El Manuscrito de mi madre aumentado con las comentarios, prólogo y epílogo. Alix de Lamartine

El Manuscrito de mi madre aumentado con las comentarios, prólogo y epílogo - Alix de Lamartine


Скачать книгу
domésticos de su vida, un espejo moral de sí misma, donde pudiese verse y compararse frecuentemente con lo que ella misma había sido en otras épocas o era a la sazón, y mejorarse de continuo. Semejante costumbre, observada por mi madre hasta su muerte, dio por resultado la existencia de quince o veinte pequeños volúmenes de confidencias íntimas entre ella y Dios, que he tenido la dicha de examinar; en ellos he vuelto a ver y veo continuamente a mi madre viva cuando siento de nuevo la necesidad de refugiarme en su seno.

      No escribió mi madre con esa energía de conceptos y brillantez de imágenes que caracterizan el don de expresar. Hablaba con la sobria y clara sencillez de quien no se rebusca jamás dentro de sí propio, ni pide a las frases otra cosa sino que le den a conocer tal como él es, como no pidió jamás a sus vestidos sino que la vistiesen, sin fijarse en que pudieran servirle de adorno. La superioridad no se observa en su estilo; permanecía en su alma, y ésta residía en el corazón principalmente, lugar en donde la Naturaleza ha colocado el genio de la mujer, puesto que las obras de la mujer son todas hijas del amor. De suerte que únicamente por la simpatía se siente el hombre unido a ellas. Esta superioridad, casi incomprensible e inofensiva, nos subyuga dulcemente.

       Índice

      Dueño de estos recuerdos íntimos, he pensado muchas veces en si debía esconderlos en el cajón más profundo de mi secreter o entresacar de ellos un pequeño extracto acompañado de algunas observaciones para la familia, al objeto de que los restos del alma de semejante madre, no se evaporen por completo sin haber sido, cuando menos, leídos de sus nietezuelos.

      Este pensamiento ha renacido en mí con mayor fuerza al sentir las vibraciones clamorosas de la campana que llora sobre su tumba y que parece hacerme cargos por mi silencio, cuando el mismo bronce llora para recordármelo.

      Acumúlanse los años, la tarde de la vida se acerca, el polvo del tiempo comienza a empañar las hojas con el tinte pálido del otoño. Me hallo en uno de estos momentos de recogimiento crepuscular en los que el pensamiento se detiene ante las inquietudes de la vida activa remontándose a su origen, como agua estancada sin viento que la agite a la cual le es imposible encontrar la corriente; es el momento, en fin, de cumplir con mi piadoso deseo examinando esta reliquia venerada.

      Solamente la luz del hogar mismo de mi madre alumbrará estas páginas; y sólo quien haya llorado su muerte encontrará este libro interesante. A pesar de los variados espectáculos que representan a la mirada del hombre sensible y reflexivo la historia y la naturaleza, no existe en su fondo un solo punto más interesante de que haya concurrido en una sola alma, dadas las circunstancias, tal conjunto de alegrías, penas y vicisitudes de la vida, habiendo pertenecido esta alma a una mujer ignorada entre la oscura y tranquila vida doméstica.

      Este drama no pertenece a la escena, se encierra dentro del corazón; pero una lágrima, ya sea producida por la caída de un imperio o por el hundimiento de una cabaña, contiene siempre la misma cantidad de agua y de amargura...

       Índice

      Cuando oímos hablar del alma de una persona, nos gusta conocer exteriormente la envoltura que la encierra. He aquí el retrato de mi madre, tal como está trazado en las primeras páginas de las notas confidenciales de su vida.

      Alicia de Roys, tal fue el nombre de mi madre, hija de M. Roys, director general de la hacienda del señor duque de Orleans. Mme. de Roys, su esposa, segunda aya de los hijos del duque, fue favorita de aquella bellísima y virtuosa duquesa de Orleans, que la Revolución respetó a pesar de haber destruido su palacio y de haber mandado sus hijos al destierro y su marido al patíbulo.

      M. y Mme. de Roys habitaban en el palacio real durante el invierno y en el de Saint-Cloud los veranos.

      En este palacio nació y creció mi madre, pasando su infancia en compañía del rey Luis-Felipe, niño también. Ambos pasaron la niñez en medio de la familiaridad respetuosa que se establece generalmente entre los niños de una misma edad aproximadamente, que reciben iguales lecciones y participan de las mismas inocentes distracciones.

      ¡Cuántas veces nuestra madre nos hablaba de la educación de este príncipe, que una revolución había desterrado de su patria, y que otra revolución debía levantar sobre su trono! No existe una fuente, una arboleda, ni un cuadro solamente en los jardines de Saint-Cloud que no conociéramos antes de haberlos visto. ¡Cuántas veces los nombraba al recordar su infancia! Saint-Cloud había sido para ella su Milly, su cuna, el lugar en el cual todos sus primeros pensamientos e impresiones habían germinado, florecido, crecido y vegetado con las exuberantes plantaciones del magnífico parque.

      Los personajes que tuvieron más resonancia durante el siglo XVIII, quedaron en su memoria profundamente grabados.

      Mme. de Roys, su madre, fue mujer de gran mérito. Sus funciones en el palacio del primer príncipe de la sangre, atraían a su alrededor muchos personajes célebres de la época. El mismo Voltaire, durante su triunfal y último viaje a París, hizo una visita de atención a los jóvenes príncipes.

      Mi madre, que no contaba a la sazón más que siete u ocho años, asistió a la visita, y aunque muy niña, comprendió por las impresiones que se manifestaban en torno suyo, que estaba viendo un personaje superior a un emperador.

      Aquella actitud soberana de Voltaire, sus vestidos, su porte, en fin, y sus palabras, quedaron impresas en su memoria de niña, como quedan los seres antidiluvianos sobre las piedras que forman las montañas.

      Dalembert, Laclos, Mme. de Genlis, Buffon, Florián, el historiador inglés Gibbon, Grimm, Morellet, M. Necker. Los hombres de Estado, los literatos y los filósofos de su tiempo vivían en la sociedad de Madame de Roys, distinguiéndose entre todos ellos al más inmortal, a Juan Jacobo Rousseau.

      Aunque mi madre era muy religiosa, conservaba cierta tiernísima veneración por este grande hombre; sin duda porque veía que a más de su gran genio, atesoraba un generoso corazón. Y si ella no participaba de las ideas religiosas del gran genio, sentía las bellezas de su alma.

       Índice

      Unía el duque de Orleans a este título el de conde de Beaujolais, y por esta causa tenía el derecho de nombrar cierto número de damas para el cabildo de Salles. Mi madre fue nombrada a los quince o dieciséis años. Conservaba todavía un retrato suyo de aquella época, además del que todas sus hermanas y mi padre mismo, me han hecho infinidad de veces al relatarme su vida.

      Está representada con el mismo uniforme del colegio. Vese en él a una joven alta y delgada, de talle flexible, de blanquísimos brazos, cubiertos hasta el codo por mangas ajustadas de un tejido negro. Sobre su pecho ostenta la crucecita de oro del capítulo. Caen por ambos lados de su gallarda cabeza, sus flotantes cabellos negros, y sobre éstos un velo de encaje menos negro aún que los rizos que orlan su cara, de un blanco mate pálido que resplandece mejor entre aquella oscuridad de colores.

      A causa del tiempo, han desaparecido un tanto los colores y frescura de los dieciséis años, pero los rasgos son aún tan puros y recientes, que los colores no se han secado todavía en la paleta. Se encuentra a primera vista en su fisonomía, aquella sonrisa interior de la vida, aquella ternura inagotable en la mirada que revela en todo su ser una extraordinaria bondad: rayos de luz de una razón serena empapada en serenidad, flotando como una caricia eterna en su mirada un tanto profunda y otro tanto velada por los párpados, como si quisiera evitar que se escapase todo el fuego y todo el amor que se encerraba en sus hermosos ojos. Al ver este retrato se comprende muy bien toda la pasión que semejante mujer debió inspirar a mi padre, y todo el respeto y veneración que debía inspirar después a sus hijos.

      A


Скачать книгу