Helter Skelter: La verdadera historia de los crÃmenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi
los homicidios. Nadie informó al teniente Helder, a cargo de la investigación del caso Tate, de que fueron a Independence y hablaron con un tal Charles Manson, quien creían que estaba implicado en un asesinato sorprendentemente parecido, o de que estando allí, una de las seguidoras de Manson, una chica que se llamaba Leslie Sankston, admitió que alguien del grupo podría estar implicado en los homicidios del caso Tate.
Los inspectores del caso LaBianca siguieron por su cuenta.
Si Leslie Sankston —el nombre verdadero era Leslie Van Houten— hubiera cedido al impulso de hablar, podría haber contado a los inspectores muchas cosas sobre los asesinatos del caso Tate, pero aún más sobre los del caso LaBianca.
Pero para entonces Susan Atkins ya había hablado bastante por las dos.
El jueves 6 de noviembre, en torno a las cinco menos cuarto de la tarde, Susan se acercó a la cama de Virginia Graham y se sentó. Habían acabado el trabajo del día, y Susan/Sadie tenía ganas de hablar. Empezó a charlar sobre los viajes de LSD, el karma, las vibraciones buenas y malas y el asesinato de Hinman. Virginia la advirtió de que no hablara tanto: conocía a un hombre que fue condenado solo por lo que le contó al compañero de celda.
Susan contestó: «Sí, ya lo sé. No he hablado de esto con nadie más. Es que te miro y tienes algo, sé que puedo contarte cosas». Además, tampoco le preocupaba la policía. No eran tan buenos.
—Fíjate, ahora mismo hay un caso y andan tan despistados que no saben ni lo que está pasando.
—¿A qué te refieres? —preguntó Virginia.
—Al de Benedict Canyon.
—¿Benedict Canyon?¿No será el de Sharon Tate?
—Sí. —Aquí Susan pareció emocionarse. Soltó las palabras a todo correr—. ¿Sabes quién lo hizo, no?
—No.
—Bueno, la tienes delante.
—Lo dices de broma —dijo Virginia con voz entrecortada.
—Ajá —dijo solo Susan sonriendo41.
Después Virginia Graham no recordaría con exactitud cuánto tiempo hablaron, y calcularía que fueron entre treinta y cinco minutos y una hora, a lo mejor más. También reconocería estar confusa en cuanto a si hablaron de algunos detalles aquella tarde o en conversaciones posteriores, y en cuanto al orden en el que surgieron algunos temas.
Pero el contenido lo recordaba. Eso, afirmaría después, no se le olvidaría en la vida.
Primero hizo la gran pregunta:
—¿Por qué, Sadie?
—Porque —contestó Susan— queríamos cometer un crimen que asustara al mundo, al que el mundo tuviera que prestar atención—. ¿Pero por qué la casa de Tate? La respuesta de Susan fue escalofriante en su sencillez—: Está aislada.
El domicilio se escogió al azar. Conocieron al dueño, Terry Melcher42, el hijo de Doris Day, alrededor de un año antes, pero no sabían quién estaría allí, y no importaba. Una persona o diez, fueron allí preparados para cargarse a todo el mundo.
—En otras palabras —preguntó Virginia—, no conocías a Jay Sebring ni a nadie más.
—No —contestó Susan.
—¿Te importa que te haga preguntas? Es que tengo curiosidad.
A Susan no le importó. Le dijo a Virginia que tenía unos ojos marrones tiernos, y que si miras a través de los ojos de una persona le ves el alma.
Virginia le dijo a Susan que quería saber exactamente cómo fue. Añadió:
—Me muero de curiosidad.
Susan la complació. Antes de abandonar el rancho, Charlie les dio instrucciones. Se pusieron ropa oscura. También llevaron de repuesto para cambiarse en el coche. Condujeron hasta la verja, luego bajaron otra vez al pie de la colina en coche, aparcaron y subieron de nuevo andando.
—¿O sea que no fuiste solo tú? —interrumpió Virginia.
—Pues no —le dijo Susan—. Éramos cuatro.
Además de ella, había otras dos chicas y un hombre.
Cuando llegaron a la verja, prosiguió Susan, «él» cortó los cables telefónicos. Virginia volvió a interrumpirla para preguntarle si no le preocupó cortar los cables eléctricos, apagar las luces y alertar a la gente de que pasaba algo. Susan contestó: «No, no. Sabía lo que hacía». Virginia tuvo la impresión, menos por lo que le dijo que por cómo lo dijo, de que el hombre había estado allí.
Susan no mencionó cómo cruzaron la verja. Dijo que primero mataron al chico. Cuando Virginia preguntó por qué, Susan contestó que los había visto. «Y él tuvo que dispararle. Le pegó cuatro tiros».
En ese momento Virginia se confundió un poco. Luego afirmaría: «Creo que me dijo —no estoy segura del todo—, creo que dijo que ese tal Charles le disparó». Antes Virginia había tenido la impresión de que aunque Charlie les ordenó qué hacer, no los acompañó. Pero entonces pareció que sí.
Lo que no sabía Virginia era que en la Familia había dos hombres llamados Charles: Charles Manson y Charles Watson, alias Tex. Las dificultades que ocasionaría después este simple malentendido serían enormes.
Al entrar en la casa —Susan no dijo cómo— vieron a un hombre en el sofá del salón, y a una chica, a quien Susan identificó como «Ann Folger», sentada en una silla leyendo un libro. No levantó la vista.
Virginia le preguntó cómo sabía los nombres. Susan contestó: «No los supimos hasta el día siguiente».
En un momento dado por lo visto el grupo se separó. Susan fue hacia el dormitorio, en tanto que los demás se quedaron en el salón.
—Sharon estaba incorporada en la cama. Jay estaba sentado en el borde hablando con ella.
—¿De verdad? —preguntó Virginia—. ¿Qué llevaba ella?
—Un sujetador y bragas.
—¿En serio? ¿Y estaba embarazada?
—Sí. Y levantaron la vista, y se quedaron muy sorprendidos.
—¡Vaya! ¿Hubo un buen lío o qué?
—No, se quedaron demasiado sorprendidos y supieron que íbamos en serio.
Susan se saltó una parte del relato y siguió. Era como si «flipara», pasando de repente de un tema a otro. De pronto estaban en el salón. Sharon y Jay estaban colgados con sogas alrededor del cuello, para que se asfixiaran si intentaban moverse. Virginia preguntó por qué pusieron una capucha en la cabeza a Sebring.
—No le pusimos ninguna capucha en la cabeza —la corrigió Susan.
—Eso dijo la prensa, Sadie.
—Pues no había ninguna capucha —repitió Susan, que se puso bastante insistente.
Entonces el otro hombre (Frykowski) se escapó y corrió hacia la puerta.
—Estaba lleno de sangre —dijo Susan, que lo apuñaló tres o cuatro veces—. Estaba sangrando y corrió hacia la parte delantera. —Salió por la puerta al césped—. ¿Y te puedes creer que estuvo allí gritando «¡Socorro, socorro, que alguien me ayude, por favor!», y no vino nadie? Luego acabamos con él —dijo sin rodeos, sin entrar en detalles.
Virginia ya no hizo preguntas. Lo que había empezado como el cuento de hadas de una niña pequeña se había convertido en una pesadilla horripilante.
No mencionó lo que les pasó a Abigail Folger o Jay Sebring, solo que «Sharon fue la última en morir». Al decirlo, Susan se rio.
Susan aseguró que le sujetó los brazos a Sharon detrás, y que Sharon la miró y lloró y suplicó: «Por favor, no me mates. Por favor, no me mates. No quiero morir. Quiero