La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez

La urgencia de ser santos - José Rivera Ramírez


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sean precisamente el reino de Dios? Estas es evidente que no vienen del impulso de Jesucristo.

      Hay otros dos aspectos de la llamada de Jesucristo, tal como aparece en el evangelio de san Mateo sobre todo. Uno es la responsabilidad: tenemos que responder por nosotros y por los demás. Pero esta responsabilidad [significa] que hay que responder y que nos coloca ante un dilema definitivo y absoluto. Recuerdo siempre –y esto también nos pasa a nosotros– la tendencia que sentimos muy frecuentemente a la mediocridad. De manera que, tanto en la tarea pastoral como respecto de nosotros mismos, lo que entendemos es que no hay que exagerar “por arriba”, que somos hombres, y que “por abajo” al infierno no vamos a ir, no vamos a condenarnos... Hace unos cuantos años había más gente que decía: “pues que se vaya al infierno” ... y se quedaban tan frescos; ahora no, ahora somos más compasivos; yo creo que somos más compasivos porque nos desahogamos más, porque, de hecho, cuando tenemos odio matamos a la gente y ya estamos desahogados... de manera que las conversaciones pueden ser mucho más suaves; hace unos cuantos años, como la gente no se atrevía a matarse, con esa facilidad, las matanzas eran verbales; ahora es al revés: generalmente hablando siempre hay que respetar a las personas porque uno ya se ha desahogado suficientemente cargándoselas cuando llega la ocasión, ¡quién no se ha cargado un niño ya a estas fechas!... si no por lo menos en la carretera, aunque sea sin querer... se va desahogando.

      Actualmente tendemos a pensar que no se condena nadie, que Dios es muy bueno. El evangelio, que es la buena noticia, no habla así ni de lejos. Repasar un poco los primeros capítulos de san Mateo, que se hace bien fácil; daos cuenta de la cantidad [de veces] que habla Jesucristo del infierno ¡es algo tremendo! Se presenta como algo que tienes que elegir; por ejemplo: que tengáis cuidado porque si uno entra por la puerta ancha, por la puerta ancha se va a la perdición; y la perdición está claro lo que él entiende: la gehenna; y que tengáis cuidado, porque sois la sal de la tierra y si la sal se torna insípida, no sirve para nada más que para arrojarla y arrojarla es, igual que al invitado, arrojarlo a las tinieblas exteriores y allí será el llanto y el rechinar de dientes; y al que se queda con un solo talento y no negocia con él, se lo quitan y ¡ala! a arrojarle; y arrojarle es, sencillamente, arrojarle del cielo, es condenarse. Jesucristo está hablando con un tono enormemente tajante, más claro no puede ser... La fuerza de decisión que tienen las cosas –que lo dice dos veces hablando en distintos contextos–: que si tu mano o tu ojo te son ocasión de escándalo que te lo cortes y ya está: ¡más definitivo no puede ser!

      Sería bueno que nos paráramos un poco, por una parte, preguntándonos: ¿me planteo yo las cosas así? ¿vivo con el temor –y vamos a ser sinceros: no somos tan altruistas ni tan desinteresados que no nos importe condenarnos– o ya hemos decidido que estamos situados bien y, por tanto, es imposible que nos condenemos? En el fondo, vivimos como si no existiese ese peligro; de manera que la frase “velad y orad para no caer en tentación”, que Jesucristo dice a los discípulos, no será para asustarles, vamos, es que él mismo va a morir por ellos en ese momento. Pues nosotros no nos la creemos; ¡por poco que recemos siempre será bastante para salvarnos...! Cristo no dice eso. ¿Esta posibilidad de condenarnos angustia? Yo pongo siempre el mismo ejemplo: cuando yo voy a Madrid no es tan difícil que me agarre un coche... simplemente tengo algo de cuidado, no soy tan insensato que me dedique a pasar por los semáforos cuando están en rojo, simplemente tengo cuidado, y lo hago instintivamente, de pasar por los semáforos cuando están en verde y además mirar; hasta ahora no parece que estoy mal del corazón...y a Madrid he ido millares de veces en mi vida. O sea, que se puede tener cuidado y no angustiarse en absoluto. Puedo vivir tan tranquilo pensando que, efectivamente, hay la posibilidad de condenarse.

      En una noche oscura, espiritualmente hablando –y en temperamentos angustiados claro–, no parece que sea raro el que [uno se angustie por la posibilidad de la condenación]. Un san Alfonso María de Ligorio... He estado leyendo la vida de san Juan de Sahagún: pasó unas temporadas tremendas pensando si se iba a condenar..., luego tenía visiones todos los días; pero de vez en cuando le venían estas ideas. Yo no digo que tengamos que estar pensando que nos vamos a condenar, pero otra cosa es que hayamos decidido que nosotros no nos podemos condenar, y esto no está en el evangelio, es evidente. Buena noticia quiere decir que Dios se me ofrece, no que se haya dado ya mientras estoy en la condición terrena. Pero es que, hablando de los demás, ¿qué estoy planteando a los demás? La tarea, la de que el Espíritu Santo me invada, es lenta, porque el progreso del hombre es lento.

      Leyendo unas conversaciones con Sartre, él dice que ser ateo es muy difícil –y dice igual que nosotros pero al revés–; dice que ser ateo, idealistamente, es muy fácil, negar a Dios es muy fácil, pero vivir como si no hubiera Dios es dificilísimo. Estamos tan empapados de la idea de la divinidad que estamos actuando siempre en la suposición de que hay una divinidad. Aquí en nosotros digo lo mismo: el ser cristiano, idealmente, es muy fácil, pero llevarlo a la totalidad es difícil porque el hombre tiende a la mediocridad, a la superficialidad; en la superficialidad, es difícil de creer que vive Cristo, pero que hay algo divino es muy fácil; y entonces hacemos ahí unas mezclas...

      Pues bien, veamos si tenemos esta tendencia de sentirnos responsables. La respuesta es: o que recibimos la vida que se nos ofrece en plenitud –y podemos recibirla en plenitud– o, al revés, que no recibimos la vida. Y esto, al mismo tiempo, es para todos los demás. ¿Cómo vamos a responder de la cantidad enorme de gente que se nos confía si no vamos viviendo más como sal de la tierra?

      La alegría de la llamada

      Y finalmente, otro aspecto de la llamada que aparece en san Mateo es el de la alegría. Porque lo primero que hace Jesucristo, apenas empieza a predicar, son las bienaventuranzas. A lo que nos llama Jesucristo es a la plenitud del ser dichoso. A todo el mundo. Lo que pasa es que hace falta bastante fe para darse cuenta que la dicha que Cristo nos ofrece, lo mismo que dice de la paz, no la da Él como la da el mundo. Y por otro lado El, que dice: “he venido a traer la paz”, en otra parte dice que no ha venido a traer la paz; darnos cuenta que no hay contradicción, que sencillamente son las mismas palabras que están expresando matices muy distintos y materias muy distintas; la bienaventuranza, lo que la gente entiende por alegría –no digo que todo el mundo– ... la mayor parte de la gente entiende por alegría las cosas sensibles, la alegría sensible; no es casualidad que a eso se le suele llamar divertirse, es decir distraerse, salir de sí mismo...no es estar uno metido en la alegría, es al revés, salirse uno de sí mismo para buscar la alegría; mientras que una persona intelectual la alegría la entiende de otra manera... ¡lo que yo disfruto leyendo solo!... leyendo y pensando. Jesucristo está hablando de la alegría nuestra y entonces las formas de ser alegre también son distintas.

      [Es necesario] creernos, por ejemplo, que la alegría es tan mandato como el no fornicar o como el santificar las fiestas; es tan mandato porque está mandado; los mandatos de san Pablo son tan mandatos como los que están en el AT pero más: “estad siempre alegres, os lo repito, alegraos en el Señor”. Alegraos. Uno puede sentir tristeza, sentir angustia por causas biológicas, pero tienen que ser biológicas... porque las demás tienen que acabar desapareciendo todas, porque la tristeza que se pueda pasar por cosas que realmente son tristes tendrá que ir siempre ya como un ingrediente precisamente de la alegría, de la alegría que en ese momento será espiritual, no será sensible, pero una alegría de verdad.

      Cuando vosotros veis a la gente ¿os dan verdaderamente ganas de hacerla feliz? ¿o no sentís un poco decir “vamos a no complicarle la vida que, después de todo, bastante tranquilo está y si lo metemos en estos líos... luego empieza y se va uno enredando y ya no hay por donde salir...”?. Uno de los aspectos de nuestro apostolado es que ¿nos da pena ver que la gente sufre?, aunque sufra la gente que está contenta; podemos encontrar perfectamente unas personas que la temporada que las encontramos están tan a gusto, dentro de ciertas molestias que tiene este mundo, pero están felices... y de momento nosotros las inquietamos y les organizamos un lío psicológico, de momento, claro, porque estaban tan a gusto allí. ¿Tenemos la conciencia de que estamos simplemente volviendo a la vida a una persona que está en coma? ¿volviendo a la sensibilidad a una persona que había perdido la sensibilidad, que estaba embotada, pero para hacerla feliz precisamente? Por supuesto que saberlo lo sabemos todos, pero examinaros un poco, porque esto es un aspecto del apostolado, es simplemente expandir


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