El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
una abertura angosta; y clavó en el interior grandes clavos cuyas puntas estaban vueltas hacia dentro, de adelante hacia atrás; y dejó a trechos unos agujeros no muy grandes.
Hecho esto, invitó respetuosamente al león a tomar pesesión de su propiedad. Pero el león vaciló al principio, y dijo al hombre: "¡La verdad es que eso me parece muy estrecho, y no sé cómo. podré penetrar ahí!" Y el vejete repuso: "¡Bájate y entra arrastrándote, pues una vez dentro te encontrarás muy a gusto!" Entonces el león se agachó, y su cuerpo flexible se deslizó en lo interior, sin dejar fuera más que la cola.
Pero el vejete se apresuró a enrollar aquella cola, y meterla rápidamente con lo demás, y en un abrir y cerrar de ojos tapó la abertura y la clavó con solidez.
"Entonces el león intentó moverse y retroceder, pero las puntas aceradas de los clavos le penetraron en la carne, y le pincharon por todos lados. Y se puso a rugir de dolor, y exclamó: "¡Oh carpintero! ¿Qué viene a ser esta casa tan angosta que has construido, y estas puntas que me hieren cruelmente?"
"Oídas estas palabras, el hombre lanzó un grito de triunfo, y empezó a saltar y a reír, y dijo al león: "¡Son las puntas de Ibn-Adán! ¡Oh perro del desierto! así aprenderás a tu costa que yo, Ibn-Adán, a pesar de mi fealdad, de mi cobardía y mi debilidad, puedo triunfar de la fuerza y de la belleza".
"Y dichas estas espantosas palabras, el miserable encendió una antorcha, hacinó leña en torno del cajón, y le prendió fuego. Y yo, más paralizada que nunca de terror, vi a mi pobre amigo arder vivo, muriendo con la muerte más cruel. Y el maldito Ibn-Adán, sin haberme visto, porque estaba tendida en el suelo, se alejó triunfante. "Entonces, pasado bastante tiempo, me pude levantar, y me alejé con el alma llena de espanto. Y así pude llegar hasta aquí, donde el Destino hizo que os encontrara, ¡oh señores míos, de alma compasiva!"
Cuando el pavo real y la pava hubieron oído el relato de la oca…
En este momento de su narración,
Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 147ª NOCHE
Ella dijo:
Cuando el pavo real y la pava hubieron oído el relato de la oca, se conmovieron hasta el límite de la emoción, y la pava dijo a la oca: "¡Hermana, aquí estamos seguros, permanece con nosotros todo el tiempo que quieras, hasta que Alah te devuelva la paz del corazón, único bien estimable después de la salud!.¡Quédate, pues, y compartirás nuestra suerte, buena o mala!"
Pero la oca dijo: "¡Tengo mucho miedo, mucho miedo!" La pava repuso: "¡Pues no debes tenerlo! ¡Queriendo librarte de la suerte que está escrita, tientas al Destino! ¡Este es el más fuerte! ¡Y lo que en nuestra frente está escrito tiene que suceder! ¡No hay deuda que no se pague! ¡De modo que si se nos ha fijado un fin, no hay fuerza que pueda anularlo! ¡Pero lo que más ha de consolarte es la convicción de que ninguna alma puede morir sin haber agotado los bienes que le debe el Justo Retribuidor!"
Y mientras departían de esta suerte, crujieron las ramas a su alrededor, y se oyó un ruido de pasos que turbó de tal modo a la pobre oca, que tendió frenéticamente las alas, y se tiró al mar, gritando: ¡Tened cuidado, tened cuidado! ¡Aunque todo destino haya de cumplirse!"
Pero aquello era una falsa alarma, pues entre las ramas apareció la cabeza de un lindo corzo de ojos húmedos. Y la pava real gritó a la oca: "¡Hermana mía, no te asustes así! ¡Vuelve enseguida! ¡Tenemos un nuevo huésped! ¡Es un lindo corzo, de la raza de los animales, así como tú eres de la de las aves! ¡Y no come carne sangrienta, sino hierbas y plantas! ¡Ven, y ahuyenta tu inquietud, pues nada extenúa el cuerpo y agota el alma como el temor y la zozobra!"
Entonces volvió la oca meneando las alas, y el corzo, después de las zalemas de costumbre, les dijo: "¡Esta es la primera vez que vengo por aquí, y no he visto tierra más fértil, ni plantas y hierbas más frescas y tentadoras! ¡Permitidme, pues, que os acompañe y que disfrute con vosotros de los beneficios del Creador!" Y los tres le contestaron: "¡Sobre nuestras cabezas y nuestros ojos, ¡oh corzo lleno de cortesía! ¡Aquí encontrarás bienestar, amor de familia y todo género de facilidades!"
Y todos se pusieron a comer, a beber y a gozar de aquel clima tan suave durante largo espacio de tiempo. Pero nunca dejaron de rezar sus oraciones por la mañana y por la tarde, excepto la oca, que segura ya de la paz, olvidaba sus deberes para con el Distribuidor de la tranquilidad constante. ¡No tardó en pagar con la vida aquella ingratitud hacia Alah! Una mañana, un barco desarbolado fué arrojado a la costa; sus tripulantes abordaron a la isla, y al ver el grupo formado por el pavo real, su esposa, la oca y el corzo, se acercaron rápidamente.
Entonces los dos pavos reales volaron a lo lejos ocultándose en las copas de los árboles más frondosos, el corzo saltó, y en unos cuantos brincos se puso fuera de alcance.
Sólo la oca se quedó allí, pues aunque intentó correr la cercaron en seguida y la cogieron, comiéndosela en la primera comida que hicieron en la isla.
En cuanto al pavo y la pava real, antes de dejar la isla para regresar a su bosque, fueron ocultamente a enterarse de la suerte de la oca, y la vieron en el momento que la degollaban. Entonces buscaron por todas partes a su amigo el corzo, y después de mutuas zalemas y felicitaciones por haber escapado del peligro, enteraron al corzo del infortunio de la pobre oca. Y los tres lloraron mucho en recuerdo suyo, y la pava dijo: "¡Era muy dulce, y modesta, y gentil!" Y el corzo exclamó: "¡Verdad es! ¡Pero a última hora descuidaba sus deberes para con Alah, y olvidaba darle las gracias por sus beneficios!"
Entonces dijo el pavo real: "¡Oh hija de mi tío, y tú, corzo piadoso, oremos!" Y los tres besaron la tierra entre las manos de Alah, y exclamaron: ¡Bendito sea el Justo, el Retribuidor, el Dueño Soberano del Poder, el Omnisciente, el Altísimo! ¡Gloria al Creador de todos los seres, al Vigilante de cada uno de los seres, al Retribuidor de cada cuál según sus méritos y capacidades!
Alabado sea Aquel que ha desplegado los cielos, y los ha redondeado, y los ha iluminado; aquel que ha tendido la tierra a cada lado de los mares, y la ha vestido y adornado con toda su belleza!
Entonces después de haber contado esta história,Schehrazada se calló un momento. Y el rey Schariar exclamó: "¡Qué admirable es esa oración, y qué bien dotados están esos animales! Pero, ¡oh Schehrazada! ¿No sabes algo más respecto a ellos?" Y Schehrazada dijo: "¡Oh rey lleno de generosidad! eso no es nada comparado con lo que podría contarte".
Y el rey preguntó: "¿Pues qué esperas para seguir?" Schehrazada dijo: "Antes de continuar la historia de los animales, quiero contarte, ¡oh rey! otra historia que confirmará las conclusiones de ésta, es decir, lo agradable que es la oración para el Señor".
Y el rey Schahriar dijo: "¡Ciertamente, puedes contarla!"
El pastor y la joven Cuentan que en una montaña de entre las montañas del país musulmán había un pastor dotado de una gran cordura y de una fe constante. Este pastor llevaba una vida pacífica y retirada, contentándose con su suerte, y viviendo con la leche y la lana, productos de su rebaño. Y este pastor tenía tanta dulzura, y reunía tantas bendiciones, que las bestias feroces nunca atacaban a su rebaño, pues tanto lo respetaban, que al verle de lejos le saludaban con sus gritos y aullidos. Este pastor siguió viviendo así largo tiempo, sin interesarle, para su mayor dicha y tranquilidad, nada de lo que pasaba en las ciudades del universo.
Pero un día Alah el Altísimo quiso probar el grado de su cordura y el valor real de sus virtudes, y no encontró tentación más fuerte que enviarle la beldad de la mujer. Encargó, pues, a uno de sus ángeles que se disfrazase de mujer, y no escatimara ninguno de los artificios femeniles para hacer pecar al santo pastor.
Y un día en que el pastor, hallándose enfermo, estaba tendido en su gruta, y glorificaba en su alma al Creador, vió entrar de pronto en su albergue, risueña y gentil, a una joven de ojos negros, a quien se podía tomar también por un muchacho. Y al entrar se perfumó su gruta, y el pastor sintió que se estremecía su