Amor y otras traiciones. Fernando Martín
–Mr. Lancaster le espera en su oficina… acompáñeme por favor.
¿Cómo no acompañar a aquellos bellos glúteos que sintonizaban con la bella melodía del elevador y temblaban como una suave gelatina de un lado al otro?
Fui pasado a un mundo de paredes cristalinas, algunas finamente rotuladas y decoradas con suaves matices, mientras “encorbatados” caminaban en su mundo sin mirar mucho al frente, absortos en sus pendientes, hasta entrar la recepción… minimalista… sobria… distinguida… sé que hemos llegado.
–Tome asiento por favor –sugirió aquella mujer–. ¿Gusta beber algo?
–Agua está bien.
La decepción de pensar que esperaría por un rato más, se desvaneció al escuchar aquel español a medio pronunciar mientras lo veía entrar.
–¡Doctor Ortega!
Grande fue el saludo al hombre que había aumentado las ganancias a esa corporación cuyos problemas comenzarían el trimestre que se avecinaba y sería acechada por los acreedores como inescrupulosos buitres.
–¿Cómo va el negocio?
–Muy bien, próximamente se cerrará el trato con los ejidos próximos a los terrenos que adquirimos gracias a su ayuda, en Veracruz. De esa forma emprenderemos los nuevos proyectos de extracción –contestó mientras denotaba avaricia.
–¿Y los ejidos no saben de la riqueza en su subsuelo?
–¡Claro que no! –Sus nudosas manos servían un carajillo en las rocas.
–¿Sólo falta la concesión sobre el proceso de extracción? –añadí.
–Y por eso usted está aquí, ¿verdad?
No me ruborizaba el hecho de saber que, con aquel hombre, podría negociar de interés a interés sin tener que ocultar nuestras intenciones.
–Antonio está trabajando para estar en el Congreso en la próxima legislatura, pero el hecho de tener el apoyo en una fracción parlamentaria no garantiza que saquemos de la jugada a las actuales compañías que gozan de los beneficios de dicho sector…
–¿Y bien?
–Debemos preparar a nuestro propio candidato –agregué.
–¿También al Congreso?
–¡No! Antonio moverá toda la mierda de esa plomería –contesté ya ruborizado–. Me refiero a poner nuestro presidente… uno que no le concesione las sobras como ahora.
–Continúa.
–Martha Rojas.
Adolf Lancaster escupió la bebida mientras su cuerpo se inclinaba frenéticamente hacía delante, para posteriormente toser ante la sorpresa.
–¿La hija de Ronaldo Rojas?
–Sí –contesté, mientras no podía reprimir una sonrisa formada en mí.
–¿Por qué ella?
–Piénsalo, Adolf… apellido conocido, declarada de derecha, con sed de justicia… la candidata perfecta.
–Ortega, no tiene una larga carrera en la política, si no es por su apellido nadie la conoce y por más que la presidencia de Domínguez agonice, es poco probable que los demás partidos preparen a un candidato en éstos tres meses que faltan para el inicio de las precampañas. It’s crazy!
–Por eso no te preocupes, ya lo tengo todo previsto… sólo necesito que encauces al sector privado renegado que está al final de la toma de decisiones.
–¿Cambiaremos a los integrantes del establishment, Ortega?
–¿No estás cansado de que te entreguen las peores concesiones? –agregué–. No formaremos una revolución para derrocarlos… los cambiaremos uno a uno, poco a poco.
–¿What do you need?
–Las donaciones llegarán a su partido y le propondrán a un candidato al cual ellos no quieran, ya sea por diferencias con ellos o por no ser simplemente el idóneo… y posteriormente propondrán a Rojas, para eso ya habrán pasado dos meses a partir de hoy, y habrá cambiado la situación con ella.
–Entendido, Alberto.
–En un año cambiará la situación cuando se esté convocando para repartir nuevos contratos con el gobierno federal.
–Para ese momento estará cerrado el acuerdo con los ejidos por sus tierras.
–Perfecto.
Ambos sostenían sus corbatas en el momento que se levantaban de sus asientos para estrecharse fuertemente en son de acuerdo. Ninguna de las partes sabía hasta qué punto se prolongaría su relación, pero ambos sabían que en ese momento se necesitaban y sabían que sería un largo año electoral.
Los encorbatados de esfumaron y los pequeños espacios de trabajo estaban ya completamente vacíos, después de aquella tarde los subestimados poco a poco arrebataban el poder.
–¿Ya hablaste con ella?
Antonio se encontraba frente a mí, la frustración lo consumía y la soledad lo atormentaba mientras se encontraba ahí postrado, en aquella banca invadida de óxido en el Parque Guadalupe Victoria, su mirada cabizbaja se perdía en el concreto mientras aquel edificio frente a él, con sus finos trazos liberales, brillaba ante el sol matutino… los transeúntes desfilaban por la acera, muchos sin rumbo fijo y las manecillas de su reloj giraban más lento de lo común.
–No –contestó tajante.
–Bueno. Por lo menos, ¿ya sabes quienes van en la lista nacional para las plurinominales del Senado?
–Sí, me informaron la semana pasada que siete personas ya se acercaron con la dirigencia para pedir ir en los primeros puestos de la lista.
–¿Los mismos de siempre?
–Sí, encomendados de las telecomunicaciones, de la industria manufacturera, de la industria petrolera…
–Los mismos de siempre –agregué.
–No importa, ya me estoy encargando de mi lugar en la lista –contestó Antonio con cierto orgullo.
–¿Cómo? –pregunté.
–La próxima semana se aprobará una ley en la cual las sociedades mercantiles destinarán su fondo de reserva a un fondo de inversión y, como es obvio, al sector financiero le encantó tanto nuestro trabajo de cabildeo que pretenden sobrecogerme ante el partido y ser su próximo legislador.
–¿Cuánto tienes trabajando en eso?
–Desde antes de visitarle en Chile, doctor Ortega.
Cruzamos la avenida rumbo a Congreso, el vaivén de personas y lame botas entre los escalones y tras los cristales, las minifaldas y las esbeltas curvas, los Rolex por doquier… alejados en aquella tribuna.
–¡Extrañaba estar aquí! –susurré.
–¿Hace cuánto fue su última legislatura? –preguntó un cándido Antonio… cándido por parecer un niño en un parque de diversiones. ¿Cómo podía sorprenderle aquel nefasto lugar cuando había trabajado en la Bolsa de Valores a sólo unos cuantos metros de ahí?
–Hace 10 años –contesté.
Una lluvia de recuerdos vino a mí, justo al pasar por aquella “La Pecera”, oficina de la que tanto se cuenta y de la que poco se sabe, donde se toman las decisiones más importantes… donde la avaricia cobra su precio.
–¿Qué hacemos aquí? –preguntó Antonio.
–Acompáñame –me limité a decir.
“Creo en ti patria querida
que en la corrupción estás perdida
que