La vida instantánea. Sergio C. Fanjul

La vida instantánea - Sergio C. Fanjul


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      11 de abril de 2017 · 119 likes

      No siendo yo fascista ni nada de eso, siempre me emocionó sobremanera la canción esa del Novio de la Muerte. Mi padre, que en paz descanse, tampoco era nada de eso, pero le tocó la mili en Melilla, en la Legión, donde conoció el alcohol y la grifa.

      Una vez encontré una foto en blanco y negro de mi padre vestido con el uniforme legionario de gala, una foto de estudio en la que papá miraba al infinito con arrogancia y altivez, esperando las grandes hazañas que estaban aún por llegar y que al final no fueron tantas ni tan señaladas. Se la dedicaba a mi madre así: «De un caballero legionario a su dama».

      La canción del Novio de la Muerte, por alguna razón, tal vez porque está muerto, siempre me recuerda a él, y eso que nunca me la cantó. La historia que cuenta es tremebunda: un legionario que recupera heroicamente la enseña al enemigo y muere feliz en el campo de batalla porque así puede reunirse con su amada en el otro barrio.

      Total, que al parecer el otro día unos legionarios fueron con sus barbas y su mentón en alto a cantársela a unos niños que se mueren de cáncer en un hospital. La delicadeza, eso ya lo sabíamos, nunca fue uno de los atributos más valorados en un caballero legionario, pero bueno, quién sabe, quizá a alguno de esos niños enfermos le reconforte saber que a esos valientes hombretones no solo no les da miedo morir, sino que hasta lo desean. Que la muerte no es nada.

      A mí me gustaría que me resbalase la muerte como a los legionarios, pero en realidad vivo acojonado con mi propia finitud. Qué tontería: no disfrutar de la vida por tener miedo a que se acabe. Es como amargarse en una fiesta porque va a tener un final. Por lo demás, siempre que aparece la Legión tengo una extraña sensación de bilocación temporal: con sus uniformes chulos, con sus maneras chulescas, con su deriva fascistoide, levantando en el aire un enorme crucifijo, con su simpática cabritilla, es como si vinieran de otra época a través de las puertas del Ministerio del Tiempo.

      18 de abril de 2017 · 128 likes

      Cuando llegué a Madrid, a principios de siglo, Lavapiés era un barrio en el que la gente no quería vivir, por cutre y por peligroso. Había quien accedía a tomarse una caña en sus terrazas, pero los visitantes eran avisados de que tenían que agarrar bien sus bolsos y objetos personales porque probablemente se los iban a birlar. Aunque estadísticamente el barrio no era más inseguro que los alrededores de Gran Vía, en el imaginario colectivo eran calles relacionadas con la delincuencia, que se asociaba con fuerza a las primeras oleadas de inmigración. Había peleas entre etnias, tirones, atracos a punta de navaja, y los niños del pegamento de la plaza de Cabestreros campaban a sus anchas. Como en todo proceso de gentrificación y turistificación, hacer el barrio seguro era fundamental —las cámaras de videovigilancia y la mayor presencia policial fueron importantes en esto—, y hoy Bambi puede pasearse por la madrugada lavapiesera sin que le toquen un pelo.

      Ahí está la clave: propongo a los activistas antigentrificación formar una banda criminal que siembre el caos en el barrio: atracos, peleas en bares, disfraces de payaso en la noche, secuestros, predicadores de los Testigos de Jehová, disturbios de todo tipo. Se trata de recrear la inseguridad ciudadana para que nadie quiera venir aquí, ni cogerse un Airbnb cuqui en una corrala. Que nadie salga entero de un agradable paseo por Argumosa, que nos vayamos, horrorizados, hasta los propios vecinos y se quede el barrio como un Belchite del crimen, asolado por la delincuencia y abandonado. Si no es para nosotros, que no sea para nadie. Que lo conviertan en Museo de la Maldad Penal. Yo me ofrezco a liderar esa banda.

      19 de abril de 2017 · 102 likes

      Fuimos a comernos una paella al lago de la Casa de Campo, como si fuéramos madrileños de bravura, y volvimos a flipar con lo desconocido que es este extenso bosque tan cercano al Primark de Gran Vía. Allí, entre los restaurantes de la orilla, sucede una feria popular donde se arremolinan la clase obrera, los mediopensionistas y algún miembro de la Trama que ha ido a comerse una buena parrillada en el Urogallo y a fumarse un puro al fresco. Faltan los ponis, y hay quien aprovecha para estrenar biquini, que ya hay ganas melanómicas. Nosotros fuimos al Montaloya, el más barato, que dice Tripadvisor que es «pésimo», pero que no estaba tan mal: la vida es mejor cuando tienes expectativas bajas. Es difícil distinguir al patricio de la plebe porque hoy en día todo el mundo viste de Inditex, iguales como en la China de Mao. Yo preferí hablar con un pato que surcaba la ondulante superficie del lago (en medio del estanque surge un imponente chorrazo muy heteropatriarcal). Era un ánade de cabeza verde botella (Anas platyrhynchos), lo típico.

      —Oye, pato, este sitio donde vivís, este lago, este parque, estas barcas, hoy que hace sol, me hacen sentir como si viviese en una de esos cientos de películas escandinavas que ha comprado Radio Televisión Española (RTVE) y que emiten por las tardes soporíferas.

      —¡Cuac! —dijo el pato, que parecía sueco—. ¡Cuac!

      Luego caminamos muy largamente por esos pinares poblados de brócolis extraterrestres gigantes y vimos a los conejos escapar de nosotros a toda leche. Estos conejos son pequeños, como una explosión de pelo entre la hierba, y andan acojonados por lo de la depredación. Debe de ser un rollo ser un conejo, vivir en la naturaleza, siempre con un ojo mirando a ver si te comen. Es que la naturaleza es muy neoliberal, y a eso vamos, a la jungla del comernos unos a otros, de la mano de los grandes organizadores, o desorganizadores, de la economía mundial.

      Al borde del lago había un árbol que parecía caerse al agua, pero que estaba quieto. Una señora muy grande llevaba a una tía buena en su camiseta, como si se la hubiese comido. La paella (mixta) bien, pero algo cara dada la exigua ración. Yo es que a las paellas siempre encuentro que les falta arroz entre tanto tropezón, porque yo amo el carbohidrato. Vaya usted a perderse a la Casa de Campo: en algunas partes se pilla wifi.

      24 de abril de 2017 · 132 likes

      He comenzado mi sutil guerrilla mental contra el turismo hipertrofiado en Lavapiés. El otro día estaba yo comiéndome un stromboli de champiñones en la plaza cuando se me apareció una familia de Stuttgart, capital del estado de Baden-Wurtemberg, Alemania. Todo muy civilizado: padre talludito, delgado y canoso con polo rosa, madre socialdemócrata y un par de niños lavados con Perlan.

      Me preguntaron muy amablemente dónde estaba la calle Sombrerete (imagínense pronunciar Sombrerete en alemán) porque tenían que arrastrar hasta allí sus trolleys, supongo que en pos del apartamento de Airbnb en el que iban a vivir la auténtica experiencia lavapiesera para regocijo de los flujos de capital internacionales. Muy amablemente les indiqué el camino. Pero añadí mi ataque mental.

      Les dije: cuidado en este barrio con vuestras cosas, que aquí se roba mucho y bien y hay bastante inseguridad. Beware pickpockets, y tal. Es solo un comienzo, un virus cerebral, un meme, que se extenderá de Baden-Wurtemberg a todos los länder de la Alemania federal, y de ahí a toda la zona euro, y a la Unión Europea entera, y hasta al Imperio otomano y la Ancient China, y bueno, ya podremos hablar aquí de otras cosas soleadas, como las flores y los menús del día. O eso o nos mandan a los marines a pacificar la zona y a la Mother of All Bombs. Es la Teoría del Caos.

      24 de abril de 2017 · 190 likes

      Esperanza, fue bonito mientras duró. El otro día me conmovieron tus lagrimones de agua del Canal de Isabel II, que venían a inundar el mundo entero y a salvar solo a parejas populistas embarcadas en el arca de Noé. No llorabas por Ignacio, ni por la corrupción, ni por el hipotético calvario; llorabas porque a ver si te van a trincar a ti, porque, por lo pronto, ya no vas a pasar a la Historia por presidir España, porque ya no serás la Thatcher española, porque ahora igual una señora te llama choriza por Serrano. Esperanza, you sexy motherfucker, me resultabas sexualmente atractiva, como otras personas que caen mal al español medio (Cayetana Guillén Cuervo o Willy Toledo, por ejemplo), eras la domadora del circo en los saraos del Ritz o en los colegios de Villaverde y por ahí, donde llevaste el metro (hubo quien dijo que se iba a llenar el centro de gentuza).

      Desde


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