El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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rey Daul'makán sobre el montón de estiércol a la puerta del hammam!" Y de pronto el rey Kanmakán se levantó, y dijo: "¡Se debe devolver mal por mal, y duplicado! ¡Si no, aumentaría el número de los impíos y de los malhechores que infringen las leyes! ¡Y para los malos, no debe haber piedad en la venganza, pues la piedad como la entienden los cristianos es virtud de eunucos, enfermos e impotentes!"

      Y el rey Kanmakán, con su propia mano, de un solo tajo hizo de un camellero dos.

      Pero luego mandó a los esclavos que enterraran el cuerpo según los ritos religiosos.

      Entonces los dos reyes dijeron al chambelán: "¡Que entre ahora el beduíno!"

      En este momento de su narración Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

       PERO CUANDO LLEGO LA 145ª NOCHE

      Ella dijo:

      Entonces los dos reyes dijeron al chambelán: "¡Que entre ahora el beduíno!" Y fué introducido el beduíno. Pero apenas apareció por la abertura de la puerta su cabeza de bandido, cuando la reina Nozhatú exclamó: "¡Ese es el beduíno que me vendió a este buen mercader!"

      Al oír estas palabras, el beduíno dijo:

      "¡Soy Hamad! ¡Y no te conozco!" Entonces Nozhatú se echó a reír, y exclamó:

      "¡Verdaderamente es él, pues nunca se verá un loco semejante a éste! Mírame, pues, ¡oh beduído Hamad! ¡Soy aquella a quien robaste en las calles de la Ciudad Santa, y a quien maltrataste tanto!"

      Cuando el beduíno oyó estas palabras, exclamó: "¡Por Alah! ¡Es la misma! ¡Mi cabeza va a desaparecer ahora mismo de encima de mi cuello!" Y Nozhatú se volvió hacia el mercader, que estaba sentado, y le preguntó: "¿Le conoces ahora, mi buen padre?

      El mercader dijo: "¡Es el mismo! ¡Y está más loco que todos los locos de la tierra!"

      Entonces dijo Nozhatú: "Pero este beduino, a pesar de todas sus brutalidades, tenía una buena cualidad: le gustaban los bellos versos y las hermosas historias". Enseguida el beduído exclamó: "¡Oh mi señora! Así es, ¡por Alah! Y sé una buena historia, sobremanera extraña, que me ha ocurrido a mí.

      Ahora bien; si la cuento y agrada a todos los circunstantes, me perdonarás, y me concederás el indulto de mi sangre". Y la dulce Nozhatú sonrió, y dijo:

      "¡Sea!

      Cuéntanos tu historia, ¡oh beduíno!"

      Entonces el beduído Hamad dijo:

      "¡Verdaderamente, soy un gran bandido, la corona de la cabeza de todos los bandidos!

      Pero la cosa más sorprendente de mi vida en las ciudades y en el desierto es la que vais a oír:

      "Una noche que estaba echado sobre la arena junto a mi caballo, sentí oprimida mi alma por el peso de los maléficos hechizos de mis enemigas las brujas. Fué para mí una noche terrible entre todas las noches, pues tan pronto ladraba como un chacal, o rugía como un león, o me quejaba sordamente, echando baba como un camello. ¡Qué noche! ¡Y con qué impaciencia aguardaba yo su fin y la aparición de la mañana! Al fin se aclaró el cielo y se calmó mi inquietud. Y entonces, para librarme de los últimos vestigios de aquellos sueños malditos, me levanté enseguida, me ceñí el alfanje, cogí mi lanza, salté sobre mi corcel y lo lancé al galope, más rápido que la gacela.

      "Y mientras galopaba de tal suerte, vi delante de mí un avestruz que me miraba.

      Estaba plantado muy tranquilo frente a mi caballo, y me disponía a llegar sobre él; pero cuando iba a darle con la lanza, se volvió rápidamente, abrió sus grandes alas, y salió como una saeta a través del desierto. Le perseguí de aquella manera, y me arrastró hasta una soledad toda desolada y llena de espanto, pues allí no había más presencia que la de Alah.

      Sólo se veían las piedras peladas.

      No se oía más que el silbido de las víboras, los gritos de los genios del aire y de la tierra, y los aullidos de los vampiros que buscan una presa. ¡Y el avestruz desapareció como por un agujero invisible o por algún sitio que yo no podía ver! ¡Y se estremeció toda mi carne!¡ Mi caballo se encabritó enseguida, y retrocedió resollando!

      "Entonces sentí una inquietud y un terror muy grandes, y quise volver riendas para retroceder. ¿Pero adonde podría ir cuando el sudor brotaba de los flancos de mi caballo, y el calor de mediodía era insoportable? Una sed atormentadora me abrasaba la garganta y hacía jadear al caballo, cuyo vientre subía y bajaba como un fuelle de fragua. Y pensé:

      "¡Oh Hamad! aquí morirás. ¡Y tu carne servirá de alimento a los cachorros de los vampiros y a las fieras del espanto! Aquí está la muerte, ¡oh beduíno!" Pero cuando me disponía a decir mi acto de fe y a morir, vi dibujarse a lo lejos una línea de frescura, poblada de palmeras: ¡Y mi caballo relinchó, sacudió la cabeza y se lanzó hacia adelante! Y en un galope me vi fuera del horror de aquel pelado y ardoroso desierto de piedra. Y delante de mí, cerca de un manantial que corría al pie de las palmeras, se levantaba una tienda magnífica, junto a la cual dos yeguas soberbias pacían la hierba húmeda y gloriosa.

      "Me apresuré a apearme y a abrevar mi caballo, cuyo hocico echaba fuego, y a beber también aquella agua límpida y dulce hasta hacer morir. Después saqué de mi alforja una cuerda muy larga, y até mi caballo para que pudiese refrescarse libremente en aquella pradera. Y hecho esto, me incitó la curiosidad hacia la tienda para ver lo que era aquello.

      Y he aquí lo que vi: "Sobre una estera muy blanca estaba sentado un joven de imberbes mejillas, tan hermoso como la luna en cuarto creciente; y a su derecha se hallaba en todo el esplendor de su hermosura una joven deliciosa, de cintura tan fina y flexible como la rama tierna del sauce.

      "En aquel mismo momento me enamoré hasta el límitte más extremo de la pasión, pero no sé exactamente si de la joven o del imberbe muchacho. Porque ¡por Alah! ¿qué es más hermoso: la luna o el cuarto creciente?

      "Y les dije: "¡La paz con vosotros!" En seguida la muchacha se cubrió el rostro, y el joven se volvió hacia mí, se levantó, y dijo:

      "¡Y por ti la paz!" Entonces proseguí: "¡Soy Hamad ben-El-Fezarí, de la tribu principal del Eufrates! ¡El guerrero famoso, el jinete formidable, aquel cuya valentía y temeridad vale por quinientos jinetes! ¡He dado caza a un avestruz, y la suerte me ha traído hasta aquí, por lo que vengo a pedirte un sorbo de agua!"

      Entonces el joven se volvió hacia la muchacha, y le dijo: "¡Tráele de beber y comer!" ¡Y la joven se levantó! ¡Y anduvo! ¡Y el ruido armonioso de los cascabeles de oro de sus tobillos marcaba cada paso suyo! ¡Y detrás de ella, su cabellera suelta la cubría por completo, y se balanceaba pesadamente hasta el punto de hacerla tropezar!

      Y yo, a pesar de las miradas del joven, contemplé con toda mi alma a aquella hurí, para no separar ya de ella mis ojos. Y volvió llevando en su mano derecha una vasija llena de agua fresca, y en la izquierda una bandeja con dátiles, tazas de leche y platos de carne de gacela.

      "Pero la pasión me poseía de tal modo, que no pude alargar la mano ni tocar ninguna de aquellas cosas. No supe sino mirar a la joven y recitar estos versos:

      "¡La nieve de tu piel, oh joven incomparable! ¡La negra tintura de henne está todavía fresca en tus dedos y en la palma de tus manos!

      "¡Creo ver, delante de mis ojos maravillados, que en la blancura de tus manos se dibuja la figura de algún ave brillante de negro plumaje!"

      "Cuando el joven oyó estos versos y notó el fuego de mis miradas, se echó a reír de tal modo, que le faltó poco para desplomarse.

      Después me dijo: "¡Veo verdaderamente que eres un guerrero sin par y un caballero extraordinario!" Y yo contesté: "Por tal me tengo. Pero tú, ¿quién eres?" Y alcé la voz para asustarle y hacerme respetar.

      Y el joven dijo: "Soy Ebad ben-Tamim ben-Thalaba, de la tribu de los Bani-Thalaba, y esta joven


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