Amor y otras traiciones. Fernando Martín

Amor y otras traiciones - Fernando Martín


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      –¿La prensa lo sabe? –Preguntó con preocupación en su rostro.

      Sólo unos cuantos sabían dicha información y, de darse a conocer, terminaría por ser la gota que derramaría el vaso entre inversores extranjeros y el actual gobierno. Antes de ese momento era mera especulación mía, pero, con un toque de seguridad en mi comentario, había aparentado saberlo de primerísima mano.

      –No, ¿para qué le causaría el hundimiento de sus acciones en la Bolsa? ¡Al contrario! Sé cómo ayudarle.

      Tomándome del hombro mientras estiraba su brazo en ademán de compañía, nos retiramos de la multitud.

      –Tiene mi atención, Mr. Mendoza.

      –OK, no es necesario que sepa el cómo, sólo espere el resultado para usted, pues en esto de la política siempre se actúa en una zona muy gris –respondí mientras le sostenía la mirada

      –¿Desde cuándo le interesa la política, Mr. Mendoza?

      –Desde ahora, Mr. Lancaster, espere mi llamada en un par de días –terminé mientras le estrechaba la mano para salir de ahí.

      Me disponía a salir de aquella cueva de avaricia y ambición cuando sentí la mirada todavía fija en mí. Volteé sólo para asegurar mi sospecha; el doctor Ortega se dirigía hacia mí, pero no diría yo que trajera “la cola entre las patas”, pues a ese hombre todavía le sobraba dignidad.

      –Conseguiré que vuelva a…

      –¿A las andadas, señor Mendoza? –interrumpió.

      –Vine a hacer alianzas, doctor Ortega, no a crearme rivalidades.

      –Usted y sus negocios, Mendoza.

      –El dinero ya no es suficiente en esta cima; es hora de escalar a otra más alta y perdurable, doctor Ortega.

      – ¿Poder?

      –¿Lo ve? Estamos en sintonía, Doctor.

      Aquel viejo bajó la mirada, asintiendo a nuestro acuerdo. Tras su mirada se reflejaba que no sólo extrañaba revolcarse en lo político, sabía de antemano que había familia que lo esperaba tras su retiro definitivo o el término de su exilio.

      –Espere mi llamada, Dr. Ortega. Confío en que sabrá qué hacer cuando llegue el momento –terminé mientras estrechaba su mano para finalizar y ser conducido al aeropuerto con rumbo a la Ciudad de México.

      Capítulo 2

      La incertidumbre en el ambiente

      Boca seca, pestañas enmarañadas, el sonido de la alarma percutiendo en mi cabeza, baño y desayuno… rutina matutina. Una semana había pasado de aquel viaje con él y ya había recorrido medio mundo en busca de alianza con confinados, pero sabía que la incertidumbre por Elizabeth aún lo atormentaba, se le notaba en cada gesto, peor que el trago a un café amargo.

      Entré aquella mañana a una modesta casa en Lomas del Pedregal para encontrarme con el hombre que había conocido en el vuelo a Chile, aquel que tanta química había tenido en mí, como una fuerte inyección de dopamina, ése que comenzaría a admirar. Había regresado unos días después a la Ciudad de México a continuar mi trabajo por alguna inspiración en aquel hombre, un timbre, una espera normal para que se abriera la puerta.

      –Hola, Antonio –saludé al verlo con una ligera barba marcada.

      –¿Melanie Soto? –Había sorpresa en su rostro–. ¿Tu viaje a Chile ha sido tan exprés como el mío?

      –¿A quién esperabas? ¿A cualquier simple transeúnte?

      –No creo que empotres en la simplicidad de algo, Melanie.

      Mientras reíamos me permitió pasar a su hogar. El olor a café y el sonido de las noticias matutinas decoraban aquella casa tan minimalista.

      –¿Ya desayunaste? –me preguntaba al pasar el huevo revuelto de la sartén al plato.

      –No, vengo directo del aeropuerto.

      –¡Bien! Compartamos el desayuno mientras calmas mi sorpresa sobre tu pronta venida.

      –Vine a pasar unos días aquí para continuar con mi novela. He pensado que un cambio de aires me inspiraría nuevas cosas.

      No le diría la razón completa de mi estadía aquí ni la inspiración que él causaba en mí, pero al final de cuentas una verdad a medias no calificaría como una mentira.

      –¿Jugo o café?

      – Jugo, por favor.

      –¿Cuánto tiempo estarás aquí, Melanie?

      –Unos cuántos días, lo que alcancen mis viáticos para vivir en tu país. Con su alta inflación terminaré hospedada en un hostal.

      –¡Rayos! Ese imbécil –de pronto me sorprendió su cambió de actitud.

      –¿Qué pasa?

      –Mira las noticias, el Presidente Domínguez dejó vestidos y alborotados a la Asociación de Banqueros en su reunión anual. Cualquiera que no lo conozca diría que quiere pelea.

      – ¿Y eso qué tiene de malo?

      –Al contrario, es una buena noticia –me contestaba mientras una minúscula euforia lo invadía–. Tengo que salir… noté que traes tu maleta. En la planta alta tengo un cuarto; instálate y te llamo por la tarde para salir a cenar.

      Y antes que pudiera averiguar el origen de su euforia salió encumbrado hacia el auto que ya lo esperaba.

      “Le busco y le encuentro

      en cada verso en papel

      y es cuando muy dentro

      me endulza como la miel…”

      Plasmaba en mi libreta cuando miraba desde lo alto de una edificación por el Paseo de la Reforma la brisa con el sol, mientras un carajillo en las rocas me acompañaba.

      “Llego en minutos”. Recibí en mi celular un mensaje de Mendoza. A lo lejos una manifestación de la oposición al Presidente Domínguez avanzaba; muchos de ellos volteaban hacía la cristalina Bolsa de Valores como si, en su intención, se rindiera un culto religioso hacia el libre mercado que tanto extrañaban. Una mujer sobresaltaba entre la multitud, su cabello pelirrojo, una profunda mirada y unas cuentas arrugas de años de lucha intensa contra el populismo enmarcaban su rosto, ascendía su puño hacía el horizonte mientras vociferaba atónitamente: “¡Fuera el mal gobierno!”

      –Disculpa el retraso, llegué justo en el auge de la manifestación.

      Era Mendoza, que acomodaba su americana mientras se incorporaba a la mesa.

      –La calle es un desorden –le contesté.

      – ¿Qué tal tu día?

      – Por tu cara diría que no me fue tan bien como a ti, Antonio.

      –Por lo logrado hoy es imposible no expresar satisfacción, Melanie –afirmó en tono irónico.

      Antonio comenzaba a construir su camino hacia el Senado y sólo le quedaba un año antes que comenzara la verdadera fiebre electoral. Desde que el populismo se había instalado en la silla del águila hacía ya dos sexenios, muchos perfiles del sector privado comenzaban a tener seria relevancia en la vida pública del país y, como en aquel contingente, se repetía la historia. Aunque era atrevido pensar que también la suerte de los países latinoamericanos azorados por golpes de Estado durante el siglo XX, indefensos la venida del sistema que aún predominaba en la modernidad.

      –¿Ves a esa mujer al frente de la manifestación? –preguntó.

      –¿Qué pasa con ella?

      –Desde su novel vida ha vivido las penas y el infortunio de ser la huérfana más famosa de nuestro país, hija de un gran hombre acaecido por los intereses. Mírala fijamente hasta que notes la


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