Mi obsesión. Angy Skay
intentaba evitar a toda costa.
—¿Iremos las dos? —le pregunté sin apartar los ojos de Jane, que intentaba escapar de mis brazos.
—No creo. Recuerda que tenemos pendientes varios viajes y vendrán a por los papeles dentro de tres días.
—¿Y cuándo se supone que debo marcharme? —me interesé.
—Pasado mañana.
—¡¿Pasado mañana?! ¿Y avisan con tan poco tiempo? —me extrañé.
—Sí, hija, ha sido todo deprisa y corriendo. Quieren lanzar las ofertas para noviembre, y si no terminan de cerrar los trámites, es imposible que lleguen para las campañas navideñas.
—Bien, entonces, mañana pasaré para que me des los datos y volveré a casa a preparar la maleta.
—¡Genial! Pues nos vemos mañana, jefa.
Un año y medio más tarde, decidí montar mi propia agencia de viajes, llamada Garlys. No era de las más reconocidas en Mánchester, pero a mí me bastaba para poder sobrevivir y pagarle a Susan, la hermana de Joan, que comenzó a trabajar conmigo el mismo día de la inauguración.
Enfoqué toda mi atención en la niña, quien, curiosamente, se había calmado en mis brazos.
—Bueno, Jane, ¿quieres que juguemos a algo? ¿O vemos una peli en el sofá con un cubo de palomitas de colores?
Alzó una ceja con picardía y moví las mías con énfasis al ver el brillo en sus ojos. La niña aplaudió, y yo me volví loca de contenta al saber que ¡por fin! podría sentarme en el sofá durante un rato.
No supe cuánto tiempo pasó hasta que escuché el timbre de casa. Abrí los ojos, pegados por el sueño, y miré a Jane, que descansaba tranquilamente apoyada en mi pecho. La separé un poco, la dejé tumbada y me levanté. Observé mi reloj: la una de la mañana. Debía ser Katrina.
En efecto, no me equivoqué cuando abrí y me encontré a un radiante matrimonio que, con el paso de los días, evolucionaba y se profesaba el amor que sentían el uno por el otro.
—¡Hombre, la parejita del año! —susurré, en broma, para no despertar a Jane.
Joan se rio y Katrina depositó un beso en mi mejilla. Entraron. Su fabuloso padre se acercó a ella sin hacer ruido, la estrechó entre sus enormes brazos y, por último, le dio un pequeño beso en su cabecita.
—¿Cómo se ha portado? —me preguntó Katrina.
—¡Bien! —le contesté con mucha euforia—. Ya sabes cómo es. —Le guiñé un ojo.
—No sabes cómo te lo agradezco, Enma.
—No tienes que hacerlo, para eso están las amigas. Además, lo más seguro es que me quede como la tía de los gatos. Mejor que por lo menos mis sobrinos vengan a verme. —Hice una mueca graciosa.
—No creo que termines quedándote como tal. El problema es que tampoco lo buscas. —Joan rio.
—Agh. —Hice un movimiento con la mano, dándole a entender que no me importaba, y ambos sonrieron.
—Buenas noches —se despidió Katrina.
Sonreí y les dije adiós. Di la vuelta sobre mis talones para dirigirme a mi dormitorio. Tras quitarme el reloj, lo metí en el joyero que tenía en la cómoda. En ese momento, un fino collar llamó mi atención al asomar por él. Dejé que se escurriera entre mis dedos, y allí estaba.
—Debería haberme deshecho de ti hace mucho tiempo… —murmuré, mirándolo.
El collar que Edgar me regaló con su inicial apareció para llevarse otra noche de sufrimiento; una en las que me era imposible conciliar el sueño, pensando en todas las veces que lo había echado de menos durante tantísimo tiempo, y ahora que por fin había conseguido pasar página de verdad, aparecía como si nada. Siempre dije que la inicial que llevaba era por mi nombre, sin embargo, aunque él nunca me lo dijo, sabía de sobra que esa E significaba la posesión que tenía sobre mí. No era por Enma, sino por Edgar.
—Mañana te irás de mi vida para siempre —musité perdida.
Estaba claro, al día siguiente lo tiraría, aunque le hubiese costado una pequeña fortuna.
Me levanté a la misma hora de todos los días para ir a abrir la agencia. Cuando terminé de vestirme, cogí mi bolso junto con la agenda que siempre me acompañaba y salí disparada hacia mi pequeño coche. No era mucha cosa. Además, siempre había sido una persona de bienes materiales normales, y aunque en un tiempo sí pude permitirme aquellos caprichos como comprarme un coche de alta gama, no lo quería. Mi chatarrilla, como yo la llamaba, era estupenda para una sola persona.
—¡Hola, hola! —saludé con efusividad a Susan.
—Buenos días, ¿quieres un café?
Me enseñó la taza y no pude evitar arrugar el entrecejo cuando la levantó.
—¿Café solo? ¿Desde cuándo tomas café solo? ¡Si lo odias! —me extrañé.
—Ufff —bufó, y después comenzó a soplarlo.
—Anoche estuviste de juerga —evidencié.
—Sí. —Sonrió—. Kylian me invitó a cenar, y después nos dieron las mil y pico tomándonos una copa. —Movió su cucharilla con nerviosismo, observando su contenido. Me crucé de brazos en silencio, esperando a que alzase su rostro y me mirase. Al hacerlo, frunció el ceño al no saber el motivo de mi inspección—. ¿Qué pasa?
—Susan… —Resoplé y tiré de la silla hacia atrás para sentarme frente a ella—. Sabes que estás jugando con fuego, ¿verdad?
—¡Y dale! ¡Que yo no estoy jugando a nada!
—No me vengas con tonterías. No me trago tus cuentos, y lo sabes. ¿Cuánto va a durarte el tonteo con Kylian? —La señalé.
Desde que abrí la agencia y ella entró a trabajar, el trato que creamos fue increíble, dando paso a una amistad verdadera, y lo que menos quería era que sufriese por amor. De eso, yo sabía un poco.
—Enma —dejó su café y extendió su mano en mi dirección para tocarme—, te juro que no nos hemos acostado. —Negó con la cabeza, intentando apartar ese pensamiento de su mente—. ¡Es que no nos hemos ni besado! Tenemos una buena relación: quedamos, nos contamos nuestras cosas y después cada uno se marcha a su casa —terminó con hastío.
Asentí sin convencimiento, para después descruzar mis brazos y apuntarla con el dedo.
—Muy bien. Pero que sepas que el problema no está en acostarse o no con alguien, sino en que sé que tus sentimientos hacia él son diferentes, aunque no lo admitas. Y recuerda —volví a señalarla con más énfasis y me levanté de la silla para marcharme a mi despacho— que lleva tu misma sangre.
—No del todo… —murmuró, intentando que no la oyese cuando me giré.
Me di la vuelta y la fulminé de un solo vistazo.
—¡Es tu hermanastro! —Elevé los brazos al techo.
Ella rio y negó con la cabeza a la vez.
—Lo sé, por eso mismo no debes preocuparte. No ocurrirá nada.
Asentí. Sin embargo, en el fondo sabía que el día menos pensado se buscaría un buen lío; o, mejor dicho, se buscarían. Porque cuando ella no lo llamaba, lo hacía él.
—Aquí tienes todos los papeles del viaje. El recorrido es por Italia. Espero que lo pases bien. —Sonrió.
Los ojeé de uno en uno.
—¿Sabemos cuánta gente va? —me interesé.
—Sí, sobre unas dos mil personas.
—O sea, que va vacío relativamente.
—Casi.