Ecos del misterio. José Rivera Ramírez

Ecos del misterio - José Rivera Ramírez


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justa, concuerda con el modelo? ¿Cuál es, pues, el valor formativo de la obra producida?”.

      Lo primero es, consiguientemente, el conocimiento del ideal que ha de ser imitado.

      No cabe duda alguna, que los adelantos desde los tiempos de Platón han sido mínimos, los retrasos en cambio máximos. ¿Quién se atrevería hoy a proponer doctrinas tan hondas y sensatas? ¿Qué aplicaciones encontramos al arte, como elemento educativo? Todo parece que se reduce a enseñar a leer, con métodos y cosillas de ese porte. Pero una educación humana no cuenta para nada con el arte verdadero. Y aun suponiendo que contase con él, la corriente ininterrumpida de deformaciones llamadas arte, ofrece tal obstáculo a la formación de cualquier joven, que se trata de una empresa poco menos que desesperada. La formación artística de nuestros seminarios, de nuestros institutos, colegios, universidades, me parece un auténtico desastre. Y aun, por lo muy poco que conozco, parece que podría afirmarse parejamente del extranjero. El espectáculo de la juventud actual, casi totalmente idiotizada, en su mayor parte, es bastante concluyente. La consulta ininterrumpida al gusto del público, la estima del juicio de la masa, como tal masa, impedirá, durante mucho tiempo, la menor enmienda en el asunto.

      Y en cuanto a la intervención del Estado, reprobada por autores tan sólidos como Maritain, no acabo de comprender la validez, ni siquiera probable, de sus argumentos. Claro que el Estado, como tal, no tiene que entender de arte necesariamente, pero sí debe entender de los efectos del arte en la formación del hombre, al menos en ciertos aspectos. Y respecto de ellos debe actuar. La música, la literatura que circula hoy por todas partes en España, debería hallarse prohibida en su mayor parte. No veo cómo puede progresar una nación, que sufre de continuo la descarga de la necedad, el mal gusto, el erotismo antiartístico y las ideas disgregadoras que nos aportan, de continuo, las llamadas manifestaciones artísticas en la música, la novela, la televisión, el cine...

      Para Platón, y cada vez más para mí, la gran obra de arte –de que deberían proceder todas las demás– es la formación del hombre. La vida es la gran tragedia que ha de componer cada persona humana. Y si poseemos un mínimo sentido de la integración, no podemos llamar artística sin más, a una obra cualquiera deformante. Por cierto que la sentencia no siempre es fácil, pues en una producción cualquiera, pueden hallarse facetas múltiples, plausibles unas, reprobables otras, desde el punto de vista en que me sitúo. Pero la prudencia determinará en cada caso; y a lo peor, muchos errores concretos no equivalen jamás, al daño de una postura total errónea.

      Yo pienso que, vistos desde la virtud, los mismos sentidos son capaces de gozar con ciertos movimientos, comportamientos, palabras, que, por ello mismo, se transforman en categorías estéticas, y por ende artísticas. De modo que la formación humana parece ser, en el sentido más estricto, no sólo un arte, ni siquiera una bella arte, sino la más importante de todas las bellas artes...

      Día 5 de agosto de 1969

      Me he levantado tarde, a las 4. Como tarea primordial, me he señalado el avance en la historia de la estética, concretamente el estudio de Aristóteles. Paso inmediatamente a mis notas sobre ello.

      Lo bello contiene dos notas esenciales: la simetría, en relación con el orden, la extensión, relacionada con el límite: una cosa es tanto más bella, cuanto es más grande, dentro de la limitación que la hace abarcable para el hombre. Es claro que aquí, hay ya una consideración relativa al hombre. Y que deberemos dejar fuera a Dios. Yo pienso que, cabalmente, se trata de observar lo que es bello en sí, y tratar después, de lograr capacitar al hombre para percibirlo.

      Aquí, como en tantas otras materias, la gracia levanta al ser humano sobre sí mismo, y le capacita para gozar de bellezas que le superan. Eternamente vamos a disfrutar de la belleza divina, justamente ilimitada. Recuerdo las consideraciones de Poe, sobre la composición del poema del cuervo. Es cierto que una pieza resulta más bella para un espectador concreto, según estos principios; pero hay aquí algo plenamente subjetivo; pues diversos espectadores son poderosos a abarcar extensiones diferentes, y aun muy diferentes. Entonces el artista ¿deberá atender al mayor número, o a los mejor dotados? Y entonces –para mí no cabe duda de la respuesta– uno de los objetivos de la educación será aumentar estas potencias. Sin embargo, hay aquí un tema cardinal: dado como es el hombre, ¿cuál es el camino para hacerle perceptible la hermosura divina? Pues, verosímilmente, es esta realidad, observada por Aristóteles, la que dificulta, al común humano, el goce de la belleza del Padre, que tan palmaria siento yo.

      Una observación psicológica sagaz, es que lo simétrico parece más extenso que lo asimétrico, porque es más fácilmente abarcable en su totalidad. El máximo placer lo provoca la sensación de grandiosidad, unida a la de comprensión. Objetivamente: lo grande abarcable.

      Y naturalmente la relación entre grandeza y límite se basa en la medida.

      La palabra belleza tiene diferentes significados, de los cuales los más importantes son el físico-estético, el ético y el ontológico. En todos ellos se encuentran, analógicamente, los elementos de extensión, orden, simetría y limitación. Aristóteles desarrolla la ética con sentido estético indudable. Y también en el obrar humano, como tal, hay grandeza (motivo-objeto) hay simetría (temperancia, medida, justo medio), orden y limitación, en las tendencias al fin buscado. Los actos virtuosos son bellos, cuando se realizan por la hermosura de la virtud, cuando se obra por el bien en sí, no por la utilidad o el deleite.

      Es muy curioso, cómo los formadores han repetido, en las clases de los seminarios, este concepto aristotélico, y luego no se han cuidado, en absoluto, de extraer sus consecuencias prácticas, que, no obstante, tendrían valores incalculables. ¡Qué hombres hubieran podido formar en posesión de tales elementos fundamentales: la belleza de la acción humana movida por la gracia divina, por el amor del Padre, que es la hermosura misma! La ausencia de sentido estético, en anchísimos sectores de la Iglesia es, sin más, una condenación de la formación secular en lo concreto. Por cierto, cada sacerdote hubiera estado dotado muy diversamente, respecto de las artes particulares; y no pocas veces hubiera gozado, justamente, con el sacrificio de realizaciones determinadas de la belleza “estética”, en aras de la Belleza sin más; pero todos ellos hubieran estado capacitados para percibir la belleza, hubieran sentido la inclinación a la hermosura, y hubieran salido de las clases con una inclinación a percibirla en cualquier manifestación.

      En el orden ontológico la belleza es la adecuación –simetría– con el biológico.

      Para Aristóteles, todo producto humano debe ser perfecto en su línea, y consiguientemente bello, en la especie de belleza que le corresponde.

      Relaciona la pureza de los deleites, con el punto de vista del sujeto, a diferencia de Platón, que parte de la pureza de los objetos.

      Tiene más en cuenta el movimiento hacia el fin, que la estructura matemático-musical de la naturaleza. El arte, en esencia, es una actividad del espíritu, que se basa en la actividad de la naturaleza y la utiliza; es, como ella, un movimiento teleológico hacia un resultado. Y obra de arte es “todo cuanto se realiza teleológicamente con conciencia racional. Prolonga e imita la naturaleza. La imitación, en cuanto a la actividad artística, se refiere al proceso natural; en cuanto a la obra, a una forma natural. El ejemplo de lo culinario es muy luminoso.

      En el arte hallamos las cuatro causas: materia (piedra) forma (imagen de la figura que se la va a dar) –eficiente: el artista y su arte y sus instrumentos– final, en cierto sentido identificada con la idea, la forma, que llama a veces idea motriz o creadora.

      Diferencias entre la belleza ética y la artística: la primera brota del ser hombre, la segunda de ejecuciones concretas, cualificadas, particulares: su resulta es una obra externa, con intervención del cuerpo y, ordinariamente, de instrumentos, según los cuales se diversifican las artes. Yo no estoy del todo concorde, pues creo que la pulcritud ética se ejerce también, con no poca intervención física e incluso instrumental, y que exhibe parejamente frutos exteriores.

      El arte se basa en un conocimiento universal de motivos, causas y juego de medios; pero exige la experiencia, peculiar e incomunicable propiamente; la cual comienza


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