El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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fué al hammam, y entró en la, sala común a la cual van los pobres, y que ostentaba una limpieza exquisita, reluciendo de manera encantadora. Y se acurrucó en el estanque central, y se puso a lavarse el pie.

      "A su lado estaba un hombre que acababa de bañarse y. mascaba algo con los dientes.

      Y el herido se sintió muy excitado por la masticación del otro, y se apoderó de él un ansia ardiente de mascar también aquello.

      Entonces preguntó al otro: "¿Qué mascas, vecino?"

      El otro contestó en voz baja, para que nadie le oyera: "¡Cállate! ¡Es haschisch! ¡Si quieres, te daré un pedazo!" El herido dijo:

      "¡Verdad es que quisiera probarlo, pues hace tiempo que lo deseo!" Entonces el hombre que mascaba se sacó un trozo de la boca y se lo dió al herido, diciéndole: "¡Ojalá te libre de todas tus preocupaciones!" Y nuestro hombre cogió el pedazo, y lo mascó, y se lo tragó entero. Y como no estaba acostumbrado al haschisch, en cuanto se produjo el efecto en su cerebro por la circulación de la droga, empezó por sentir una hilaridad extraordinaria, y esparció enormes carcajadas por toda la sala.Pasado un momento, se desplomó sobre el mármol y fue presa de diversas alucinaciones, de las cuales te contaré una de las más deliciosas:

      "Primeramente creyó verse desnudo del todo y bajo el dominio de un terrible amasador y dos negros vigorosos que se habían apoderado por completo de su persona, siendo como un juguete entre sus manos. Le daban vueltas y lo manipulaban en todos sentidos, clavándole en las carnes sus dedos nudosos e infinitamente expertos. Y gemía bajo el peso de sus rodillas cuando se las apoyaban en el vientre para darle masaje con toda su destreza. Después le lavaron, a fuerza de lanzarle jofainas de cobre, y le frotaron con fibras vegetales. Luego el amasador mayor quiso lavarle personalmente ciertas partes delicadas, pero como le hacía muchas cosquillas, hubo de decirle: "¡Yo mismo le haré!" Terminado el baño, el amasador le rodeó la cabeza, los hombros y los riñones con tres paños más blancos que el jazmín, y le dijo: "¡Oh mi señor, ha llegado el momento de entrar en la habitación de tu esposa, que te aguarda!"

      Pero él exclamó: "¿Qué esposa es esa? ¡Yo soy soltero! ¿Te habrá mareado el haschisch para disparartar de ese modo?" Pero el amasador dijo: "¡Basta de bromas! ¡Vamos a ver a tu esposa, que está impaciente!" Y le echó por los hombros un gran velo de seda blanca, y abrió la marcha, mientras los dos negros le sostenían por los hombros, haciéndole de cuando en cuando cosquillas en el trasero, sólo por broma. Y él se reía en extremo.

      "Así llegaron a una sala medio oscura y perfumada con incienso, y en el centro había una gran bandeja con frutas, pasteles, sorbetes y jarrones llenos de flores. Y después de haberlo hecho sentar en un escabel de ébano, el amasador y los dos negros le pidieron la venia para retirarse, y desaparecieron.

      "Entonces entró un muchacho, que se quedó de pie aguardando sus órdenes, y le dijo: "¡Oh rey del tiempo, soy tu esclavo!"

      Pero él, sin hacer caso de la gentileza del muchacho, soltó una carcajada que hizo retemblar toda la sala, y exclamó: "¡Por Alah! ¡Todos éstos son aficionados al haschisch! ¡He aquí que ahora me llaman rey!" Y dijo después al muchachito: "Ven aquí, y córtame la mitad de una sandía bien colorada y bien tierna. Es lo que más me gusta. No hay nada como la sandía para refrescarme el corazón".

      Y el muchacho le llevó la sandía admirablemente cortada en rajas. Entonces le dijo: "¡Márchate, que no me sirves! Ve a traerme lo que además de la sandía me gusta más, o sea carne virgen de primera". Y el muchacho desapareció.

      "Y de pronto entró en la sala una muchacha muy joven, que avanzó hacia él moviendo las caderas, que apenas se dibujaban por lo muy infantiles que eran todavía. Y él, al verla, se puso a resollar con alegría, y cogió a la chiquilla en brazos, se la puso entre los muslos, y la besó con ardor. Y la hizo deslizarse debajo de él; sacó el zib y se lo puso en la mano. Y quién sabe lo qué iría a hacer, cuando bajo la sensación de un frío intensísimo despertó de su sueño.

      "En este momento, y después de reflexionar que todo aquello no era más que el efecto del haschisch en el cerebro, se vió rodeado por todos los bañistas, que le miraban burlonamente, riéndose con toda su alma, y abriendo unas bocas como hornos. Y le señalaban con el dedo su zib desnudo, que se erguía en el aire hasta el límite de la erección, y parecía tan enorme como el de un borrico o el de un elefante. Y le echaban encima grandes cubos de agua fría, dirigiéndole chanzas como las que suelen darse en el hammam.

      "Y el hombre se quedó muy confuso, se echó una toalla sobre las piernas, y dijo amargamente a los que se reían: "¡Oh buena gente! ¿Por qué me habéis quitado la chiquilla, cuando iba o poner las cosas en su lugar?" Y los otros al oír estas palabras, palmotearon de alegría y comenzaron a gritar:

      "¿No te da vergüenza decir semejantes cosas, ¡oh borracho de haschisch! después de gozar todo lo que has gozado?"

      Y Kanmakán, al oír estas palabras de la negra, no pudo contenerse más y se echó a reír de tal modo, que se convulsionó de alegría. Después dijo a la negra: "¡Qué historia tan deliciosa! Apresúrate por favor a decirme la continuación, que debe de ser admirable para el oído y exquisita para el espíritu!"Y la negra dijo: "¡Verdaderamente, mi señor, la continuación es tan maravillosa que olvidarás cuanto acabas de oír; y es tan pura, tan sabrosa y tan extraña, que hasta los sordos se estremecerán de placer!"Y Kanmakán dijo: "¡Ah! ¡Prosigue entonces! ¡Estoy encantadísimo!"

      Pero cuando la negra se aprestaba a narrar la continuación de su, historia, Kanmakán vió llegar delante de su tienda un correo a caballo que, habiendo echado pie a tierra, le deseó la paz. Y Kanmakán le devolvió la zalema. Entonces el correo dijo:

      "¡Oh señor! soy uno de los cien correos que el gran visir Dandán ha enviado en todas direcciones para encontrar el rastro del príncipe Kanmakán, que hace tres años se marchó de Bagdad. Porque el gran visir Dandán ha logrado sublevar a todo el ejército y todo el pueblo contra el usurpador del trono de Ornar Al-Nemán, y ha hecho prisionero al usurpador; y lo ha encerrado bajo tierra en el calabozo más hondo, de suerte que a estas horas el hambre, la sed y la vergüenza han debido arrancarle el alma. ¿Querrías decirme, ¡oh señor! si por acaso no te encontraste algún día con el príncipe Kanmakán, a quien corresponde el trono de su padre?"

      Cuando el príncipe Kanmakán…

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana. Y se calló discretamente.

       PERO CUANDO LLEGO LA 143ª NOCHE

      Ella dijo:

      Cuando el príncipe Kanmakán hubo oído esta noticia tan inesperada, se volvió hacia su fiel Sabah, y con voz muy tranquila, le dijo:

      "Ya ves, ¡oh Sabah! que todo ocurre cuando llega su hora. ¡Levántate y vamos a Bagdad!"

      Al oír estas palabras el correo comprendió que se encontraba en presencia de su nuevo rey, y en seguida se prosternó y besó la tierra entre sus manos, lo mismo que Sabah y la negra. Y Kanmakán dijo a la negra:

      "¡Vendrás también conmigo a Bagdad, donde acabarás de contarme esa historia del desierto!"

      Y Sabah dijo: "¡Permitidme entonces, ¡oh rey! que vaya delante para anunciar tu llegada al visir Dandán y al pueblo de Bagdad!" Y Kanmakán se lo permitió.

      Después, para recompensar al correo por la buena nueva, le cedió, como regalo, todas las tiendas, todo el ganado y todos los esclavos que había conquistado en sus aventuras de tres años. Y precedido por el beduíno Sabah, y seguido por la negra, montada en un camello, salió para Bagdad al galope de su caballo Katul.

      Y como el príncipe Kanmakán había cuidado de que se le adelantasen una jornada su fiel Sabah, éste alborotó en pocas horas toda la ciudad de Bagdad. Y todos los habitantes y todo el ejército, con el visir Dandán y los tres jefes Rustem, Turkash y Bahramán a la cabeza, habían salido fuera de las puertas para aguardar la llegada de aquel Kanmakán


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