El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
y los doscientos jinetes emprendieron juntos el camino de Bagdad, y anduvieron así seis días completos, al cabo de los cuales vieron relucir a lo lejos las mezquitas gloriosas de la ciudad de paz.
En este momento de su narración,
Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 51ª NOCHE
Ella dijo:
Vieron relucir a lo lejos las mezquitas gloriosas de la ciudad de paz. Y Scharkán rogó a la reina Abriza y a sus compañeras que se quitaran las armaduras y las cambiaran por sus vestidos femeninos. Y así lo hicieron.
Después mandó que se adelantaran algunos de sus soldados y anunciasen a su padre Omar AlNemán su llegada y la de la reina Abriza a fin de que saliese a recibirles una digna comitiva.
Cuando anocheció echaron pie a tierra, se armaron las tiendas, y durmieron hasta por la mañana.
Y al nacer el día, el príncipe Scharkán y sus jinetes, y la reina Abriza y sus amazonas, volvieron a montar en sus corceles, y tomaron el camino de la ciudad. Y he aquí que salió de la población, yendo a su encuentro, el gran visir Dandán con un acompañamiento de mil jinetes; y se acercó a la joven reina y al valeroso Scharkán, y besó la tierra entre sus manos, y después todos juntos entraron en la ciudad., Y Scharkán fué el primero en subir al palacio. Y el rey Omar AlNemán se levantó para ir a su encuentro, le abrazó y le pidió noticias. Y Scharkán le contó toda su historia con la hija del rey Hardobios de Kaissaria, y la perfidia del rey de Constantinia, y su resentimiento por causa de la esclava Safía, que era la misma hija del rey Afridonios, y le contó también la hospitalidad y los buenos consejos de Abriza, y su última hazaña, con todas sus cualidades de valor y belleza.
Cuando el rey Omar AlNemán oyó estas últimas palabras, sintió gran deseo de ver a la joven maravillosa, y todo su ser se encendió al oír estos detalles. Y pensó en las delicias de sentir en su cama la solidez y la esbeltez armoniosa de un cuerpo de doncella tan aguerrida, virgen de varón, y tan amada por sus compañeras de guerra.
Y tampoco desdeñó a estas mismas amazonas, cuyos rostros, bajo los trajes guerreros eran los de un niño de mejillas frescas, sin asomo de pelo ni bozo. Por que el rey Omar AlNemán era un anciano admirable, de músculos más ejercitados que los de los jóvenes. Y no temía las luchas de la virilidad, y salía siempre victorioso de entre los brazos de sus mujeres más ardientes.
Pero como Scharkán no podía figurarse que su padre tuviera sus miras respecto a la joven reina, se apresuró a ir a buscarla y se la presentó. Y el rey estaba sentado en su trono, y había despedido a sus chambelanes y a todos sus esclavos, excepto a los eunucos. Y la joven Abriza llegó hasta él, besó la tierra entre sus manos, y le habló con un lenguaje de una pureza y elegancia deliciosas. De modo que el rey Omar Al Nemán llegó al límite del asombro, le dió gracias, la glorificó por cuanto había hecho con su hijo el príncipe Scharkán, y la invitó a sentarse. Y Abriza, entonces, se sentó, y se quitó el velillo que le cubría la cara, y ¡aquello fué un deslumbramiento! Pero tan gran deslumbramiento, que el rey Omar AlNemán estuvo a punto de perder la razón. Y en seguida mandó que preparasen para ella y sus compañeras el más suntuoso aposento, y le señaló un tren de casa digno de su categoría. Y entonces fué cuando la interrogó respecto a las tres gemas preciosas llenas de virtudes.
Y Abriza le dijo: "Esas tres gemas maravillosas, ¡oh rey del tiempo! las tengo yo, pues no me separo nunca de ellas. ¡Y voy a enseñártelas!"
Mandó traer una caja, y sacó de ella un cofrecillo, y de él un estuche de oro cincelado. Y al abrirlo aparecieron las tres gemas, radiantes, blancas y exquisitas. Y Abriza las cogió, se las llevó a los labios una tras otra, y se las ofreció al rey Omar Al Nemán como regalo por la hospitalidad que le concedía. Y hecho esto, salió.
Y el rey Omar AlNemán comprendió que el corazón se le iba con ella. Pero como las gemas estaban allí, brillando, mandó llamar a su hijo Scharkán y le hizo presente de una de ellas. Y Scharkán le preguntó qué iba a hacer con las otras dos gemas, y el rey le dijo: "Se las voy a dar, una a tu hermana la niña Nozhatú, y la segunda a tu hermanito Daul'makán".
Al oír estas palabras que le hablaban de su hermano Daul'makán, cuya existencia ignoraba por completo, quedó Scharkán desagradablemente sorprendido, pues sólo sabía el nacimiento de Nozhatú.
Y
volviéndose hacia el rey Omar AlNemán, le dijo: "¡Oh padre! ¿tienes otro hijo que no sea yo?" Y contestó el rey: "Ciertamente; un hermano gemelo de Nozhatú, que tiene seis años, hijos ambos de mi esclava Safía, hija del rey de Constantinia".
Entonces Scharkán, trastornado por aquella noticia, apretó las manos y se estrujó la ropa a causa del despecho, pero de todos modos se detuvo. Y exclamó: "¡Ojalá estén ambos bajo la protección de Alah el Altísimo!"
Y su padre que había notado su agitación y su despecho, le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿Por qué te pones así? ¿No sabes que la sucesión del trono te ha de corresponder a ti solo cuando yo muera? ¿No te he dado, en primer lugar, la más bella de las tres gemas, llena de maravillas?"
Pero Scharkán no se sintió en disposición de contestarle, y no queriendo contrariar ni apenar a su padre, salió del salón del trono con la cabeza baja. Y se dirigió hacia el aposento de Abriza; y Abriza se levantó en seguida para recibirle, y le dió las gracias por lo que había hecho por ella, y le rogó que se sentara a su lado. Después, al verle entristecido y con cara sombría, le dirigió tiernas preguntas. Y Scharkán le contó el motivo de su pena, y añadió: "Pero lo que más me preocupa, ¡oh Abriza! es que he sorprendido en mi padre intenciones nada dudosas respecto a ti, y he visto que sus ojos se encendían con el deseo de poseerte. ¿Qué dices a eso?" Y ella contestó:
"¡Puedes tranquilizar tu alma, ¡oh Scharkán! pues tu padre no me poseerá como no sea muerta! ¿No le bastan sus trescientas sesenta mujeres y aun todas las otras, cuando así codicia mi virginidad, que no es para sus dientes? ¡Vive tranquilo, oh Scharkán y no te preocupes!"
Después mandó traer comida y licores, y ambos comieron y bebieron. Y Scharkán, que seguía con el alma apenada, marchó a su casa para dormir aquella noche. Esto en cuanto a Scharkán.
Pero en cuanto al rey Omar AlNemán, apenas salió Scharkán, se fué en busca de su esclava Safía, llevando en la mano las dos gemas preciosas, colgadas cada una de una cadena de oro. Y al verle entrar, Safía se puso de pie, y no se sentó hasta que se hubo sentado el rey. Y entonces se le acercaron los dos niños, Nozhatú y Daul'makán. Y el rey los besó, y les colgó al cuello a cada uno una de las preciosas gemas. Y los dos niños se alegraron mucho; y su madre deseó al rey prosperidades y dichas. Entonces el rey le dijo: "¡Oh Safía! eres la hija del rey Afridonios de Constantinia, y nunca me lo has dicho. ¿Por qué me lo has ocultado? Así no he podido tenerte las consideraciones debidas a tu categoría y realzarte en estimación y en honor!"
Y Safía le dijo: "¡Oh rey generoso! ¿y qué más podía anhelar después de cuanto te debo? ¡Me has colmado de dones y de favores, me has hecho madre de dos niños hermosos como la luna!"
Entonces el rey Omar AlNemán quedó encantadísimo de aquella respuesta, que encontró delicada y deliciosa, y llena de buen gusto y de cortesía. Y mandó dar a Safía un palacio mucho más bello que el primero, y aumentó considerablemente el tren de su casa y su consignación para gastos. Después volvió a su palacio para juzgar, y nombrar, y destituir, según costumbre.
Pero seguía con el espíritu y el corazón muy atormentados con el recuerdo de la joven reina Abriza. Así es que pasaba las noches en su aposento hablando con ella y dirigiéndole indirectas. Pero Abriza le daba siempre la misma contestación. "¡Oh rey del tiempo! no me inspiran deseos los hombres".
Y esto contribuía a excitar y atormentar más al rey, que acabó por ponerse enfermo.
Entonces mandó llamar a su visir Dandán, y le descubrió todo el amor que sentía su corazón