Todo aquello que nunca te dije. Miguel Aguerralde
me sorprenda debo estar de acuerdo con el DJ —añadí—. Quizá hasta yo me atreva a darle a leer mi manuscrito.
—Pues eso estaría muy bien —concluyó Nadia.
Estrechamos las manos en señal de reto aceptado y nos echamos a reír. Ray nos dejó enseguida para volver a su emisora, no le gustaba dejar programado un hilo de canciones sino que adoraba locutar y comentar cada tema que radiaba, y ya era momento de volver a ponerse al frente del directo para despedir la presentación del nuevo curso. Nadia y yo también nos despedimos, de repente el curso se mostraba interesante, qué digo, mucho más que interesante. Y yo tenía más ganas de escribir que nunca.
CAPÍTULO 4
Bienvenidos, amigos y amigas, a este lunes de septiembre, primer día del nuevo curso en el IES Rafael Arozarena. Aquí DJ Bandira para ayudarles a comenzar la mañana como es debido. Arranquemos el curso comience con energía. Todo el mundo a mover las caderas con los míticos Van Halen y este irresistible «Jump!»
CAPÍTULO 5
BLOG PERSONAL DE SERGIO ROMERO. Lunes 17 de septiembre. Mañana.
No recuerdo haber visto una clase de literatura tan a rebosar ni tan expectante como la que encontré esa mañana al llegar a mi aula. Con los ecos todavía del grito de Sammy Hagar, tuve que deslizarme entre un pasillo de estudiantes apretados hasta acomodarme en una de las pocas sillas que quedaban libres en la clase, al fondo y pegada a una ventana. Desde allí podía distinguir a Nadia sentada en una de las primeras filas, tamborileaba nerviosa con sus dedos sobre la cubierta de una novela en tapa dura que reposaba encima de su mesa. Se trataba de su ejemplar de «Empezar de nuevo», la última novela de Bruno Santana, publicada dos años atrás y recientemente llevada al cine. Pero mi compañera no era la única, muchos más habían traído a clase sus libros de Santana confiando en nuestro nuevo profesor se los firmara. No sé, me pareció una manera un tanto extraña de comenzar el curso.
Con todo, el protagonista de tanta expectación se estaba haciendo de rogar. Habían pasado varios minutos desde el toque de sirena y la mesa del profesor seguía vacía. En la pizarra, solamente el rótulo:
«Bienvenidos al nuevo curso»
Escrito con tiza blanca, rompía el negro del encerado. Las miradas de todos buscaban la puerta y hasta el último de nosotros comenzaba a impacientarse. Nadia cruzó su mirada con la mía y puedo decir que nunca la había visto tan impaciente. Y en ese momento la puerta del aula se abrió para cambiar nuestra vida para siempre.
—Lamento llegar tarde —se disculpó el profesor Santana, nervioso y apocado como le conocimos el viernes anterior en la presentación—. No encontraba la clase.
Para inaugurar el curso había elegido un vaquero gris y una camisa celeste que empezaba a lucir surcos oscuros bajo las axilas. El cabello despeinado, de un castaño desvaído que no ocultaba la proliferación de canas, caía sobre la montura de sus gafas escondiendo esa mirada que rara vez levantaba de sus papeles. Le costaba mirarnos directamente, y si lo hacía no era capaz de evitar una inquietud angustiosa, como si compartir su mirada con las nuestras le supusiera un ejercicio de intimidad que no pudiera soportar. Supuse que se le iría pasando con el transcurrir de los días, pero me pareció llamativo en alguien que debería estar acostumbrado a hablar en público.
—Tendréis que disculpar mi timidez —se excusó—. Hace años que no doy clase y cuesta a veces enfrentarse a… Vaya, ¡habéis traído mi novela!
Se escuchó un rumor de risas calladas recorriendo el aula. Nadia se atrevió a intervenir en primer lugar, para mi sorpresa.
—Nos preguntábamos si podría firmarlas.
—¿Firmarlas? Oh, claro, pero háblame de tú, no me hagas sentir más mayor de lo que soy.
El murmullo complacido se repitió. El profesor tenía esa habilidad, entre natural y deliberada, de resultar tierno y cercano aún en su intento por mantener la distancia. Chicos y chicas nos sorprendimos sonriendo ante su torpe manera de ordenar sus papeles, casi hasta la burda exactitud geométrica, mientras se colocaba una y otra vez las gafas redondas sobre el estrecho puente de su nariz. Llegado un punto, se quitó el reloj de pulsera de la muñeca izquierda y lo colocó estirado encima de la mesa junto a sus cuadernos. Solamente entonces levantó la mirada.
—Firmaré vuestras al final de la clase, ¿de acuerdo? Ya me he demorado bastante más de lo debido. Venga, comencemos.
Bruno Santana sonrió con una timidez casi infantil, se dio la vuelta y comenzó a escribir en el encerado con una letra rápida y ligeramente inclinada a la derecha.
PRESENTACIÓN: TEMA 0
¿QUÉ ES LA LITERATURA?
CAPÍTULO 6
BLOG PERSONAL DE SERGIO ROMERO. Lunes 17 de septiembre. Mediodía.
En el recreo busqué deliberadamente a Nadia. No había conseguido hablar con ella en toda la mañana y quería preguntarle qué le había parecido la primera clase de Santana. Desde mi lugar en el fondo del aula había podido verla tomar apuntes de todo lo que decía el profesor, atender a cada explicación con enorme interés y me apetecía saber si había satisfecho sus expectativas. A juzgar por su sonrisa cuando me reuní con ella en la cafetería, así lo parecía.
Estaba sentada sola en una de las mesas junto al ventanal que daba al patio, bebiendo despacio una lata de refresco de té y releyendo por enésima vez la dedicatoria que el escritor y profesor le había firmado en su novela.
—¿Merece la pena? —le pregunté, sentándome frente a ella.
—¿El qué? ¿El libro? ¿No lo has leído?
Negué con la cabeza con cierta indiferencia.
—He leído otros de él, pero ese no.
—Con toda la caña que le diste el viernes a Ray por no haberlo leído.
—Ya —contesté, encogiendo los hombros—. Mi madre lo tiene en casa pero no sé si es mi tipo.
—Quizá te gustaría.
Tomé la novela de sus manos y le di la vuelta para leer la contraportada. Nadia me observaba nerviosa. Se colocaba el cabello, rubio y corto, una y otra vez detrás de las orejas.
—Mm… ¿no es demasiado pasteleo? —le pregunté.
—No —me contestó recuperando su libro—. Tiene cierto romance, claro, pero por encima de eso es un thriller bastante tenso.
Encogí los hombros mientras la observaba guardar el libro en su bolso.
—Bueno, quizá se lo pida a mi madre.
Dejé pasear la mirada por el patio a través de la ventana empañada de la cafetería. A esa hora de la mañana las zonas comunes del instituto estaban ya repletas de estudiantes que paseaban de aquí para allá o que se reunían en corrillos para coordinar sus actividades o charlar sobre lo sucedido durante el fin de semana. Me llamó la atención que algunos llevaban en las manos un ejemplar de los libros de Bruno y compartían con los demás sus dedicatorias. Resultaba curiosa y refrescante esta súbita pasión por la literatura en el IES Rafael Arozarena.
Nadia sacó de su bolso un pequeño cuaderno de tapas violetas y hojas amarillas y lo puso sobre la mesa. Me giré distraído hacia ella.
—¿Son tus poemas? —le pregunté. Ella asintió.
—Creo que ha llegado el momento de enseñarlos.
—¿A mí? —sonreí. Mi amiga volvió a colocarse el pelo detrás de la oreja derecha.
—A ti ni de coña. En realidad pensaba en Bruno.
—Oh, Bruno, qué confianza —le contesté con sorna. Nadia me miró incómoda—. En realidad ya lo suponía. De hecho, yo también había pensado en mostrarle lo que llevo escrito.
Mi me amiga sonrió por primera