Amor y otras traiciones. Fernando Martín

Amor y otras traiciones - Fernando Martín


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del presidente Domínguez. Encendidas manifestaciones se planeaban desde sus párvulas trincheras y los animosos opositores degustaban cada segundo de aquel día.

      Durante mi caminar el día pasó a ser noche, por las calles de esa urbe ancestral, con su antiguo y moderno relieve en sus construcciones, el orgullo en la piel de los originarios, la variedad en sus sabores y la mendicidad en el pensamiento de aquella cultura, que me distraía al ser largo el camino por el apiñamiento vehicular, la destreza del peatón y el malabarismo del ciclista, la astucia del ambulante y la destreza en el artista urbano, todo estaba ahí, en cada cuadra y en cada esquina.

      ¿Por qué no estar orgulloso de su identidad? Aquella normalidad en mí inspiraba tan dulce y vasto versar que, antes de llegar al cierre de aquel telón político, alcanzaría a escribir alguna que otra palabra en mi libreta.

      “¡Desesperación! ¡Desesperación!

      Desesperación no declarada,

      no tan fuerte como esta pasión

      en mí aprisionada…”

      Mis mejillas se sonrojaron al tener la imagen en mi cabeza de ese hombre que tanto me inspiraba; una inocente sonrisa en mí se formaba, no me daba pena que me miraran y me juzgaran de enamorada. Tenía que disfrutar esa parte en mi viaje al restaurante.

      De un raudo movimiento me dirigí a la mesa de un insigne Antonio, sólo para verlo no poder borrar su satisfacción en el rostro y la ansiedad en sus manos por una estrategia a cumplir.

      –¿Cerveza? –sugirió él.

      Antonio escribía fugazmente, desde su móvil, instrucciones que no debía retener ante su ambición. Deseaba un porvenir que fuera perfecto y todo se apoderaba de su semblante. La atención hacía mí disminuía con cada palabra y cada instante. Un suspiro saldría de sí y subiría su mirada hacía mí.

      –¿Pedimos la carta? –dijo.

      –Claro.

      –Disculpa, tengo que darle seguimiento a unas reuniones que he tenido estos últimos días; ya casi inicia el proceso electoral.

      Antonio era un hombre moreno y jovial, ambicioso y centrado, inteligente y versátil; era una persona con una cultura de esfuerzo, como diría el padre de su futura compañera del Senado.

      –¿Ya te sientes Senador? –contesté con un toque burlesco– Recuerda que, en política, un día es mucho tiempo y pueden cambiar las circunstancias, además, ¿qué partido te postularía?

      –Si emprendes algo, pero no sabes cómo llegar de la letra “a” a la letra “b”, y de ésta a la “c”, ¿cómo llegar a tal punto? Lo tengo contemplado, Melanie.

      –¿Contempl…?

      –Sshhh –interrumpió mientras llevaba a su boca su dedo índice para fijar su mirada en el monitor del lugar.

      –“Buenas tardes a todos los presentes. Esta mañana fue publicada en diversos medios de comunicación de circulación nacional lo que supuestamente ha sido un acto de corrupción ligado a la oficina que su servidor encabeza, a lo que tajantemente califico como falso. Cada una de las concesiones otorgadas por esta administración se ha llevado conforme a la ley” –declaraba el Secretario de Comunicaciones y Transportes mientras Antonio fundía su atención en la declaración.

      Seguía con atención la sintonía del discurso y sólo un leve, pero descarado gesto de satisfacción en su rostro me distraería de que, en mi cabeza, no entendía lo que pasaba o la razón de aquel gesto furtivo de mi acompañante; la única decisión en ese momento residía en tomar o no un sorbo de la cerveza extranjera del bar.

      –“Por su atención, muchas gracias” –terminaba la declaración.

      Al momento que el Secretario alineaba las hojas en su carpeta sobre el pódium para retirarse del sitio de prensa, un reportero se levantó y arrebató el micrófono todavía encendido a un auxiliar de la sala ante la sorpresa de sus correligionarios.

      –¡Señor Secretario, una pregunta! –gritó para llamar su atención.

      –¡Nada de pregunt…! –Casi contestó el Secretario antes de ser interrumpido por la pregunta.

      –Fuentes confirman que el origen de la noticia fue la oficina del Presidente de su partido. ¿Tiene algún comentario al respecto?

      El semblante del Secretario de Estado cambió rápidamente de sorpresa a ira antes de emprender la partida dejando a los demás integrantes de la prensa nacional sacando fuego desde sus teléfonos.

      Lo que nadie sabía en ese momento era que, horas antes, información confidencial había llegado a las manos del Secretario confirmando que, efectivamente, la fuente se originaba en la oficina de la presidencia del partido al que pertenecía, información que alimentaba su incertidumbre de saber si desde el partido querían frustrar sus aspiraciones presidenciales para los próximos comicios.

      –Mañana tendrás más encabezados por leer –continúo Antonio.

      El móvil de Antonio comenzó a sonar a causa de número desconocido, a lo que sin demora contestó como si supiera quién llamaba en ese momento.

      –¿Cómo vas? –preguntó sin un saludo.

      En general llevamos una buena dinámica, reímos constantemente, seríamos confidentes, pero aquel hombre hermético todavía ocultaba tantas cosas, como los frentes políticos creados contra la actual administración. Llevó su pañuelo a la boca, limpió cada cosa ajena en ella, lo agitó sobre su costado, se incorporó hacia el pasillo hábilmente y llevó su conversación al balcón de aquel sitio… lejos de curiosos e interesados, mientras veía cómo estremecía su brazo empuñado en ademán de fortaleza y determinación, mientras su sonrisa de satisfacción no se desvanecía de su rostro y su cuerpo terminara relajándose apoyado en el barandal. Su llamada terminó con un fuerte suspiro para incorporarse de nuevo entre las mesas mientras sorteaba a los meseros que corrían de un sitio a otro llevando las órdenes de los injuriosos comensales.

      –¿Todo bien? –le pregunté.

      –¡Claro! No debo ser yo al que la cabeza le deba de estar dando vueltas por la incertidumbre sobre el porvenir.

      –¿Incertidumbre?

      –Cada persona destina parte de su tiempo para cumplir sus metas, en menor o mayor medida, dependiendo de su ambición. Muchas veces no puedes evitar que una persona llegue a su objetivo, pero si lo puedes retardar.

      –¿Cómo?

      –Manteniendo ocupada a las personas en otros temas.

      –¿Y de qué te sirve su tiempo? –le pregunté sin entender aún el porqué de su sonrisa.

      –El tiempo que desperdicia tu rival es el doble de tiempo a tu favor, Melanie.

      –¿Todo esto es para asegurar tu escaño en el Senado?

      Antonio sonrió y se llevó a la boca un trozo de pizza napolitana; su silencio asentía a mi pregunta, pero aun así él no estaba dispuesto todavía a contarme todo aquello que estaba detrás de escena y cuál sería el inicio del “segundo acto” en aquella tragedia shakespeariana.

      –Sí… lo es –terminó diciendo mientras su boca todavía no procesaba la mozzarella de búfala campana.

      –¿Se le ofrece algo más, señor Antonio? –interrumpía brevemente el mesero con frac algo vistoso.

      –Gracias Juan, estamos bien.

      Un esporádico ambiente de tranquilidad llegó a mí desde que había arribado a aquella electrizante ciudad. A pesar de ignorar lo que aquel hombre traía entre manos, nada me preocupaba al saber que su motivo y su fin lo ameritaba totalmente pues ese hombre era como un ambicioso empedernido.

      –Bueno, si tu motivo es justo para ti, hazlo y te apoyaré.

      Un leve suspiro inquietó a Antonio y causó que su mirada


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