningún ruido, excepto el del ventilador del ordenador que soplaba suavemente y el zumbido tranquilo del generador de alta tensión.
Marlon sintió el impulso de mirar por la ventana y notó algo extraño: la cara que nos parece ver cuando miramos la luna ahora parecía que los observase atónita, como si no se debiera hacer lo que estaban haciendo en el laboratorio.
O no se debiera hacer todavía.
Marlon tuvo un escalofrío, pero se recuperó y activó el intercambio.
El laboratorio cayó en la oscuridad más completa. El estudiante se congeló al instante; la frente se le llenó de gotas de sudor.
—Profesor... —murmuró.
En respuesta, oyó solamente un extraño crujido. No se atrevía a moverse. El sudor aumentaba.
Parecía que el tiempo se hubiera parado.
Siempre oscuro, una oscuridad opresora, como una mano enorme que lo aplastase cada vez más.
La tensión se había vuelto intolerable.
Pasó medio minuto más, después el viento apartó la nube que había tapado la luna, sin que los dos lo supieran, y esta volvió a iluminar con una luz fría la escena.
Marlon miró a Drew.
El anciano profesor tenía los ojos fuera de las órbitas, la cara pálida como un trapo, y se aferraba con las manos a la mesa, fuertemente, con los nudillos blancos por el esfuerzo. Eso era lo que produjo el crujido que había oído poco antes. La seguridad y el autocontrol de Drew habían desaparecido, y en aquel momento tan solo exprimía una cosa: miedo.
—Profesor... —insistió Marlon.
Drew consiguió salir de su pavor, lentamente.
—Enciende la luz, Marlon —susurró con dificultad.
El chico buscó el interruptor y encendió la lámpara. Una luz vívida iluminó la mesa. Sin decir nada, fue hacia la pared y encendió todas las luces del laboratorio.
Parecía que la vida estuviese volviendo, que aquellos instantes de terror estuvieran cancelados por toda esa luz. Drew se levantó de la silla y dio unos pasos. Se secó la frente con un pañuelo.
Marlon volvió a la mesa y observó la placa del experimento. La materia había desaparecido, como siempre. No había nada distinto. El estudiante miró al profesor, que estaba volviendo a su sitio. Sus miradas se cruzaron, y ambos supieron que en aquel momento dramático habían sentido lo mismo.
—Autosugestión. Solo autosugestión. Es tarde, estamos cansados y enfrentándonos a problemas difíciles. Puede suceder... —Drew hablaba, inseguro, intentado recuperar el control de sí mismo.
—Cierto. Será eso —Marlon aprobó, poco convencido, pero sentía que, como persona razonable que se consideraba, tenía que ser como decía su maestro, más anciano y más sabio.
Los dos volvieron al trabajo, pero con menos seguridad que antes.
Los parámetros en el ordenador eran veintiocho, y a las dos de la noche Marlon y Drew acabaron las pruebas. Habían escrito todo, habían salvado todos los datos que habían utilizado, y sus ojos, rodeados por unas sombras negras, desenfocados por la tensión e inyectados en sangre por el esfuerzo visual requerido, expresaban una fatiga indescriptible, pero también la luz de un triunfo que una persona puede sentir pocas veces en su vida.
El incidente ya estaba olvidado.
Capítulo III
Vista la hora que era, Drew pensó que habría sido descortés llevar a Marlon a las habitaciones para estudiantes, solo y agotado, con todo lo que el muchacho había colaborado.
—Marlon, ¿qué te parecería venir a dormir a mi casa? Mi hermana estará unos días con una amiga suya en Leeds y podrías usar su habitación.
—Gracias, profesor, acepto encantado —respondió agradecido el chico, que estaba completamente exhausto.
Para evitar que al día siguiente alguno alterara el experimento, aunque fuera involuntariamente, Drew pegó en la puerta del laboratorio una hoja donde había garabateado: «LABORATORIO INFESTADO POR ESCARABAJOS. ¡NO ENTRAR!», después fueron al coche de Drew y en poco tiempo estuvieron en su casa, situada apenas fuera del perímetro de la Universidad.
«Menos mal que vive cerca...», pensó Marlon, sea porque el profesor había podido llegar rápidamente al laboratorio, sea porque se sentía tan cansado que se le cerraban los ojos. Necesitaba dormir absolutamente.
Caminaron hacia el ingreso y después de que Drew se peleara un rato con las llaves pudieron, finalmente, entrar.
El padrón de casa condujo al estudiante a la habitación de la hermana y le dio las indicaciones esenciales con respecto al baño y a la cocina, y luego propuso:
—Escucha, Marlon, ahora nos ponemos el pijama y nos lavamos los dientes como niños buenos, pero ¿qué dirías de beber un trago para descargar la tensión, antes de dormir?
El estudiante no se tenía en pie del sueño, pero tuvo que reconocer que también él tenía la tensión nerviosa al máximo, lo cual habría podido mantenerlo despierto toda la noche. Además, no había cenado, pero a esa hora, ¿quién tenía ganas de comer y, sobre todo, de preparar algo? Saltarse una comida no era el fin del mundo para él, así que aceptó.
—Buena idea, también será una especie de celebración, ¿no?
En un cuarto de hora estaban acomodados en los sillones del salón con un güisqui excelente en las manos. El calor agradable de los primeros sorbos les había relajado bastante, y la conversación era tranquila.
—Este es un día especial, Marlon —estaba diciendo Drew—, muy especial. Tenemos un instrumento que produce un efecto totalmente nuevo, ni siquiera teorizado, por lo que sé. Será necesario tomar