El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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vestidos también a la antigua moda de Kaissaria". Y ambos reyes hicieron lo que les aconsejaba el gran visir. Y Nozhatú, cuando los vió con tales atavíos, les dijo:

      "¡Verdaderamente, que si no os conociera os creería rumís!" Y salieron al encuentro de la Madre de todas las Calamidades.

      Y ésta apareció bien pronto. Entonces Rumzán y Kanmakán dijeron al visir Dandán que desplegara a los guerreros en un gran círculo, y los hiciera avanzar lentamente, de modo que no pudiera escapar ninguno de los guerreros de Constantinia. Después el rey Rumzán dijo a Kanmakán: "¿Déjame que avance al encuentro de esa vieja maldita, pues me conoce y no desconfiará!"

      Y espoleó su caballo. Y a los pocos momentos estuvo al lado de la Madre de todas las Calamidades.

      Entonces Rumzán se apeó inmediatamente, y la vieja, al verle, se apeó también y le echó los brazos al cuello. Y el rey Rumzán, apretándola entre sus brazos, la miró con los ojos en los ojos, y la estrechó tan recio y por tanto tiempo, que la vieja despidió un cuesco formidablemente sonoro, pues hizo encabritarse a todos los caballos y saltar guijarros del camino a la cabeza de los jinetes.

      Y en este momento los mil guerreros estrecharon a todo galope su círculo, y gritaron a los cien cristianos que rindieran las armas; y en un abrir y cerrar de ojos los capturaron hasta el último. Mientras tanto el visir Dandán se acercaba a la reina Safía, y besando la tierra entre sus manos, la enteró de todo lo ocurrido. La vieja Madre de todas las Calamidades, amarrada fuertemente, comprendió por fin su perdición, y comenzó a orinarse de firme en los vestidos.

      Después todos volvieron a Kaissaria, y desde allí marcharon inmediatamente a Bagdad sin ningún contratiempo.

      Los reyes mandaron iluminar la ciudad e invitaron a los habitantes, por medio de los pregoneros, a reunirse delante del palacio. Y cuando toda la plaza y todas las calles estuvieron invadidas por la muchedumbre, mujeres y niños, salió de la puerta principal un asno sarnoso, y sobre él y mirando al rabo iba amarrada la Madre de todas las Calamidades, con la cabeza cubierta por una tiara roja y coronada de estiércol. Y delante de ella marchaba un pregonero, que enumeraba en alta voz las fechorías de aquella maldita vieja, causa de tantas calamidades sobre Oriente y Occidente.

      Y cuando todas las mujeres y todos los niños le hubieron escupido a la cara, la ahorcaron por los pies en la puerta principal de Bagdad. Y así pereció, devolviendo a Eblis su alma fétida por el ano, la pedorra calamitosa, la vieja de fabulosos cuescos, la taimada y perversa descreída Schauahi Omm El-Dauahi. La suerte la traicionó como ella había traicionado. Y esto fué para que su muerte pudiera servir de presagio de la toma de Constantinia por los creyentes y del definitivo y futuro triunfo en Oriente del Islam sobre la tierra de Alah, a lo largo y a lo ancho.

      En cuanto a los cien guerreros cristianos, no quisieron volver a su país y prefirieron abrazar la fe de los musulmanes.

      Y los reyes y el visir Dandán mandaron a los escribas más hábiles que apuntaran esmeradamente en los anales todos estos pormenores y acontecimientos, a fin de que pudieran servir de ejemplo saludable a las generaciones futuras.

      "Y tal fué, ¡oh rey afortunado! -siguió diciendo Schehrazada diigiéndose al rey Schahriar la espléndida historia del rey Omar All-Nemán, la de sus maravillosos hijos Scharkán y Daul'makán, las de las reinas Abriza, Fuerza del Destino y Nozhatú; y las del gran visir Dandán, y los reyes Rumzán y Kanmakán".

      Después se calló Schehrazada.

      Entonces el rey Schahriar la miró por primera vez con ternura, y le dijo:

      "¡Oh Schehrazada, la muy discreta! ¡Cuánta razón tiene tu hermana, esa pequeña que te está escuchando, cuando dice que tus palabras son deliciosas por su interés y sabrosas por su frescura! Empiezas a hacerme lamentar la matanza de tanta joven, y acaso hagas que olvide, el juramento que hice de matarte como a todas las otras".

      Y la pequeña Doniazada se levantó del tapiz en que había estado escuchando, y exclamó:

      "¡Oh hermana mía! ¡Cuán admirable es esa historia! ¡Y cómo me han encantado Nozhatú y sus palabras, y las palabras de las jóvenes! ¡Y qué contenta estoy con la muerte de la Madre de todas las Calamidades! ¡Cuán maravilloso es todo eso!"

      Entonces Schehrazada miró amorosamente a su hermana, sonrió, y le dijo: "¿Qué dirías entonces si oyeras las palabras de los animales y las aves?"

      Y Doniazada exclamó: "¡Ah hermana mía! ¡Dinos algunas palabras de los animales y las aves! ¡Porque deben ser exquisitas, sobre todo repetidas por tu boca!"

      Y Schehrazada dijo: "¡Con toda la voluntad de mi corazón! ¡Pero no sin que antes me lo permita nuestro señor el rey!"

      Y el rey Schahriar quedó extraordinariamente asombrado, y preguntó:

      "¿Pero qué podrán decir los animales y las aves? ¿En qué lengua hablan?"

      Y Schehrazada dijo: "Hablan en prosa y en verso, expresándose en árabe puro".

      Entonces el rey Schahriar exclamó: "¡Oh Schehrazada! Nada quiero decidir todavía acerca de tu suerte, sin que me hayas contado esas cosas que desconozco. Porque hasta ahora no he oído más que palabras de los humanos, y me alegraría muchísimo saber lo que piensan esos seres a quienes no entienden la mayoría de los hombres".

      Y como iba transcurriendo la noche,

      Schehrazada rogó al rey que aguardase hasta el día siguiente. El rey Schahriar, a pesar de la impaciencia que sentía, se avino a darle su consentimiento. Y cogiendo en brazos a la bella Schehrazada, se enlazaron hasta que brilló la mañana del otro día.

       HISTORIA ENCANTADORA DE LOS ANIMALES Y DE LAS AVES

       Y CUANDO LLEGO LA 146ª NOCHE

      Cuento de la oca, el pavo real y la pava real He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que había en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad y el momento, un pavo real muy aficionado a recorrer en compañía de su esposa las orillas del mar y a pasearse por una selva que allí había toda llena de arroyos y poblada por el canto de las aves.

      Durante el día, el pavo y la pava buscaban tranquilamente su alimento, y al llegar la noche se encaramaban a lo alto del árbol más frondoso, para no tentar los deseos de algún vecino que fuese poco escrupuloso en su admiración hacia la hermosura de la pava. Y eran felices de este modo, bendiciendo al Bienhechor, que les dejaba vivir en la paz y la dulzura.

      Pero un día el pavo real invitó a su esposa para que le acompañase a una isla que se veía desde la playa, y de este modo podrían cambiar de aires y de perspectivas. La pava le contestó oyendo y obedeciendo, echaron a volar los dos, y llegaron a la isla.

      Aquella isla estaba cubierta de árboles cargados de frutas y regada por multitud de arroyos. El pavo y su esposa quedaron extraordinariamente encantados de su paseo por aquella frescura, y permanecieron allí algún tiempo para probar todas las frutas y beber aquella agua tan dulce y tan fina.

      Cuando se disponían a regresar a su casa, vieron venir hacia ellos una oca, que batía las alas llena de espanto. Y temblándole todas sus plumas, fué a pedirles ayuda y protección. El pavo real y su esposa la recibieron muy cordialmente, y la pava, hablándole con toda su afabilidad, le dijo:

      "¡Sé bien venida entre nosotros! ¡Aquí encontraréis el calor de la familia y cuanto necesites!"

      Entonces la oca empezó a tranquilizarse, y el pavo, muy convencido de que la historia de la oca sería una historia verdaderamente asombrosa, le preguntó: "¿Qué te ha ocurrido y cuál es la causa de tu espanto?" Y respondió la oca: "Aun estoy enferma de lo que acaba de sucederme y del terror horrible que me inspira Ibn-Adán. ¡Alah nos guarde y nos libre de Ibn-Adán!"

      Y el pavo, muy afligido, dijo: "¡Cálmate, mi buena oca, cálmate!" Y preguntó la pava:

      "¿Cómo es posible que ese Ibn-Adán logre llegar hasta esta isla? Desde la playa no puede saltar. Y no hay medio de atravesar


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