El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
un instante el palacio de su padre Nureddin, pues el sabio le exigía una gran atención a sus lecciones. Pero cuando Hassan cumplió los quince años y ya no tuvo que aprender nada más del viejo maestro, su padre le llamó, le puso el traje más lujoso que encontró entre los suyos, le hizo que montara en la mejor de sus mulas y se dirigió con él al palacio del sultán, atravesando con numeroso séquito las calles de Bassra.
Y todos los habitantes, al ver al joven Hassan Badreddin, prorrumpían en gritos de admiración, por su hermosura, la esbeltez de su talle, su gracia y sus modales encantadores. Y exclamaban: "¡Por Alah! ¡Es hermoso como la luna! ¡Que Alah lo libre del mal de ojo!" Y aquello duró hasta la llegada de Badreddin y su padre al palacio.
Cuando el sultán vió la hermosura del joven Hassan Badreddin, quedó tan sorprendido, que perdió la respiración y se olvidó de respirar durante un buen rato. Y le mandó acercarse, y le estimó mucho, le hizo su favorito, colmándole de regalos, y dijo a su padre Nureddin: "Visir, es absolutamente indispensable que me lo envíes todos los días, pues comprendo que no podría pasarme sin él". Y el visir Nureddin tuvo que contestar: "Escucho y obedezco".
Cuando Hassan Badreddin hubo llegado a ser amigo y favorito del sultán, su padre Nureddin cayó gravemente enfermo, y sospechando que no tardaría Alah en llamarle a Su misericordia, mandó a buscar a su hijo y le dirigió las últimas advertencias, diciéndole:
"Sabe, ¡oh hijo mío! que este mundo es para nosotros una morada pasajera, porque el mundo futuro es eterno. Por eso antes de morir quiero darte algunas instrucciones; óyelas bien y ábreles tu corazón". Y Nureddin explicó a su hijo Hassan las mejores normas para conducirse como es debido con sus semejantes y guiarse en la vida.
Luego se acordó Nureddin de su hermano Chamseddin, el visir de Egipto, y de su país y de sus parientes y de todos sus amigos de El Cairo, y al recordarlos no pudo dejar de llorar por no haberlos vuelto a ver. Pero en seguida se acordó de que tenía que aconsejarle algo más a Hassan, y le dijo: "Hijo mío, conserva en tu memoria las palabras que voy a decirte, porque son muy importantes. Sabe que tengo en El Cairo un hermano llamado Chamseddin, que es tío tuyo, y además visir de Egipto.
Hace tiempo que nos separamos algo disgustados, y yo estoy aquí, en Bassra, sin licencia suya. Voy, pues, a dictarte mis últimas disposiciones sobre esto. Toma un papel y un cálamo y escribe lo que dicte"
Entonces Hassan Badreddin cogió una hoja de papel, extrajo el tintero del cinturón, sacó del estuche el mejor cálamo, que era el que estaba mejor cortado, lo mojó en la estopa empapada en tinta sobre la mano izquierda, y cogiendo el cálamo con la derecha, le dijo a Nureddín: "¡Oh padre mío, escucho tus palabras!" Y Nureddín empezó a dictar: "En nombre de Àlah el Clemente, el Misericordioso…"
Y continuó dictando en seguida a su hijo toda su historia, desde el principio hasta el fin, y además le dictó la fecha de su llegada a Bassra, y de su casamiento con la hija del viejo visir, y le dictó su genealogía completa, sus ascendientes directos e indirectos, con sus nombres; el nombre de su padre y de su abuelo, su origen, su grado de nobleza personal adquirida, y en fin, todo su linaje paterno y materno.
Después le dijo:
"Conserva cuidadosamente ese pliego de papel. Y si por mandato del Destino te ocurriese alguna desgracia en tu vida, regresa al país de origen de tu padre, en donde nací yo, o sea El Cairo, la ciudad próspera; pregunta allí por tu tío el visir, que vive en nuestra casa, y salúdale de mi parte deseándole la paz, y dile que he muerto afligido por morir en el extranjero, lejos de él, y que antes de morir no tenía más deseo que verle. He aquí, ¡oh mi hijo Hassan! los consejos que quería darte. ¡Te conjuro a que no los olvides!"
Entonces Hassan Badreddin dobló cuidadosamente el papel, después de echarle arenilla, secarlo y sellarlo con el sello de su padre el visir, y luego lo colocó en el forro de su turbante, y lo cosió allí, habiéndolo envuelto en un pedazo de hule para preservarlo de la humedad.
Hecho esto, no pensó más que en llorar, besando la mano de su padre Nureddin y afligiéndose al comprender que se quedaba solo, siendo tan joven, y privado de la compañía de su padre. Y Nureddin no dejó de dar consejos a su hijo Hassan Badreddin hasta que entregó el alma.
Entonces Hassan Badreddin sintió un pesar grandísimo, así como el sultán y todos los emires, y los grandes y los humildes. Y enterraron a Nureddin según su rango.
Hassan Badreddin hizo durar dos meses las ceremonias del luto, y durante todo este tiempo no salió un instante de su casa y hasta olvidó la visita a palacio para saludar al sultán según costumbre.
Y el sultán no comprendió que era la aflicción la que retenía al hermoso Hassan Badreddin lejos de él, sino que pensó que Hassan lo abandonaba y lo menospreciaba. Y entonces se indignó mucho, y en vez de nombrar a Hassan sucesor de su padre el visir Nureddin, nombró a otro para este cargo haciendo privado suyo a un joven chambelán.No contento con esto, hizo más el sultán contra Hassan Badreddin. Mandó sellar y confiscar todos sus bienes, todas sus casas y todas sus propiedades, y después dispuso que prendiesen a Hassan Badreddiny se lo llevasen encadenado.
Y en seguida el nuevo visir, en compañía de varios chambelanes, se dirigió a la casa del joven Hassan, que no podía sospechar la desgracia que le amenazaba.
Pero afortunadamente, había entre los esclavos de su palacio unjoven mameluk que quería mucho a Hassan Badreddin. En cuanto supo lo que pasaba, echó a correr, y llegó a casa del joven Hassan, al cual halló muy triste, con la cabeza baja y el corazón dolorido, sin dejar de pensar en la muerte de su padre. Y el esclavo le enteró entonces lo que ocurría. Y Hassan le preguntó: "¿Pero no tendré tiempo para coger algo con qué subsistir durante mi huída al extranjero?" Y el mameluk le dijo: "El tiempo urge. No pienses más que en salvar tu persona".
Al oirle, el joven Hassan, vestido tal como estaba, y sin llevar nada consigo, salió apresuradamente, después de echarse la orla de su túnica por encima de la cabeza para que no lo conociesen. Y siguió caminando hasta que se vió fuera de la ciudad.
Al saber los habitantes de Bassra que se había intentado prender a Hassan Badreddin, hijo del difunto visir Nureddin, y la confiscación de sus bienes y su probable sentencia de muerte, se afligieron en extremo y exclamaron: "¡Qué lástima de hermosura y de joven tan agradable!" Y Hassan, al recorrer las calles sin que le conociesen, oía estos lamentos y exclamaciones. Pero aun se apresuró más, y siguió andando, hasta que la suerte y el destino hicieron que precisamente pasase por el cementerio donde estaba la turbeh (tumba) de su padre. Entonces entró en el cementerio, y caminando por entre las tumbas llegó a la turbeh de su padre. Y se quitó la ropa que le cubría la cabeza, entró bajo la cúpula de la turbeh, y resolvió pasar allí la noche.
Pero mientras permanecía sentado y sumido en sus pensamientos, vió que se le acercaba un judío de Bassra, mercader conocidísimo en la ciudad. Este mercader judío regresaba de un pueblo cercano, encaminándose a Bassra. Y al pasar cerca de la turbeh de Nureddin, miró hacia el interior, y vió al joven Hassan Badreddin, a quien conoció en seguida. Entonces entró, se acercó a él respetuosamente y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡qué mal semblante tienes y qué desmejorado estás, siendo tan hermoso! ¿Te ha ocurrido alguna nueva desgracia además del fallecimiento de tu padre el visir Nureddin, a quien respeté, y que tanto me quería y estimaba? ¡Téngale Alah en Su misericordia!"
Pero Hassan Badreddin no quiso revelarle el verdadero motivo de su trastorno, y le contestó: "Esta tarde, mientras estaba durmiendo, se me presentó mi difunto padre, y me ha reconvenido porque no visitaba su turbeh. De pronto me desperté, lleno de terror y remordimiento, y me vine aquí en seguida. Y aun estoy bajo aquella impresión tan penosa".
Entonces el judío le dijo: ";.0h mi señor!
Hace tiempo que pensaba ir en tu busca para hablarte de un asunto, y ahora me favorece la casualidad, puesto que te encuentro.
Sabes, pues, ¡oh mi joven señor! que tu padre el visir, con quien estaba yo en relaciones mercantiles, había fletado naves que ahora vuelven cargadas de mercancías.
Estas naves vienen consignadas a él. Si quisieras