El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
manos, le dió los medicamentos, y cuando hubo pasado más de una hora a su cabecera, deseó la paz a la esposa del jeique, montó de nuevo en su mula y regresó a palacio.
Y todos los días iba a distintos zocos, en continuas investigaciones, hasta que un día la fué a buscar el jeique, y le dijo: "¡Oh mi señora! como me has encargado que te presente todos los extranjeros de paso por Bagdad, vengo a poner en tus manos generosas a dos mujeres, casada la una y soltera la otra. Y ambas son de categoría, pues así lo dan a entender su cara y su continente, pero van muy mal vestidas, y cada una lleva una alforja a cuestas, como los mendigos. Sus ojos están llenos de lágrimas. Y he aquí que te las traigo, porque sólo tú, ¡oh soberana de los beneficios! sabrás consolarlas y fortalecerlas, evitándoles el oprobio de las preguntas impertinentes, pues no deben ser sometidas a tales indiscreciones. Y espero que, gracias al bien que les hagamos, Alah nos reservará un puesto en el Jardín de las Delicias el día de la Recompensa". Kuat AlKulub contestó: "¡Por Alah! que me inspiras un ardiente deseo de verlas. ¿Dónde están?" Entonces el jeique salió a buscarlas, y las puso en presencia de Kuat AlKulub.
Al ver la hermosura de Fetnah y la nobleza que se adornaba en su madre, y ambas cubiertas de harapos, Kuat AlKulub se puso a llorar, y dijo: "¡Por Alah! Son mujeres de noble cuna. Veo en su rostro que han nacido entre honores y riqueza". Y el jeique exclamó: "Verdad dices, ¡oh mi señora! La desgracia debe de haber caído sobre su casa.
Les habrá perseguido la tiranía, arrebatándoles sus bienes. Ayudémoslas, para merecer las gracias de Alah el Misericordioso".
Y la madre y la hija prorrumpieron en llanto, y se acordaron de Ghanem benAyub.
Y al verlas llorar, Kuat AlKulub lloró con ellas. Y entonces la madre de Ghanem dijo:
"¡Oh mi señora, llena de generosidad! ¡Plegue a Alah que podamos encontrar a quien buscamos con el corazón dolorido! ¡El que buscamos es el hijo de nuestras entrañas, la llama de nuestro corazón, a nuestro hijo Ghanem benAyub ElMotim ElMasslub!"
Al oír este nombre, lanzó un gran grito Kuat AlKulub, pues acababa de comprender que tenía delante a la madre y a la hermana de Ghanem. Y cayó sin sentido. Cuando volvió en sí, se echó llorando en sus brazos, y les dijo: "¡Tened esperanza en Alah y en mí, ¡oh mis hermanas! pues este día será el primero de vuestra dicha y el último de vuestra desventuras. ¡Salid de vuestra aflicción!"
En este momento de su narración,
Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 43ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que después que Kuat Al.Kulub dijo a la madre y a la hermana de Ghanem: "Salid de vuestra aflicción", se dirigió al jeique, le dió mil dinares de oro, y le dijo: "¡Oh, jeique!
Ahora irás con ellas a tu casa y dirás a tu esposa que las lleve al hammam, y les dé hermosos trajes, y las trata con toda consideración, sin escatimar nada para su bienestar".
Al día siguiente, Kuat AlKulub fué a casa del jeique a cerciorarse por sí misma de que todo se había ejecutado según sus instrucciones. Y apenas había entrado, salió a su encuentro la esposa del jeique, y le besó las manos, y le dió las gracias por su generosidad. Después llamó a la madre y a la hermana de Ghanem, que habían ido al hammam y habían salido de él completamente transformadas, con los rostros radiantes de hermosura y nobleza. Y Kuat AlKulub estuvo hablando con ellas durante una hora, y después pidió a la mujer del jeique noticias del enfermo. Y la esposa del jeique respondió: "Sigue en el mismo estado".
Entonces dijo Kuat AlKulub:
"Vamos todas a verle y a tratar de animarle".
Y acompañada de las dos mujeres, que aún no lo habían visto, entró en la sala donde estaba el enfermo. Y todas le miraron con ternura y lástima y se sentaron en torno de él. Pero durante la conversación se pronunció el nombre de Kuat AlKulub. Y apenas lo oyó el joven, se le coloreó el rostro y le pareció que recobraba el alma. Levantó la cabeza, con los ojos llenos de vida, y exclamó:
"¿Dónde estás, ¡oh Kuat AlKulub!?"
Y cuando Kuat oyó que la llamaban por su nombre, conoció la voz de Ghanem, e inclinándose hacia él le dijo: "¿Eres tú, querido mío?" Y él contestó: "¡Sí! ¡Soy Ghanem!" Y al oírlo la joven cayó desmayada.
Y la madre y, la hermana de Ghanem dieron un grito y cayeron desmayadas también. Al cabo de un rato acabaron por volver en sí, y se arrojaron en brazos de Ghanem. Y sólo se oyeron besos, llantos y exclamaciones de alegría.
Y Kuat AlKulub dijo: "¡Gloria a Alah por haber permitido que nos reunamos todos!" Y les contó cuánto le había pasado, y añadió:
"El califa, además de protegerte, te regala mi persona". Estas palabras llevaron al límite de la felicidad a Ghanem que no cesaba de besar las manos de Kuat AlKulub, mientras ella le besaba los ojos.
Y
Kuat les dijo:
"Aguardadme". Y marchó a palacio, abrió el cajón donde tenía sus cosas, sacó de él muchos dinares, y se fué al zoco para entregárselos al jeique, encargándole que comprase cuatro trajes completos para cada uno, y veinte pañuelos, y diez cinturones. Y volvió a la casa, y los llevó a todos al hammam. Y les preparó pollos, carne asada y buen vino. Y durante tres días les dió de comer y beber en su presencia. Y notaron que recuperaban la vida y les volvía el alma al cuerpo.
Los llevó otra vez al hammam, les hizo mudarse de ropa, y los dejó en casa del jeique. Entonces se presentó al califa, se inclinó hasta el suelo, y le enteró del regreso de Ghanem, así como el de su madre y su hermana. Y el califa llamó a Giafar y le dijo:
"¡Ve en busca de Ghanem benAyub!" Y Giafar marchó a casa del jeique; pero ya le había precedido Kuat AlKulub, que dijo a Ghanem: "¡Oh querido mío! Va a llegar Giafar para llevarte a presencia del califa. Ahora hay que demostrar la elocuencia de tu lenguaje, la firmeza de tu corazón y la pureza de tus palabras". Después le vistió con el mejor de los trajes que habían comprado en el zoco, le dió muchos dinares, y le dijo: "No dejes de tirar puñados de oro al llegar a palacio, cuando pases por entre las filas de los eunucos y servidores".
Y cuando llegó Giafar montado en su mula, Ghanem se apresuró a salir a su encuentro, le deseó la paz y besó la tierra entre sus manos. Y ya era otra vez el gallardo mozo de otros tiempos, de rostro glorioso y atractivo continente. Entonces Giafar le rogó que lo acompañase, y lo presentó al califa. Y Ghanem vió al Emir de los Creyentes rodeado de sus visires, chambelanes, vicarios y jefes de sus ejércitos. Y Ghanem se detuvo ante el califa, miró un momento al suelo, levantó en seguida la frente, e improvisó estas estrofas: ¡Oh rey del tiempo! ¡Una mirada bondadosa se ha dirigido a la tierra, y la ha fecundado! ¡Nosotros somos los hijos de su fecundidad feliz en tu reinado de gloria! ¡Los sultanes y los emires se te prosternan, arrastrando las barbas por el polvo, y como homenaje a tu grandeza, te ofrecen sus coronas y pedrería! ¡La tierra no es bastante vasta ni el planeta bastante ancho para la formidable masa de tus ejércitos! ¡Oh rey del tiempo! ¡Clava tus tiendas en las tierras planetarias del espacio que gira! ¡Y que las estrellas dóciles y los astros numerosos se sumen a tu triunfo y acompañen a tu séquito! ¡Que el día de tu justicia ilumine al mundo! ¡Que acabe con las fechorías de los malhechores y recompense las acciones puras de tus fieles!
El califa quedó encantado con la elocuencia y hermosura de los versos, su buen ritmo y la pureza de su lenguaje.
En este momento de su narración,
Schehrazada vió que aparecía la mañana, y discreta como siempre, interrumpió su relato.
PERO CUANDO LLEGO LA 44ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el califa Harún AlRaschid, encantado por la elocuencia