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se fue, Susan se lo contó a Ronnie Howard. Si la adornó o no, no se sabe. Según Susan, una de las chicas le estaba cogiendo de una mano a Zero cuando murió. Cuando la pistola se disparó, «se eyaculó encima».

      Susan no pareció afectada al enterarse de la muerte de Zero. Al contrario, la emocionó. «¡Imagínate qué bonito estar allí cuando ocurrió!», le dijo a Ronnie.

      El miércoles 12 de noviembre llevaron a Susan Atkins al tribunal para una audiencia preliminar a propósito del asesinato de Hinman. Allí oyó la declaración del sargento Whiteley, según la cual fue Kitty Lutesinger —no Bobby Beausoleil— quien la había implicado. Cuando la devolvieron a la prisión, Susan dijo a Virginia que la acusación tenía una testigo sorpresa. Pero no le preocupó su testimonio: «Su vida no vale nada».

      Ese día Virginia Graham recibió una mala noticia. Iban a trasladarla a la cárcel de mujeres de Corona, donde cumpliría el resto de la pena. Iba a irse aquella tarde. Mientras recogía sus cosas se le acercó Ronnie y le preguntó:

      —¿Tú qué crees?

      —No lo sé —contestó Virginia—. Ronnie, si quieres sigue tú a partir de ahora…

      —He hablado todas las noches con esa chica —dijo Ronnie—. Mira que es rara. Pudo ser ella, ¿sabes?

      Virginia olvidó preguntar a Susan por la palabra «cerdo», que según la prensa escribieron en letra de imprenta con sangre en la puerta del domicilio de Tate. Propuso que Ronnie le preguntara por aquello, y por cualquier cosa que se le ocurriera que indicara si decía la verdad.

      Mientras tanto, decidieron no mencionar nada a nadie.

      Ese mismo día los inspectores del caso LaBianca recibieron una llamada del Departamento de Policía de Venice. ¿Seguían interesados en hablar con uno de los Straight Satans? Si así era, iban a interrogar a uno, a un chico llamado Al Springer, por otro cargo.

      Los inspectores del caso LaBianca pidieron que trajeran a Springer a Parker Center, donde grabaron una conversación con él. Lo que les dijo fue tan inesperado que les costó creerlo. Porque, según Springer, el 11 o 12 de agosto —dos o tres días después de los homicidios del caso Tate—, Charlie Manson alardeó ante él de haber matado a gente, y añadió: «La otra noche mismo nos cepillamos a cinco».

      DEL 12 AL 16 DE NOVIEMBRE DE 1969

      Nielsen, Gutiérrez y Pratchett, los inspectores del caso LaBianca, hablaron con Springer, y grabaron la conversación en una de las cabinas para interrogatorios de Homicidios, en el LAPD. Springer tenía veintiséis años, medía un metro y ochenta centímetros, pesaba cincuenta y nueve quilos y, a excepción de los «colores», cubiertos de polvo y hechos jirones (así llaman a las chaquetas de los moteros), era sorprendentemente pulcro para formar parte de una banda de moteros «fuera de la ley».

      Resultó que Springer se enorgullecía de su limpieza. Cosa que fue una de las razones por las que personalmente no quiso tener nada que ver con Manson y sus chicas, dijo. Pero Danny DeCarlo, el tesorero de los Straight Satans, se lio con ellos y dejó de asistir a las reuniones, así que en torno al 11 o 12 de agosto, él, Springer, fue al rancho Spahn para convencer a Danny de que volviera.

      —(…) Había moscas por todas partes, allí arriba eran como animales, es que no me lo pude creer. Yo soy una persona muy pero que muy limpia, ¿saben? Algunos muchachos son bastante guarros, pero a mí me gusta que esté todo limpio.

      »Bueno, viene ese Charlie (…) Quería a Danny allí arriba porque llevaba los colores en la espalda, todos aquellos borrachos suben allá y empiezan a acosar a las chicas y a meterse con los chicos, y entonces Danny sale con los colores de los Straight Satans, y ya nadie se mete con Charlie, ¿vale?

      »Conque intentaba que Danny volviera, y Charlie estaba allí, y dice Charlie, me dice: “Espera un momento, a lo mejor puedo darte algo mejor de lo que ya tienes”. Y yo: “¿El qué?”. Dice: “Vente aquí arriba y tendrás todas las chicas que quieras, todas —dice—, son tuyas, están a tu disposición, para lo que quieras”. Es de esos que te lavan el cerebro. Así que le contesto: “¿Pero cómo sobrevives, cómo mantienes a estas jodidas veinte tías, colega?”. Y él: “Las tengo a todas bailando para mí”. Y: “Yo salgo por la noche y hago lo mío”. “Bueno —digo—, ¿qué es lo tuyo, tío? A ver, de qué vas”. Se imaginaba que al ser motero y eso aceptaría cualquier cosa, incluido el asesinato.

      »Así que empieza a darme la brasa y me cuenta cómo va y vive con la gente rica, y llama a la policía “cerdos” y cosas así, toca a la puerta, la abren, y entra disparado con su alfanje y empieza a darles tajos, ¿vale?

      P. ¿Eso te dijo?

      R. Eso me dijo, textualmente, a la cara.

      P. Estás de broma. ¿De verdad oíste eso?

      R. Sí. Le dije: «¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste?». «Bueno, nos cepillamos a cinco —dice— la otra noche, sin ir más lejos.»

      P. ¿Te dijo eso? ¿Charlie declaró haberse cargado a cinco personas?

      R. Exacto. Charlie y Tex.

      Springer no recordaba la palabra exacta que empleó Manson: no fue «personas»; puede que fuera «cerdos» o «cerdos ricos».

      Los inspectores del caso LaBianca se quedaron tan sorprendidos que pidieron a Springer que lo repitiera una segunda vez, y una tercera.

      R. Pienso que es el hombre que buscan, estoy seguro.

      P. No me cabe duda, pero en estos tiempos en que se le brinda a la gente sus derechos, si vamos a acusarlo como Dios manda, no bastará con su declaración.

      ¿Cuándo le dijo aquello exactamente Manson? Bueno, fue la primera vez que fue a Spahn, el 11 o el 12 de agosto, no recordaba qué día. Pero el sitio, sí. «No había visto nada parecido en mi vida. No había estado en una colonia nudista ni había visto a unos idiotas de remate tan desatados (…)» Por todas partes se veían chicas desnudas. Una docena y media o así eran mayores de edad, de dieciocho años o más, pero la otra mitad más o menos, no. Las jóvenes se ocultaban en la maleza. Charlie le dijo que podía escoger. También le ofreció comprarle un bugui y una moto nueva si se quedaba.

      El mundo al revés. Charlie Manson, alias Jesucristo, intentando tentar a un Straight Satan.

      El hecho de que Springer resistiera la tentación pudo deberse en parte a que sabía que otros miembros de la banda habían estado allí. «Todo el mundo se hartaba de coger la gonorrea (…) El rancho estaba fuera de control (…)»

      Durante la primera visita de Springer, Manson demostró su destreza con los cuchillos, en especial con una espada larga. Springer vio a Charlie lanzarla unos cinco metros y clavarla, pongamos, ocho veces de diez. Era la espada, dijo Springer, que usaba Charlie para «rebanar» a la gente.

      «¿Han encontrado un cadáver con una oreja cortada?», preguntó de repente Springer. Por lo visto uno de los inspectores asintió con la cabeza, porque Springer dijo: «Sí, es el hombre que buscan». Charlie le contó que le había cortado una oreja a uno. Si venía Danny, podía contárselo todo. El único problema era que «Danny tiene miedo de esos bichos, que ya han intentado matarle».

      Springer también mencionó a Tex y a Clem. Los inspectores le pidieron que los describiera.

      Clem era un idiota de remate, dijo Springer: se había fugado de Camarillo, un psiquiátrico estatal. Repetía como un loro cualquier cosa que dijera Charlie. Por lo que vio, «Charlie y Tex eran allí los listos». A diferencia de Clem, Tex no hablaba mucho. «Mantenía la boca cerrada, no soltaba palabra. Tenía un aspecto muy sano. Llevaba el pelo un poco largo, pero era… como un estudiante universitario.» Tex parecía pasar la mayor parte del tiempo trabajando en los buguis.

      A Charlie le fascinaban los buguis. Quería equiparlos con un interruptor en el salpicadero para apagar las luces traseras. Entonces, cuando la Policía de Tráfico de California, la CHP, los parara para ponerles una multa, habría dos tipos armados con escopetas


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