Amor y otras traiciones. Fernando Martín
espero… ¿sabes qué pasará mañana? –preguntaba retóricamente mientras se figuraba la sonrisa en su rostro.
– ¿Qué?
–Mañana un grupo del sector privado adquirirá tierras en Veracruz a un precio más que generoso, tierras que se encuentran vecinas a varios ejidos. Dentro de esa transacción se acordó la venta de cuatro punto nueve por ciento de acciones de una constructora que cotiza en Bolsa.
–¿Y eso…?
–Espera, ahí no termina. Comenzó a correrse el rumor que varios capitales abandonarán el país.
Escuchaba bien lo que Antonio me decía, mas no entendía la razón de su sonrisa. ¿Qué tanta maldad había detrás de aquel semblante?
–Mañana lees los diarios, Melanie –terminó.
La brisa había ya cesado, el sol se había ocultado en el occidente; los peatones caminaban por la avenida como obreros de paz, felices. Aquella cosmopolita ciudad vislumbraba y sordeaba en su tráfico. Antonio y yo compartíamos un trozo de arrachera marinada en naranja mientras las risas iban y venían paseándose entre los dos. Aquel hombre hermético poco a poco se abría y confiaba, aunque no dejaba la cautela de lado. No paraba la inspiración en mí y, como las risas, versos se paseaban en mi cabeza que eran acompañados por mi sonrisa. Elizabeth era una boba al no estar con él en estos momentos.
–¿Y cuánto duró tu noviazgo con Elizabeth?
Noté el pasmo en su rostro, seguido de un semblante tan taciturno como las noches en mi natal Putre, en las faldas de los Andes.
–¿Seguiremos lo abandonado en el vuelo?
–Me dejaste con la intriga… además muy en tu interior mueres por hablar de ella y desahogarte, Antonio.
–Dejé de verla por una década después de salir de la secundaria, mas nunca me olvidé de ella. Sabía que difícilmente mujer alguna llenaría el vacío que ella dejó en mí en aquellos años, mas no me limité en buscar compañías pasajeras, sólo para satisfacer mi soledad.
–¿Tu soledad?
–No estamos un momento en soledad; no vaya a ser que recordemos que naturalmente así inicia y termina nuestra vida, Melanie.
–Eso sonó demasiado acerbo.
–¡Jajaja! Es la verdad.
–¿Y cómo se reencontraron?
–Digamos que se quedó sola.
En aquellos días, Antonio había expandido su red de contactos a cuerpos policiacos municipales y él no soportaba la idea que los brazos que cobijaban a Elizabeth por la noche no fueran los suyos, anhelando en todo momento sentir la respiración nocturna de la única mujer que había amado. Una mañana, un grupo de uniformados irrumpirían el taller donde aquel hombre, que poseía la fortuna que Antonio deseaba, tallaba un fino trozo de madera para ser insertado en un conjunto artesanal de esmerada creación. El sonar de las esposas detrás de él; el rezar de sus derechos a los que poca atención prestó; la incertidumbre que lo invadía en aquellos momentos y todo se originaba en una sola acusación: delitos contra la salud.
Durante su proceso diversos “testigos” afirmarían que aquel hombre comercializaba narcóticos, mismos que se encontrarían en la cajuela de su auto. Un supuesto culpable, químicos sembrados, una relación rota, un destino fatal en la penitenciaría. Elizabeth enviudaría y su corazón padecería por mucho tiempo, confundida e impotente ante tal acto. Antonio consolaría a aquella mujer, pues no habría rastro de arrepentimiento en él, que oportunista la enamoraría.
En el rostro de Antonio se denotó su incomodidad por el tema tan álgido que sólo el estruendo originado en la calle circunvecina acabaría con esos segundos de silencio. Los ánimos en aquella manifestación habían sacado ya de quicio a las autoridades, que comenzaban a dispersarlos con tal desafuero ante la mirada de los espectadores.
–¡Por favor! ¡Se les pide que guarden la calma! –sonaba la voz en el megáfono asfixiado por el caos en la calle.
Una pantalla se encontraba frente a nuestra mesa, noticias de última hora transmitidas en vivo. Un grupo del sector privado demandaría al Presidente poner orden en las calles de la capital.
–¡Hipócritas! –susurró Antonio, Mientras dirigía su mirada al noticiero revolvía los hielos en su vaso–. Son ellos los que incitan al desorden, maquillando sus intereses tras organizaciones civiles en pro de derechos humanos y otras estupideces.
–¿Organizaciones civiles?
–Melanie, no puedes hacer cosas buenas que parezcan malas, pero es posible hacer cosas malas que parezcan buenas porque no son malas como tal, al ser percibidas por los demás como buenas.
–¿Maquiavelo lo dijo?
–No, pero a diferencia de él, no terminaré en prisión –concluyó sarcásticamente.
El día, al igual que aquel desorden en las calles, terminaría. Compartiría el techo con él, más no las mismas paredes.
El alba franqueaba entre blancas cortinas, sofocando mi rostro con su calidez; deseosa estaba en que yo despertara y así terminar con mi pesadez. Giré mi cuerpo de un lado al otro sólo para leer el periódico de hoy junto a un humeante café, de pronto recordé las palabras de Antonio de la tarde anterior. Desdoblé por su mitad y me fijé en su portada: manifestaciones; resultados de partidos futbolísticos; detenciones de delincuentes; más manifestaciones… una pequeña nota de Antonio decoraba el frente:
–“Mira la página 14 y sabrás hacía donde voy, Antonio”
Bañada en curiosidad cambié de página mientras daba un sorbo a aquel café, sólo para toparme con la sección de “economía”. Típico, que Antonio quisiera enseñarme algo del mundo de los negocios, sólo para retractarme al ver el encabezado que figuraba en aquella página y, para la cual, se dedicaba una página completa en circulación nacional.
–“¿Terminó siendo la corrupción?”–leí aquellas letras negritas.
Aquella noticia dejaba en evidencia cómo inversores extranjeros habían tomado la decisión de trasladar sus capitales fuera del país, comenzando con la venta de ese 4.9% de una importante constructora que cotizaba en la Bolsa, tal y como Antonio había anticipado, argumentando que no estaban de acuerdo en que dicha corporación se encontrara relacionada con el titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, denunciando actos de corrupción en el otorgamiento de concesiones para tramos de autopista en varias partes del país, actos de los que no querían ser parte.
Rápidamente encendí el televisor sólo para ver cómo le llovían las críticas al titular de dicha dependencia. Los medios que alguna vez apoyaron al actual régimen parecieron abandonarle; el sector de infraestructura en la Bolsa se sacudía de tal forma que las acciones caían como una torrencial lluvia de agosto; la incertidumbre consumía como fósforo poco a poco a una economía de por sí frágil; más motivos se creaban para nuevas manifestaciones en la capital. Tomé mi celular para poder entender lo que mis ojos veían y, entre la muchedumbre en mis contactos, encontré el número de Antonio.
–“El titular de Comunicaciones y Transportes dará una rueda de prensa citada a las dos pasado el mediodía”–se escuchó en el televisor.
Daba un sorbo al café mientras entraba la llamada; repentinamente sonó una voz triunfante al teléfono.
–Buenos días, Melanie, ¿has dormido bien?
–¿Qué has hecho? –le pregunté.
–No ha acabado el primer acto, falta su final para esta tarde –contestó Antonio ya en tono burlesco.
–De ser así ¿comemos juntos?
–Mismo sitio, quince minutos antes que baje el telón.
Podría caminar por la acera y escuchar el orquestar de las notificaciones en los dispositivos de los paseantes,