El universo en tu mano. Christophe Galfard
cuenco invisible que la mantiene en órbita alrededor de lo que sea que haya en el interior del dónut brillante. Como en el espacio no existe la fricción, no hay ningún motivo que obligue a la estrella a perder energía.* Basándonos en la velocidad de la S2, podemos imaginar la forma del cuenco y, de ahí, la masa que yace en el fondo.
Los científicos han realizado muchas veces estos cálculos, bastante claros, y siempre han obtenido una respuesta increíble: para crear un campo gravitatorio con la fuerza adecuada para que la S2 no termine siendo proyectada al espacio exterior, se precisa la masa de más de 4 millones de soles. Una estrella enorme, sin duda.
Sin embargo, hay un problema: no hay ninguna estrella visible en el interior de la órbita de la S2. Puedes buscarla tanto como quieras: no la encontrarás.
Los científicos de la Tierra han ideado telescopios capaces de detectar un tipo concreto de luz invisible a nuestros ojos, la luz ultravioleta, o, para obtener unas vistas más impresionantes, la segunda luz con más energía que conocemos, los rayos X, con el fin de intentar ver qué es ese objeto con una masa de 4 millones de soles que evita que la S2 salga disparada. Este tipo de telescopio sigue sin permitirles ver ningún objeto, pero sí que observan enérgicos estallidos de luz que se originan en una ubicación minúscula dentro del anillo. Lo que impide que la S2 salga disparada no solo no es una estrella, sino que no se acerca ni por asomo al tamaño que debería tener. De hecho, los científicos solo tienen una explicación para lo que puede esconderse ahí: un agujero negro. Un agujero negro supermasivo.
Los científicos lo han denominado Sagitario A★ (se pronuncia «A Estrella»), pero no pueden estudiarlo con claridad desde la Tierra porque sus alrededores están ocultos por todas las estrellas, el polvo y el gas que se interponen entre su ubicación y nuestro planeta.*
Estás justo a su lado, así que, si te preguntas qué proyecta esos estallidos de luz energética que detectan los telescopios desde la Tierra, estás a punto de descubrirlo.
Como cabría esperar, no te sientes muy seguro justo al lado de un monstruo invisible. ¿Quién sabe de lo que es capaz un agujero negro? ¿Podría llegar a tragarse tu mente e impedir que volviera a reunirse con tu cuerpo? ¿Y si se queda ahí atascada, condenada a vagar lejos de todo lo que conoces? ¿Y si en su interior hay un túnel oculto, una puerta que conduce a otro universo, a otra realidad, como puede que hayas oído decir a alguien alguna vez?
Indeciso, pierdes la mirada entre los miles de millones de partículas de polvo y de otras rocas pequeñas que producen la luz brillante.
Menos de un minuto más tarde, un enorme asteroide amorfo pasa volando a tu lado a un millón de kilómetros por hora. Lo observas con atención. Mientras cruza el anillo a toda velocidad, ves cómo se derrite y se convierte en minúsculas motas de materia fundida, abrasado por la fricción del polvo que forma el anillo. Del mismo modo que una roca pequeña puede convertirse en una estrella fugaz al penetrar en la atmósfera de la Tierra y desintegrarse por completo sin llegar a alcanzar la superficie de nuestro planeta, el asteroide desaparece mucho antes de alcanzar lo que sea que haya en el interior del dónut.
Das media vuelta en busca de algo más de acción y ves que lo que se te acerca no es solo un gran trozo de roca. Es una estrella. Una estrella grande, brillante y furiosa. Como la S2. Pero incluso más grande. ¿Arderá también? ¿Conseguirá cruzar?
La ves hundirse hacia su destino y volar a través del dónut en una trayectoria angulada. Entra en el anillo y la pierdes de tu vista, pero reaparece enseguida, después de completar media órbita, y parece distorsionada de una manera peculiar, como si un espejismo provocado por una fuerza extraña la obligase a cambiar de forma. Prosigue el vuelo descendente. Da la impresión de que unas fuerzas tremendas actúan sobre ella. De la superficie de la estrella se desprenden pedazos del tamaño de planetas. Intentas mantener la calma y te repites que no hay nada que temer pero, sin poder evitarlo, sientes los hombros cansados y pesados, y te preparas para un desastre de dimensiones épicas...
Hasta ahora eras etéreo y ajeno a las fuerzas que gobiernan el universo, pero eso se acabó. Lastrado por el peso de los pensamientos complejos, pasas a estar sujeto a la gravedad y estás en presencia de su señor. Contra tu voluntad, te ves arrastrado a su interior, absorbido, como si te deslizases por una pendiente invisible pero resbaladiza. Cruzas el anillo de materia calentada y te acercas a la estrella, que sigue cayendo y que ahora está destrozada y estalla formando un chorro llameante de plasma incandescente que desciende en espiral, y te arrastra con ella, hacia el agujero negro todavía invisible.
Huelga decir que tus temores están justificados. Cientos y cientos de miles de millones de toneladas de plasma se hunden contigo. El corazón te palpita como loco mientras sigues descendiendo en espiral, cada vez más y más deprisa hasta que... Hasta que la fuerza tremenda de una especie de remolino te expulsa. Lo que queda de la estrella se transforma en unos chorros extraordinariamente poderosos, hechos de lo que parece ser materia transformada en energía pura. Desconcertado, te preguntas si acabas de trasladarte a un mundo paralelo en el interior de un agujero negro, pero pronto te convences de que no es así: te estás alejando del monstruo. El señor de la materia te ha proyectado, o has sido rechazado. El anillo gigante de la Vía Láctea vuelve a ser visible en la lejanía.
Como la canica que hacíamos girar demasiado rápido contra la pared interior de una ensaladera, tanto tú como el polvo de la estrella desintegrada habéis salido volando antes de alcanzar aquello de lo que está hecho el agujero negro... Caías demasiado rápido y has acabado catapultado antes de llegar al monstruo invisible, y lo mismo ha ocurrido con la estrella, cuya materia se ha transformado en dos chorros de los dos tipos de luz con mayor energía conocidos por la humanidad: los rayos X y los rayos gamma. Uno de ellos sale disparado hacia arriba y el otro hacia abajo, como dos faros que dirigiesen su luz no solo al descomunal espacio que separa a las estrellas de la Vía Láctea, sino todavía más lejos, hacia vacíos más inmensos.
La velocidad de los chorros es asombrosa, como la tuya. Una fuerza te arrastra y pasas volando junto a millones de estrellas, del mismo modo que si un dedo gigante que luciese la Vía Láctea como un anillo señalase tu destino.
A lo mejor todavía no había llegado tu momento de sumergirte en un agujero negro. Puede que la naturaleza quisiera que vieras algunas bellezas más de nuestro universo antes de dejar que te apresasen los brazos letales de tan oscura sima...
Por algún misterioso motivo, tu corazón se recupera y tus pensamientos vuelven a ser livianos, lo que libera a tu mente de las garras de la gravedad. Estás lejos y has recuperado la libertad de movimientos. Sin embargo, decides seguir el chorro un rato para ver a dónde te lleva y no tardas mucho en darte cuenta de que empieza a pasar algo raro: las estrellas que te rodean parecen ser cada vez menos numerosas, hasta el punto de que, poco después, ya no ves ninguna ante ti. En la lejanía brillan aún algunas fuentes de luz, pero están mucho más lejos que cualquier cosa que hayas visto hasta ahora. También te parece extraño que haya desaparecido el anillo de la Vía Láctea. Mientras te preguntas dónde estará, bajas la mirada y te quedas boquiabierto ante las vistas más extraordinarias que has contemplado nunca. Ningún humano o artefacto fabricado por el hombre ha tenido la buena fortuna de poder gozar de esas vistas. Las observaciones desde la Tierra han captado algunas imágenes de los alrededores del agujero negro del que acabas de escapar, pero no de esto. Si llamases a la Tierra desde tu ubicación actual, la respuesta, en caso de que alguien contestase, tardaría más de 90.000 años en llegar a donde estás.
Estás encima de la Vía Láctea. Tu galaxia.
Si mientras mirabas al cielo nocturno desde la playa de arena pensabas que debía extenderse hasta el mismo límite del universo, ahora puedes comprobar que no es así. La Vía Láctea no lo es todo, ni mucho menos. Solo es una isla de estrellas perdida en una inmensidad oscura de una escala mucho mayor.
7
La Vía Láctea
Los primeros hombres que estuvieron en el espacio regresaron abrumados tanto por la belleza de nuestro