El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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pero en seguida vió delante de sí a un hombre gigantesco y barbudo, que le guiñó el ojo para indicarle que no gritase. Y Hassan se contuvo. Y aquel hombre, que era el efrit, le presentó una vela encendida, y le mandó que se uniera a las muchas personas que llevaban velas encendidas para acompañar a la boda, v le dijo: "¡Sabe que soy un efrit, pero creyente! Te transporté aquí durante tu sueño. Esta ciudad es El Cairo. Te he traído porque te quiero y deseo favorecerte sin ningún interés, sólo por amor a Alah y por tu hermosura. Toma esta vela encendida, intérnate entre la muchedumbre y marcha con ella hasta ese hammam que alli ves.

      De él ha de salir una especie de jorobado a quien llevarán triunfalmente. ¡Síguele! Ve siempre a su lado, pues es el novio. Entrarás en el palacio con él, y al llegar a la gran sala de recepciones te colocarás a su derecha, como si fueses de la casa. Y cada vez que veas llegar ante vosotros un músico, una cantora o una danzarina, métete la mano en el bolsillo, que ya cuidaré yo que siempre esté lleno de oro, y cógelo a puñados sin vacilación alguna y arrójaselo a todos.

      No temas que se te acabe, que eso es cuenta mía. Obsequia, pues, con puñados de oro a cuantos se te acerquen. Aventúrate y no te detengas ante nada. Confía en Alah que te creó tan hermoso y en mí que te estimo.

      Además, todo lo que te suceda, te sucederá por la voluntad y el poder del Altísimo". Y dichas estas palabras, el efrit desapareció.

      Entonces Hassan Badreddin de Bassra dijo para sí: "¿Qué querrá decir todo esto? ¿De que favores me ha hablado este asombroso efrit? Pero sin perder más tiempo en estas preguntas, echó a andar, encendió Ia vela en la de un invitado, y llegó al hammam cuando el jorobado había acabado de bañarse y salía a caballo con un traje magnífico. Hassan Badreddin se internó entonces entre la muchedumbre, dándose tanta maña, que llegó a la cabeza de la comitiva, junto al jorobado.

      Y entonces brilló en todo su esplendor la maravillosa hermosura de Hassan. Iba vestido con el más suntuoso de sus trajes de Bassra, llevaba un manto de seda tejido con hilo de oro, y en la cabeza un birrete rodeado de un magnífico turbante bordado en oro y plata, puesto a la usanza de Bassra. Y todo ello realzaba su apuesto continente y su hermosura.

      Durante la marcha del cortejo, cada vez que una cantora o una danzarina se separaba del grupo de los músicos y se acercaba a él para llegar frente al jorobado, Hassan Badreddin se echaba mano al bolsillo, y sacándola llena de oro, lo derramaba a puñados a su alrededor, y echaba más en la pandereta de la danzarina o de la cantora, llenándola de oro, con ademanes de sin igual donosura.

      Y por eso todas estas mujeres, lo mismo que la muchedumbre, quedaron asombradas de aquella esplendidez, admirando la belleza y los encantos de Hassan.

      La comitiva acabó por llegar al palacio.

      Entonces los chambelanes detuvieron la multitud, y sólo dejaron entrar detrás del jorobado a los músicos, las danzarinas y las cantoras.

      Pero las cantoras y las danzarinas interpelaron unánimemente a los chambelanes, y les dijeron: "¡Por Alah!

      Hacéis bien en impedir a a esos hombres que entren con nosotras en el harén para presenciar cómo se viste la novia. Pero por nuestra parte, nos negaremos a entrar si no nos acompaña este joven que nos ha colmado de beneficios. Y no hemos de festejar a la novia como no sea en presencia de este joven, amigo nuestro".

      Entonces las mujeres se apoderaron a la fuerza del joven Hassan y lo llevaron con ellas al harén, en medio de la gran sala de fiestas. Y fué el único hombre que estuvo en el harén a despecho de la nariz del jorobado, que no pudo impedirlo. Allí se halaban reunidas todas las damas de palacio, las esposas de los emires, visires y chambelanes.

      Y se alineaban en dos filas, sosteniendo cada una en la mano un gran cirio; y todas tenían la cara cubierta con el velillo de seda blanca, a causa de la presencia de aquellos dos hombres.

      Y Hassan y el jorobado pasaron por entre las dos hileras y fueron a sentarse en una tarima alta, teniendo que atravesar las dos filas de mujeres, que se prolongaban desde la sala de festejos hasta la cámara nupcial, de donde había de salir la novia para la boda.

      Al ver a Hassan Badreddin y advertir su hermosura, sus encantos y su rostro luminoso cual la luna creciente, las mujeres se emocionaron hasta casi quedarse sin aliento y perder la razón. Y ardía cada cual en deseos de abrazar a aquel joven maravilloso, y traerle a su regazo, permaneciendo unidos un año, o un mes, o siquiera una hora, solamente el tiempo preciso para que la asaltase una vez y sentirlo dentro de ella.

      Y en un momento dado, todas estas mujeres, no pudiendo resistir por más tiempo, se descubrieron el rostro, levantando el velillo. ¡Y se mostraron sin pudor, olvidando la presencia del jorobado! Y todas se acercaron a Hassan Badreddin para admirarle más de cerca y decirle palabras de amor, o siquiera guiñarle un ojo para que pudiese comprender cuánto le deseaban.

      Y además las danzarinas y las cantoras ponderaban la generosidad de Hassan, alentando a las damas a que le sirviesen lo mejor posible. Y las damas decían: "¡Por Alah! ¡He aquí un hermoso joven! ¡Este sí que puede dormir con Sett ElHosn! ¡Nacieron el uno para el otro! ¡Confunda, pues, Alah a ese maldito jorobado!

      Y mientras las damas seguían alabando a Hassan y lanzando imprecaciones contra el jorobado, las tañedoras de instrumentos rompieron a tocar, se abrió la puerta de la cámara nupcial y la novia Sett ElHosn entró en la sala de festejos rodeada de eunucos y doncellas.

      Sett ElHosn, hija del visir Chamseddin, apareció en medio de su servidumbre, y brillaba como una hurí.

      Las otras, comparadas con ella, no eran más que unos astros que formaron su cortejo, como estrellas que rodean a la luna al salir de una nube. Se había perfumado con ámbar, almizcle y rosa, y su peinada cabellera brillaba bajo la seda que la cubría. Sus hombros admirables marcábanse a través de su traje suntuoso. Iba de un modo regio: entre otras galas, llevaba un vestido bordado de oro rojo, con dibujos de pájaros y flores. Y esto era el traje exterior, pues los interiores sólo Alah sería capaz de conocerlos y estimarlos en su verdadero mérito. En la garganta lucía un collar que suponía incalculables millares de dinares. Y cada una de sus piedras era de tal valor, que ningún mortal, ni el rey en persona, las había visto iguales.

      En una palabra, Sett ElHosn aparecía tan hermosa como la luna llena en la décimacuarta noche.

      Y Hassan Badreddin seguía sentado entre el grupo de damas, causando la admiración de todas. Y la novia avanzó con un gracioso movimiento, dirigiéndose hacia el estrado.

      Entonces el jorobado se levantó y quiso besarla. Pero ella, horrorizada, lo rechazó y fué a colocarse rápidamente al lado del hermoso Hassan. ¡Y pensar que era su primo, y ella no lo sabía, lo mismo que él!

      Y todas las damas se echaron, a reír, principalmente cuando la novia se detuvo ante el hermoso Hassan, por el cual se sintió al instante abrasada en deseos, y exclamó, levantando al cielo las manos:

      "¡Alahumma! ¡Haz que este hermoso joven sea mi marido, y líbrame de ese palafrenero jorobado!"

      Entonces Hassan Badreddin, siguiendo las instrucciones del efrit, metió la mano en su bolsillo y la sacó llena de oro, echándoselo a puñados a las servidoras de Sett ElHosn y a las cantoras y danzarinas, que exclamaron:

      "¡Ojalá poseas a la novia!" Y Badreddin correspondió con una gentil sonrisa a este deseo y a estas felicitaciones.

      Y el jorobado se veía, durante esta escena, abandonado de todos, y hallábase solo, más feo que un mico. Y todas las personas que por casualidad se le acercaban, al pasar junto a él apagaban la vela en señal de burla. Y así permaneció algún tiempo, aburriéndose y poniéndose cada vez de peor humor. Y todas las damas se reían al mirarle, y le dirigían bromas escandalosas. Una le decía: "¡Mico, ya podrás masturbarte en seco y copular en el aire!" Otra le increpaba: "¡Mira! ¡Apenas abultas lo que el zib de nuestro buen amo! ¡Y tus dos jorobas son la medida exacta de sus compañones!" Y decía una tercera: "Si te diese un golpe con su zib, irías a caer de trasero en la cuadra".

      Y todo el mundo se reía.

      La novia dió la vuelta


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