La vida instantánea. Sergio C. Fanjul
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9 de mayo de 2017 · 123 likes
Shaza y Jimena: estas tipas son unas jefas, deberían convertirse en un símbolo en este tiempo propicio al odio, un soplo de aire fresco y lesbiano dentro de un mundo donde Arturo Pérez-Reverte hace arriesgados experimentos sociológicos.
Son varias las razones. 1. Porque su historia es una historia de aventuras, una huida a través de varios países, con retenciones en aeropuertos y comisarías, con fronteras lejanas cruzadas a pie, con perseguidores bloqueándoles el paso o pisándoles los talones, con riesgo, valentía y determinación. 2. Porque, aunque no nos guste ya, el amor romántico un poquito al año no hace daño, y sobre todo este, que es más romántico que Cumbres borrascosas: son tan jóvenes y tienen el corazón tronchado como un lirio. 3. Porque las he oído por ahí, en los medios, en su rueda de prensa, y tienen la locuacidad del trueno, son decididas e inteligentes, dentro de su feliz locura, saben lo que quieren, por qué lo quieren y cómo decirlo. Y 4. Por su imagen icónica y potente: Shaza es la dulzura cleopátrica que viene del delta del Nilo, Jimena tiene esa agresividad punk que le confieren el peinado asimétrico y la retahíla de piercings, como sacada del lavapiesero punto de partida del Orgullo Crítico. Por lo demás, podrían ser hermanas, es curioso.
Como digo, tendrían que convertirse en un símbolo indeleble de lo lesbiano (que siempre denuncia su falta de visibilidad) y de lo perseguido, un símbolo de esos con los que se estampan camisetas en el Rastro. Y un recuerdo de que no solo reina la intolerancia en los países más terribles, en lejanas montañas y desiertos poblados de talibanes y ayatolás de ceño fruncido, sino también en el lujosísimo e hipercapitalista Dubai o en la Gran Madre Rusia. Así que espero que les vaya muy bien y que alguien les haga una película, una mezcla de Mi nombre es Harvey Milk, Las mil y una noches, La vuelta al mundo en ochenta días y El fugitivo. Sea.
10 de mayo de 2017 · 59 likes
La media luna de nalga asoma bajo el short caliente. Se acerca el verano y las hordas antigentrificadoras de jipis, punks y otros morlocks van llegando a Lavapiés desde las frías tierras del norte. Con el torso descubierto y la rasta al viento se tumban sobre el asfalto recalentado: la luz, cada vez más blanca y más pesada, reverbera en la litrona de pis. La chinche local está alegre, y también yo: no hay días en el año más hermosos. El ángulo de inclinación del astro sobre el ecuador, desde el pasado equinoccio, es cada día mayor, y la frondosidad de los ramajes primaverales produce, filtrando la luz del sol, esas sombras móviles, como la espuma de la mar, como las disco lights, que los japoneses llaman komorebi. Todo es óptimo, todo es flex, todo anda aflamencao. Los vecinos, de aquí y de Anglosajonia, se arrojan como ropa abandonada por las terrazas de Argumosa, como si no les importase morir en este preciso momento. La basura comienza a oler mal. Pronto los días durarán hasta medianoche.
12 de mayo de 2017 · 138 likes
Ayer llegó Mamá Peligro para pasar unos días en la capital. Fui a buscarla a Atocha y cuando veníamos camino a casa, llevando yo muy amablemente su trolley, me di cuenta de que con el coñazo que estoy dando últimamente con la turistificación salvaje del barrio y con las maletas trolley, ahora alguien me podría confundir a mí mismo y a mi señora madre con turistas recién llegados caminando hacia su Airbnb. A vivir su auténtica experiencia lavapiesera.
Me dio vergüenza pasar por delante de todas esas terrazas de Argumosa, donde mis conciudadanos me reconocen y me admiran, donde ven en mí un referente moral, así que traté de poner cara de vecino, cara de «no es lo que parece, vivo aquí, puedo explicarlo: solo vengo de recoger a mi madre en Atocha», y me di cuenta de lo difícil que es poner cara de vecino, que es como una cara de tranquilidad, de satisfacción, de total falta de novedad, de esto ya me lo he visto yo muchas veces, todos los días, porque vivo aquí, aquí mismo, un poco más allá, en aquel portal, te lo juro.
Pensé en comprar el pan, o algo, o en hilvanar un chotis rapidito. En fin, no sé qué cara me habrá salido al final, seguro que una mezcla de terror y estreñimiento a juzgar por el asombro con el que me miraban mis conciudadanos desde las terrazas, y no sé si la cosa funcionó, porque un grupo de daneses nos hizo señas para que nos acercásemos a sentarnos con ellos, como compatriotas en tierra extraña, y eso que mi madre y yo somos agitanados, pero el trolley nos hacía parecer de Copenhague. Total, que corrimos a casa y decidimos no salir nunca más con la maleta, lo que hará que de ahora en adelante viajemos con lo puesto, y además le ahorrará al planeta recursos y energía. Enfilemos de una vez la necesaria senda del decrecimiento.
13 de mayo de 2017 · 71 likes
Yo siempre veo Eurovisión, lentejuela, caspa, tupé, Profidén, porque hay que ver Eurovisión para saber lo que pasa en el mundo. Usted ve Eurovisión ¿y qué pasa en el mundo? Pues lo contrario de lo que sale en Eurovisión.
No hay mejor forma de tomarle el pulso a la actualidad, aunque sea en negativo. Fíjense: hace algunos años Eurovisión era como un objeto arqueológico, un reducto del pasado que solo generaba interés en cuatro gatos; eran años en los que el proyecto de la Unión Europea iba como un avión, todo recubierto de prestigio. Ahora Eurovisión vive un momento de dulce revival, mientras que la UE se derrumba. En Eurovisión cada vez hay más países (meter a Corea del Norte sería una buena forma de limar asperezas y disfrutar de sus espectáculos comunistas), mientras que en la UE cada día hay menos. Eurovisión y la UE son inversamente proporcionales. Cuando una pierde legitimidad, el otro la gana. Si en los alrededores de la UE miles de personas van formando una alfombra de cadáveres sobre el fondo del mar, en los alrededores de Eurovisión miles de eurofans se van de loca romería (tiene algo de danza macabra). Si las personas cada vez tienen gustos musicales más eclécticos gracias a Spotify, en Eurovisión cada vez suena todo más igual, y más en inglés.
A Eurovisión la gente tendría que llevar su folclore nacional: España joteros y flamencas y Bielorrusia lo que canten y bailen en Bielorrusia. Entonces Eurovisión sería un espectáculo enriquecedor de coros y danzas que nos haría reconocernos en nuestra propia diversidad, como dicen las guías turísticas que hacemos en Lavapiés. Pero lo que nos muestra Eurovisión, sobre todo en los minirreportajes previos a las actuaciones de los artistas, es que todos los países son idénticamente hipsters y misterwonderfulescos; que en todas partes, hasta en Albania, la gente persigue sus sueños y toma rooibos en grandes mesas de madera avejentadas. La apaleada Grecia es indistinguible de la apolínea Dinamarca. Lo mejor de Eurovisión, ya lo saben ustedes, son las votaciones, esa pequeña clase de geopolítica estilo Risk: Portugal y España siempre se votan generosamente, como Venezuela e Irán. Eso sí, Eurovisión tendría que basarse más en la cooperación que en la competición y, por tanto, celebrarse en esperanto.
17 de mayo de 2017 · 37 likes
Ah, los pajarracos, los vi el otro día sobrevolando las señoriales cúpulas del barrio de Goya, se recortaban en negro veloz contra el cielo herido de Madrid al atardecer. No sé lo que son, si vencejos, o gorriones u oscuras golondrinas, el caso es que no se enteran de nada, los pajarillos, uno los mira desde la parada del C1 Circular que viene con retraso, sentado al lado de una maquilladora de El Corte Inglés que acaba la jornada kilométrica y regresa a su hogar en el cinturón sur, y que no se sabe si tiene cara de morir o de matar. Los pájaros lo ignoran todo (y eso que dicen que dentro de cada poema hay un pájaro, y viceversa), están siempre revoloteando en extrañas órbitas espirales en un plano superior de la ciudad: aquí abajo transcurren los problemas humanos y sus soluciones químicas.
Yo creo que esos pájaros acrobático-suicidas que veo son siempre los mismos, que son los que me siguen a mí, que me conocen, y que siempre revuelan a mi alrededor. Cuando cojo el C1 Circular siguen al autobús, pero, es más, cuando cojo el metro ellos siguen la trayectoria del tren subterráneo desde las alturas, al otro lado del asfalto, como atraídos por una extraña fuerza zoológico-magnética. Cuando duermo se echan a dormir justo encima de mi cuerpo, en la azotea, y comen cuando yo como y sufren cuando yo sufro. Cuando vuelo en avión por fin los supero en altura y velocidad, jodeos, alados animales,