El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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vió que el mundo se ocurecía ante su vista. Y dijo, inflamadas sus mejillas y lanzando sus ojos relámpagos de cólera: "¡Oh perros cristianos! ¿Cómo os atrevéis a amenazarnos después de haber tenido la audacia de atravesar nuestras fronteras y pisar nuestro suelo? ¿Pensáis que podréis escapar de entre nuestras manos y volver a vuestro país?"

      Dijo, y gritó a sus guerreros: "¡Oh creyentes! ¡Sus a esos perros!"

      Y Scharkán fué el primero en arrojarse sobre el enemigo. Entonces los cien jinetes de Scharkán cayeron sobre los cien jinetes afrangí a todo el galopar de sus caballos, y ambas masas de hombres, con corazones más duros que la roca, se mezclaron.

      Y los aceros chocaron con los aceros, las espadas con las espadas, y empezaron a llover golpes. Y crepitando los cuerpos se enlazaban con los cuerpos y los caballos se encabritaban para caer pesadamente sobre los caballos, y no se oía otro ruido que el chasquido de las armas y el choque del metal contra el metal. El combate duró hasta la aproximación de la noche. Y sólo entonces se separaron ambos bandos, y pudieron contarse. Scharkán comprobó que no había entre sus hombres ningún herido grave y exclamó:

      "¡Oh compañeros! He navegado toda mi vida por el mar de las ruidosas batallas, en que chocan las oleadas de espadas y lanzas; he combatido con muchos héroes, pero no había encontrado hombres tan intrépidos, guerreros tan valerosos ni héroes tan esforzados como estos adversarios".

      Y los soldados de Scharkán respondieron:

      "¡Oh príncipe Scharkán! tus palabras han dicho la verdad. Pero sabe que el jefe de esos guerreros es el más admirable de todos y el más heroico. Y además, cada vez que uno de nosotros caía entre sus manos, se apartaba para no matarlo, y le dejaba librarse de la muerte".

      Al oír estas palabras, se quedó muy perplejo Scharkán, pero después dijo:

      "Mañana nos pondremos en fila y los atacaremos así, pues somos ciento contra ciento. ¡Y pediremos la victoria al Señor del Cielo!" Y confiados en esta resolución, se durmieron todos aquella noche.

      En cuanto a los cristianos, he aquí que rodearon a su jefe, y exclamaron: "Hoy no hemos podido dar cuenta de esos musulmanes". Y el jefe les dijo: "Pero mañana nos pondremos en fila, y los derribaremos uno tras otro". Y confiados en esta resolución, se durmieron todos también.

      Así es que en cuanto brilló la mañana, e iluminó al mundo con su luz, y salió el sol para alumbrar indistintamente la cara de los pacíficos y de los guerreros, y saludó a Mahomed, ornamento de todas las cosas bellas, el príncipe Scharkán montó en su caballo, avanzó entre las dos filas de sus guerreros, y les dijo: "He aquí que nuestros enemigos están en orden de batalla.

      Lancémonos, pues, sobre ellos, pero uno contra uno. Por lo pronto, que salga de las filas uno de vosotros e invite en alta voz a uno de los guerreros cristianos a combate singular. Después cada cual afrontará a su vez la lucha de este modo".

      Y uno de los jinetes de Scharkán salió de las filas, espoleó a su caballo hacia el enemigo, y gritó: "¡Oh todos vosotros! ¿Hay en vuestras filas algún combatiente, algún campeón bastante intrépido para aceptar la lucha conmigo?"

      Apenas había pronunciado estas palabras, salió de entre los cristianos un jinete completamente cubierto de armas y de hierro, y de seda y de oro. Montaba un caballo alazán; su cara era sonrosada, con mejillas vírgenes de pelo.

      Llevó su caballo hasta la mitad de la liza, y con la espada levantada se precipitó contra el campeón musulmán, y de un rápido bote de lanza le hizo perder los arzones y le obligó a rendirse al enemigo. Y se lo llevó prisionero, entre los gritos de victoria y de júbilo que lanzaban los guerreros cristianos.

      En seguida salió de las filas otro cristiano y avanzó hasta la mitad de la liza, al encuentro de otro musulmán que ya estaba en ella y que era el hermano del prisionero. Y ambos campeones trabaron la lucha, que no tardó en terminar con la victoria del cristiano, pues aprovechando un descuido del musulmán, que no había sabido resguardarse, le dió otro bote de lanza, que le derribó, y se lo llevó prisionero.

      Y así siguieron midiendo sus armas, y cada vez se terminaba la lucha con la derrota de un musulmán, vencido por el cristiano. Y así fué hasta que cayó la noche, quedando cautivos veinte guerreros musulmanes.

      Scharkán se impresionó mucho al ver este resultado, y reunió a sus compañeros. Y les dijo: "¿No es verdaderamente extraordinario lo que nos acaba de ocurrir?" Mañana avanzaré yo solo frente al enemigo, y provocaré al jefe de esos cristianos. Y luego de vencerle, averiguaré la razón que le ha movido a violar nuestro territorio y a atacarnos. Y si se niega a explicarse, lo mataremos; pero si acepta nuestras proposiciones, haremos las paces con él". Y tomada esta resolución, se durmieron todos hasta por la mañana.

      Y llegada la mañana, Scharkán montó a caballo y avanzó solo hacia las filas de los enemigos; y vió avanzar, en medio de cincuenta guerreros que se habían apeado, a un jinete, que no era otro que el jefe de los cristianos en persona. Llevaba pendiente de los hombros una clámide de raso azul que flotaba por encima de la cota de malla; blandía desnuda una espada de acero y montaba un caballo negro que llevaba en la frente una estrella blanca del tamaño de un dracma de plata. Y este jinete tenía una cara de niño, con mejillas frescas y sonrosadas y vírgenes de bozo. Y tan hermoso era, que semejaba la luna que sale gloriosamente por el horizonte oriental.

      Y cuando estuvo en medio de la liza, este joven jinete se dirigió a Scharkán, y en lengua árabe, con el acento más puro, le dijo: "¡Oh Scharkán, oh hijo de Omar Al Nemán, que reina en los pueblos y en las ciudades, en las plazas fuertes y en los castillos, prepárate a la lucha, porque será muy dura! ¡Y como eres el jefe de los tuyos y yo el jefe de los míos, queda acordado desde ahora que el vencedor en esta lucha se apoderará de los soldados del vencido y será su dueño!"

      Pero ya Scharkán, con el corazón lleno de rabia, semejante al león enfurecido, había lanzado su corcel contra el cristiano. Y chocaron uno contra otro con un empuje heroico, resonando los golpes. Y se habría creído ver el choque de dos montañas, o la mezcla ruidosa de dos mares que se encontraran. Y no cesaron de combatir desde por la mañana hasta que fué completamente de noche. Y entonces se separaron, y cada cual volvió junto a los suyos.

      Luego Scharkán dijo a sus compañeros:

      "¡En mi vida he encontrado un combatiente como ése! Y lo más extraordinario es que cada vez que su adversario queda descubierto, en lugar de herirle se limita a tocarlo ligeramente en el sitio descubierto con el regatón de la lanza. Nada comprendo de toda esta aventura, pero ¡ojalá hubiese muchos guerreros de tal intrepidez!"

      Y al día siguiente se reanudó la lucha del mismo modo y con igual resultado. Y al tercer día, en medio del combate, el hermoso joven lanzó el caballo al galope y lo paró bruscamente, aunque tirando torpemente de las riendas. Entonces el caballo se encabritó, y el joven se dejó derribar, y cayó al suelo, pero como naturalmente.

      Y Scharkán saltó del caballo y se precipitó sobre su enemigo con la espada levantada, dispuesto a atravesarlo. Y el hermoso cristiano exclamó: "¿Es así como proceden los héroes? ¿Manda la galantería tratar así a las mujeres?'' Al oír estas palabras, Scharkán miró al joven jinete, y habiéndolo examinado bien reconoció a la reina Abriza. Pues era en realidad la reina Abriza, con la cual le había pasado en el monasterio lo que le había pasado.

      Y Scharkán arrojó su espada, y se prosternó ante la joven, y besó la tierra entre sus manos, y le dijo: "Pero ¿por qué has obrado así, ¡oh reina!?" Y ella dijo: "He querido experimentarte en el campo de batalla y ver cuál era tu valor. Pues sabe que todos mis guerreros que han combatido con los tuyos son mis doncellas, y son jóvenes como yo y vírgenes. Y en cuanto a mí, si no hubiera sido por mi caballo, que se encabritó a destiempo, otras cosas habrías visto, ¡oh Scharkán!"

      Y Scharkán, sonriendo, dijo: "¡Loor a Alah, que nos ha reunido, ¡oh reina Abriza, soberana de los tiempos!" Y la reina dió en seguida la orden de marcha, y le volvió a Scharkán los veinte prisioneros, uno tras otro. Y todos fueron a arrodillarse delante de la reina, y besaron la tierra entre sus manos.

      Y


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