El universo en tu mano. Christophe Galfard
poderoso al comenzar a divisar la Vía Láctea, Andrómeda y otras galaxias, tanto cercanas como remotas.
En un momento de puro éxtasis, de repente lo ves todo: decenas, cientos, miles, millones, cientos de millones de galaxias. Están por todas partes, formando grupos de tamaños diversos, y se aglomeran en extrañas estructuras con aspecto de filamento que resquebrajan todo el universo visible.
¿Quién lo iba a imaginar?
Hace unos minutos —¿o han pasado horas?— estabas tumbado en una playa, de vacaciones, y ahora tu mente alberga todo el universo visible. Has alcanzado una perspectiva tan privilegiada que los puntos que salpican el universo ya no son estrellas solitarias, sino grupos de galaxias, cada uno de los cuales contiene miles de galaxias, que, a su vez, están formadas por cientos o miles de millones de estrellas, y la Vía Láctea es una de ellas.
Mientras contemplas este asombroso paisaje y miras todos esos lugares, se te ocurre que encontrar tu galaxia natal entre todas las demás sería tan problemático como encontrar el Sol en la Vía Láctea, o uno de los granos de arena de Trafalgar Square. Liberas tu mente, te proyectas a la velocidad del pensamiento y ves las galaxias rotar, bailar, arremolinarse, destruirse y chocar entre sí, y también presencias cómo desaparecen galaxias minúsculas al ser simple y llanamente devoradas por alguna vecina gigante.
Un momento.
¿Deberías preocuparte por ese último punto?
En un abrir y cerrar de ojos, regresas a las cercanías de la Vía Láctea. Andrómeda está sobre ti. Es enorme. ¿Es posible que un día se fusione con la Vía Láctea? No cabe duda de que las dos galaxias orbitan en sincronía, pero está pasando algo más... Enfocas mejor y te sobresaltas al comprobar que, en realidad, Andrómeda y la Vía Láctea se precipitan la una contra la otra a la asombrosa velocidad de 100 kilómetros por segundo, por lo que solo faltan 4.000 millones de años para que colisionen.
Empezarán a fusionarse 1.000 millones de años antes de que explote el Sol.
Tragas saliva con dificultad y te preguntas cómo podría llegar a salvarse la humanidad de algo así, pero hay algo que te consuela: las galaxias son tan grandes, y hay tanto espacio entre las estrellas que contienen, que las colisiones galácticas casi nunca provocan que las estrellas choquen entre sí... Por supuesto, existe un cierto riesgo pero, de momento, tendrás que aceptarlo.
Es completamente normal que, llegado a este punto, pases por una depresión filosófica copernicana. Incluso puede que desees haber vivido hace unos pocos milenios, cuando la Tierra era plana y se consideraba que era el centro del universo por el simple motivo de que a los seres humanos nos gusta considerarnos especiales. Debía de ser muy tranquilizador creer que todo daba vueltas a nuestro alrededor, que los ángeles hacían girar unos engranajes sagrados conectados a un mecanismo de relojería cósmico que hacían que las estrellas y el Sol se moviesen. ¿Por qué diablos tuvo que echarlo todo a perder Copérnico, matemático y astrónomo polaco del siglo XV, al proclamar que el Sol no orbitaba alrededor de la Tierra? ¿Por qué tuvo que observar el matemático y astrónomo del siglo XVII Galileo que Júpiter tenía lunas que no orbitaban alrededor de la Tierra (ni del Sol, de hecho, ya que lo hacían alrededor del propio Júpiter)? ¿Por qué tuvieron que darse cuenta Öpik y Hubble de que existían otras galaxias? ¿Por qué? ¡Ellos comenzaron todo esto!
Dejando a un lado el hecho de que tenían razón, sin personas como Copérnico, Galileo y tantos otros, la humanidad estaría condenada y, además —y esto es lo peor de todo—, yo no habría podido escribir este libro. Jamás habrías podido viajar mediante el pensamiento a través de nuestro vecindario cósmico y, todavía menos, más allá de él (como estás a punto de hacer). Y entre tú y yo: ¿no te parecería una lástima que toda la belleza oculta ahí fuera no tuviera quien la contemplase y la explorase o que, peor todavía, solo la pudiesen disfrutar otras especies inteligentes desde su propia perspectiva cósmica remota?*
Mientras tratas de asimilar el tamaño descomunal del universo visible, te preguntas si realmente existen otras especies inteligentes. Entre los miles y miles de millones de grupos de estrellas que salpican un universo que, por lo demás, es bastante oscuro, ¿existen otras enanas rojas como Próxima Centauri rodeadas de sus propios planetas? ¿Existen sistemas en los que dos estrellas brillan sobre mundos habitados? ¿Existen otras Tierras?
Parece casi imposible creer que estemos solos en este universo gigantesco: «Si estamos solos, hay una cantidad espantosa de espacio desaprovechado», escribió en 1985 Carl Sagan, astrónomo y cosmólogo estadounidense. Sin embargo, treinta años más tarde, nadie en la Tierra sabe si hay alguien más. La existencia de vida alienígena es una posibilidad emocionante (y también aterradora, claro) pero, de momento, no es más que eso: una posibilidad. De todos modos, la situación puede cambiar pronto, ya que nuestros telescopios siguen descubriendo cada vez más mundos nuevos. Al menos yo espero que cambie.
Incluso en los años más oscuros del caótico pasado de la humanidad, algunas personas desafiaron heroicamente a las autoridades religiosas al afirmar que, de hecho, era muy probable que existiesen otros mundos. En el año 1600, el monje católico italiano Giordano Bruno, por ejemplo, murió quemado vivo en la hoguera en Roma por atreverse a defender en público una idea herética: afirmaba que existían «incontables Soles e incontables Tierras que orbitan alrededor de su propio Sol». Esta creencia le costó una muerte agónica.
Hoy en día, y aunque en mi opinión demasiadas personas (incluso en los países más desarrollados) prefieren hacerse las sordas y las ciegas antes que enfrentarse a algunos hechos desvelados por la ciencia, ya no existe la Inquisición. Se han descubierto planetas potencialmente similares a la Tierra y se ha reivindicado la importancia de científicos como Giordano Bruno, aunque esto haya sido bastante recientemente.
Hace siglos que la humanidad conoce la existencia de planetas como Júpiter o Venus, pero la primera vez en la historia que alguien observó un planeta orbitando alrededor de una estrella que no fuese el Sol fue apenas hace veinte años, cuando, en 1995, dos astrónomos suizos, Michel Mayor y Didier Queloz, detectaron un mundo gigante, al que llamaron 51 Pegasi b, que orbitaba alrededor de una estrella situada a unos 60 años luz de nosotros.
No obstante, el planeta que descubrieron Mayor y Queloz no es habitable por el simple motivo de que se encuentra demasiado cerca de su estrella. No obstante, es un planeta. Tras aquel descubrimiento, se fueron hallando otros mundos similares cada mes, hasta que se lanzaron satélites diseñados ex profeso para encontrar aún más. El telescopio Kepler, de la NASA, lanzado en el 2009, es uno de ellos. Actualmente, se han detectado más de 6.000 mundos candidatos, de los cuales se ha confirmado que unos 2.000 orbitan estrellas lejanas. Algunos de ellos incluso se encuentran en sistemas de doble estrella (planetas que orbitan a dos Soles) y, sin duda, el futuro nos deparará muchas sorpresas. Para diferenciarlos de Venus, Júpiter y el resto de los planetas que forman parte de la familia de nuestro Sol, llamamos a estos mundos lejanos exoplanetas. Por cierto, aproximadamente una docena de los 2.000 exoplanetas confirmados son potencialmente similares a la Tierra, y al menos tres de ellos —de los cuales la existencia de uno se confirmó en 2015— presentan un parecido asombroso con nuestra Tierra (el de 2015 se llama Kepler 442b)...
Evidentemente, cabe la posibilidad de que todos estos otros mundos sean estériles, pero también podrían albergar vida. De hecho, estoy dispuesto a apostar a que se descubrirán indicios directos e indirectos de vida extraterrestre en las próximas dos décadas, más o menos. Puede que sea en uno de estos candidatos o en algún otro planeta que todavía no hemos descubierto. Estamos a punto de disponer de la tecnología que nos permitirá detectar rastros de actividad biológica en la atmósfera de esos mundos remotos. Sería genial vivir un descubrimiento semejante, ¿no te parece?
Hay que tener en cuenta que todos los exoplanetas que hemos descubierto hasta ahora se encuentran en la Vía Láctea, nuestra galaxia, así que están bastante cerca de la Tierra. Los planetas que puedan existir en otras galaxias están demasiado lejos para que nuestros telescopios puedan verlos, aunque es posible que esos mundos se cuenten por cientos de miles de millones.
La galaxia