Nuevas lecturas compulsivas. Félix de Azúa
del poema. A veces, mediante informaciones tan chocantes como la adaptación del verso al tamaño de la mancha de página de una editorial:
Como me di cuenta que el formato de los libros de Seix Barral y los puntos que emplean en los tipos no se ajustaban en muchos casos a la extensión de mis líneas, procuré reducirlas a 50 golpes (letras) de la máquina de escribir. Un trabajo espantoso. Esta reacomodación del texto me llevó, fatalmente, a corregirlo y rehacerlo en muchos casos. (8 de marzo de 1976.)
Aunque no tan sorprendente si se considera que el poema siempre se levanta gracias a unas leyes que oponen resistencia, y que las cortapisas y las trabas formales son sus puntos de apoyo. Como la paloma de Kant, si el poema no trabaja contra unas reglas, se desploma.
Pero no debo terminar esta breve presentación sin subrayar otro aspecto de la correspondencia tan importante como el anterior, a saber, el registro minucioso del trabajo de Paz como difusor de su poesía. Es asombrosa la actividad que desplegó para que sus libros llegaran hasta los lectores. Convencido de que el poema es un útil universal y benéfico (y no, por ejemplo, la pieza ornamental de una geografía), Paz no cejó ni un minuto, nunca descansó en su cruzada: conferencias, congresos, artículos, traducciones, clases, simposios y viajes y más viajes y más viajes, cientos, miles de viajes. Octavio Paz trabajó muchísimo más que todos los ejecutivos de todas las editoriales que publicaron sus poemas. ¡Qué inmensa fatiga debía de producirle esa imprescindible necesidad de explicar su poesía en el mundo entero! ¡Y qué admirable nos parece esa actitud frente a los remilgos y desdenes de los falsos malditos, de aquellos que se acomodan confortablemente en la «incomprensión»!
Admirable, porque esa actividad febril era el resultado de su pasión por la poesía, de una fe inconmovible en el valor del poema, y no sólo se fatigaba por difundir su propia poesía sino la de todos aquellos que le merecían respeto. La certeza de que el poema debe ser conocido es algo perfectamente opuesto a la ambición personal, no hay un solo párrafo en estas cuatrocientas páginas que permita hablar de vanidad o codicia, sólo de abnegación. Y eso era posible porque Paz, renacentista y transnacional, estaba persuadido de la importancia de continuar un arte milenario del que él era, tan sólo, un heredero, y que esa herencia no debía despilfarrarse en un consumo egoísta, sino labrarse como un campo para que siguiera dando fruto. Tal es la razón de que Paz pudiera pasar en sus cartas, sin la menor transición, de una deslumbrante descripción lírica a la más inmediata de las urgencias civiles:
Arde el mar es una llama azul y verde que baila sobre el oleaje y se desliza en nuestro cuarto por el ojo de la cerradura. A veces es una estridente sirena de alarma y otras un concierto en el fondo de un cráter.
Te envío con estas líneas, ya firmado, el contrato y tomo nota de que los pagos serán hechos por Planeta-México (etc.). (21 de febrero de 1995.)
Una actitud similar encontramos en los diarios de viaje de Durero, cuando, también sin transición, pasa de comentar una maravillosa rama de coral que ha admirado en alguna colección principesca a la intendencia más inmediata y terrestre. Los poetas no viven en torres de marfil, sino en sus obradores, practicando un oficio, administrando una herencia transitoria y con la prensa internacional desparramada por mesas y sillas. Por lo general, sólo viven en torres de marfil los poetas subvencionados con fondos públicos.
No creo pecar de exagerado si digo que en sus últimas cartas Paz parecía estar hablando con un heredero, aquel que deberá seguir trabajando el legado tras alcanzar el máximo galardón que todo poeta estima, el de ser considerado il miglior fabbro por un maestro universalmente reconocido. Lo singular de este heredero es que trabajaba sus poemas en otra lengua, la cual, sin dejar de ser extranjera para Paz, era la misma, la única lengua de los poetas, la que en lugar de diferenciar y dividir nos hace semejantes y comunes. Sobre todo, comunes.
Próxima ya la muerte, el maestro le pasó el testigo a su discípulo y en ese traspaso incluyó, lógicamente, la lengua que el discípulo le había enseñado a conocer:
En cierto modo, Mascarada puede verse como un gran poema postsurrealista. Quiero decir: sería incomprensible sin cierta poesía surrealista, pero va más allá de ella y nos lleva a otro mundo. Es un poema que nadie ha escrito en español (¿y en francés?), tal vez porque es imposible escribirlo en nuestra lengua pero que, por lo visto, sí ha sido posible hacerlo en catalán. Gran triunfo de la lengua y gran triunfo tuyo. (24 de enero de 1997.)
Sólo pudo escribir una carta más, pero en esta su penúltima carta, Paz señalaba lo específico de las lenguas poéticas. No todo está dicho en todas las lenguas, cada lengua dice a su manera lo que luego pueden decir las demás. Y así como el poema amoroso que nace en Italia fecunda la poesía renacentista española, así como el surrealismo francés había fructificado en el catalán de Gimferrer, ahora su perturbador y fulgurante poema catalán, Mascarada, va a permitir que otras lenguas a su vez digan lo mismo. En español, por ejemplo. Es la lengua que une, no la que separa, la poesía.
Ferrer Lerín. La música de los buitres
¿Qué se puede decir de la poesía, un arte en vías de extinción si no ya extinguido totalmente? Nada. Ni falta que le hace. Pero sí podemos hablar de algunos especímenes supervivientes que, como el lince de Doñana, aún se mueven entre nosotros.
Para su desdicha, el poeta Ferrer Lerín (a partir de aquí «Paco») no tiene biólogos, ecólogos y naturalistas que vigilen sus pasos para evitar que le aplaste un cuatro por cuatro, no está tutelado, ni protegido, ni recibe subvenciones. Tampoco le facilitan los apareamientos, lo que seguramente él agradece.
Sin embargo hay que pensar que el lince tiene otra clientela, como por ejemplo sus compañeros de vida salvaje. Algunos están ahí para ser devorados, como los conejos. Otros, para darle compañía. Hoy nos hemos reunido para darle compañía, aunque corramos el riesgo de acabar devorados.
Puede parecer extraño que alguien de la tribu silvestre, pero de especie más abundante, común, de menor categoría, un zorro, un gato montés, o incluso un meloncillo (Herpestes ichneumon), haga el panegírico del lince, pero de eso se trata y allá voy. Éste es el panegírico de un lince en boca de un meloncillo.
Creo haber dicho en varias ocasiones que los poetas, a diferencia de la restante gente de letras, tienen la obligación de llevar una vida ejemplar. No pueden contradecirse. O bien están perfecta y perpetuamente locos, como Panero, y no se convierten de la noche a la mañana en profesores de literatura. O bien son colosalmente cuerdos y, como Eliot o Stevens, se mantienen toda la vida petrificados en la figura egipcia de un burócrata bancario o un agente de seguros.
Habría sido lamentable que de repente Eliot se hubiera dejado crecer unas largas guedejas y, vestido con apretados pantalones de tweed, se hubiera unido al alegre grupo de los chicos de Isherwood. La poesía de Eliot habría aparecido a una luz totalmente distinta y seguramente Miércoles de ceniza se habría interpretado como una reunión de fumadores de porros.
Muy escasos son los poetas verdaderos que pueden contradecirse biográficamente: se es lince de una vez por todas, o se produce una enorme confusión y aquello no era lince sino chihuahua. Vean el caso ejemplar de Rimbaud, que cuando decidió cambiar de vida y dedicarse al contrabando abandonó para siempre la poesía.
Paco era lince ya a los dieciocho, cuando le conocí, y creo que hoy, ya talludito, nadie lo confundiría con un chihuahua. No hay un momento de su vida que niegue al anterior. Dado lo difícil que es hoy juzgar la poesía, es su coherencia vital lo que la garantiza. De muy joven, ya el lince espiaba a los buitres desde su madriguera y así sigue en la actualidad. Ha pasado su vida entera mirando hacia arriba. En general, los poetas, como los niños, miran hacia arriba.
¿Quiere esto decir que ha dedicado todos estos años a escribir poemas? En absoluto. Estoy persuadido de que les habrá dedicado, haciendo la media, un cuarto de hora al año como mucho. Pero es suficiente porque él ha vivido poéticamente y sus escritos son tan sólo breves documentos de su experiencia. Eso es lo que suelen ser los poemas verdaderos, el testimonio de una experiencia que la mayoría de los humanos nunca tendremos. Otro poeta verdadero del género loco, Hölderlin, decía que los poetas son pararrayos. Creo que muy pocos de entre nosotros