La vida instantánea. Sergio C. Fanjul

La vida instantánea - Sergio C. Fanjul


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su dedo sale un rayo cósmico que se enfila hacia el pontífice y que el pontífice, milagrosamente (claro), consigue esquivar. En vista de que han comenzado las hostilidades, ambos hacen aparecer sobre su cuerpo sus armaduras de combate, rollo Caballeros del Zodíaco. Es el turno del papa, que lanza una Doble Hostia Voladora Sagrada, pero Trump se agacha y recontraataca con su Puño de Detroit Industrial, que le da a Bergloglio en pleno crucifijo. El papa está dañado, pero toma aliento con rapidez y lanza su Rosario de la Aurora Anti-Abusos Sexuales, que impacta de lleno en la tripa de Trump. Al POTUS se le cae el peluquín pero enseguida se lo lanza al papa a velocidades ultrasónicas convertido en el Genuine Vidal Sassoon Ultra Attack. Lo cierto es que el sumo pontífice tiene ahora un buen problema. Parece que el tiempo se detiene mientras ese peluquín mortal avanza hacia él irremediablemente. Pero, gracias a Dios, en el último momento coloca su Escudo Bendito con Choripán y Trump recibe, de rebote, su propio ataque, quedando noqueado.

      El presidente de Estados Unidos está ahora cabizbajo, mareado, renqueante, es un pelele delante de Francisco. Los ojos del papa se ponen en blanco y todo su cuerpo empieza a ser recorrido por rayos azulados, al tiempo que su mitra se vuelve dorada, señal de que se ha convertido en un supersaiyajin (o superpapín). Toma carrerilla y en dos metros entra en el hiperespacio para salir justo delante de Trump y propinarle, en cámara ultralenta, un Blessed Uppercut lleno de Verdadero Amor de Dios LETAL.

      Trump cae destruido en el propio vacío. Dios ha ganado, como siempre ganará.

      En la rueda de prensa posterior, ambos declararán que ha sido un encuentro «cordial a pesar de sus diferencias en algunos asuntos».

      Amén.

      29 de mayo de 2017 · 193 likes

      Me dijeron que persiguiera mis sueños. Que saliera de mi cálida zona de confort. Que mejorara mi liderazgo y potenciara mi talento. Que aumentase mi valor profesional. Que me preparase para triunfar. Me hablaron de la importancia de la ilusión y la gestión positiva del cambio. Me animaron a que revolucionase mis presentaciones, a que aprendiese a hablar en público para influir. Me contaron los secretos del éxito. Optimiza, prioriza, inspírate y escucha: tú puedes ser un high potential. Aprovecha las sinergias. Negociar es intercambiar. Sin resultados estás muerto. Tú eres tu propia marca. Impossible is nothing. Me contaron que el fracaso es experiencia, fracasa otra vez, fracasa mejor. Me explicaron la importancia de mantener una actitud positiva en el trabajo, así como durante el afterwork y el networking: sonríe, despliega confianza, brilla con luz propia. Para ser líder no basta con tener poder, hay que adquirir autoridad. Me zarandearon violentamente para que dejara huella, para que generase un impacto en el mundo, para que persiguiese la excelencia (incluso cuando ya fuera excelente) y la innovación; siempre, sin aliento, la innovación.

      Que fuera yo mismo, porque todos somos especiales.

      Pero yo solo quería huir, implementarme en la cama, marcar la diferencia entre las sábanas, perseguir mis sueños, sí, cuando la siesta.

      30 de mayo de 2017 · 18 likes

      Nosotros íbamos con Ursus, el Carnicero (que estaba muy bueno pero estuvo un poco paquete), y con Titus, el Africano (una especie de Pep Guardiola en gladiador), que tenía la fuerza de mil hombres y podía descabezar a una bestia con las manos. Nos fuimos a Toletum con los primos Marta y Vicente, que tienen cuadriga, para asistir al grandioso Circus Maximus, un espectáculo de circo romano no apto ni para cardíacos ni para paladares finos. Está bien que usen los cosos taurinos para estos cachondeos y no para machacar sin piedad a los pobres bichos ante el aplauso popular.

      Los que aquí se machacaban, en plan ficción, eran los profesionales de la escuela de especialistas Legend, de Villajoyosa, que cuenta entre sus filas con campeones de esgrima y lucha cuerpo a cuerpo con amplia experiencia en rodajes cinematográficos. Lanzaron lanzas contra dianas de mimbre, cortaron melones con sus gladius, se dieron unas buenas hostias a vida o muerte.

      De hecho, solo quedó uno vivo, Andros, el alejandrino (tenía catorce versos, al parecer), y nos jodió bien, porque nuestro equipo era el blanco, el de Ursus y Titus. Este Andros, esclavo como los demás, partió victorioso de Toletum a Roma para que el César le concediese la libertad a través de una espada de madera firmada con su nombre, o eso nos contaron, porque luego lo vimos en un restaurante comiendo rabo de toro.

      Nos reímos bastante en este show. Me encontré a un colega de la escena teatral que me preguntó qué demonios hacía en el Circus Maximus, mientras con la mirada buscaba a mi alrededor a mis inexistentes hijos. «Encantado de verte», me dijo al final. «Y sorprendido.» No se imaginaba que yo soy muy jabato, y que no me tiembla el pulso para esto y para más. Lo más inquietante del show es que cada vez que se le preguntó al público si vida o muerte, el respetable giraba el pulgar hacia abajo, en señal de kaputt. No hay compasión con los losers. Me duele Hispania.

      31 de mayo de 2017 · 93 likes

      Yo inventé el Spotify, lo que pasa es que los suecos Ek y Lorentzon robaron la idea de mi subconsciente igual que dijo Dalí que Walt Disney le había robado la de Mickey Mouse. Ese es el nivel. Así que, hace ya quince años, leyendo las sacrosantas listas del Rockdelux, imaginaba un ingenio tecnológico que permitiese escuchar al momento toda la música producida por la humanidad: con este sistema podría bucear a placer en los 100 Discos del Siglo xx que proponía la revista musical de referencia. Y, por tanto, ser feliz a ritmo de consejero delegado.

      Ahora eso existe y mis índices de felicidad no han aumentado, más bien lo han hecho los de ansiedad. De hecho, mi melomanía rampante ha ido en franco decremento y cada vez escucho menos música, total, está toda ahí, en Spotify, a golpe de clic. A mí lo que me gustaba era imaginarme las canciones, desear los discos, robarlos en grandes superficies comerciales, ponerlos y escucharlos enteros, admirar los lomos de la colección en la estantería. En definitiva, lo que me gustaba era desear los discos para luego amarlos como se merecían, uno a uno, con el debido respeto y el merecido cariño.

      La libertad tiene muy buena prensa, pero es una cosa bien jodida. Puedo poner casi cualquier canción que se me ocurra, lo mismo ocurre con las películas en Filmin, Netflix o HBO, puedo ver pornografía diversa en cualquier W.C., y contactar casi con cualquier persona mediante estas redes sociales. Hasta decir aquí lo que me dé la gana cuando me dé la gana, es decir, decir esto ahora mismo. Pero, en fin, no noto que estos avances me hagan más feliz que hace quince años, aquella época de deseos y misterios en la que conocer y disfrutar las cosas llevaba su camino y su esfuerzo. Ahora la exuberancia irracional abruma y paraliza.

      Perseguimos sin freno la innovación cuando todavía no sabemos apañarnos con lo realmente existente. Y tampoco sabemos si con esto ya nos vale.

      1 de junio de 2017 · 163 likes

      Me he medio mudado por unos días a Usera para cuidarle el perro y la casita a una amiga. La casita, con su patio soleado y sus aires campestres, pertenece a una colonia que Franco construyó para los funcionarios del Estado, mientras que la marca del perro es perdiguero andaluz. Se llama Dako y está como una regadera. Paralelamente me han contratado para organizar un (aún misterioso) festival cultural, dentro de una oficina y durante los meses de verano, dada mi amplia experiencia en el mundo cultureta madrileño y, claro está, mi infalible olfato para estas movidas.

      Total: que es como si me hubieran trasplantado de un día para otro en la vida de otra persona. Vivo en otro barrio, duermo en otra cama, hago de cuerpo en otro baño que no es mi baño. Asimismo, dejo momentáneamente mi vida freelance (aunque no autónoma, ojo) y me veo sujeto a horarios laborales establecidos, a madrugar, a coger el metro con el resto de los trabajadores de buena mañana. Ahí embutido, con otras decenas de zombis legañosos que discurren pesadamente por los pasillos, se hace más evidente que los currelas del sector terciario sí que somos parte de la supuestamente liquidada clase trabajadora.

      Me ha sorprendido que las oficinas cumplan los tópicos de manera tan exacta y precisa: hay estrictas jerarquías (la gente «cuelga» de gente y «reporta» a gente),


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