Mi obsesión. Angy Skay
codos encima de la mesa y me miró con intensidad.
—¿Por qué no trabajas conmigo?
—Ya tengo trabajo —le contesté, y le pegué un sorbo a mi copa de vino.
—Eso ya lo sé. Me refiero al motivo por el cual no me has llamado para concertar mis cruceros.
Dejé la copa en la mesa, notando cómo se me iba un color y me venía otro. Nadie tenía constancia de mi pequeña agencia, por eso mismo no trabajaba con ninguna persona con la que lo hubiese hecho con anterioridad.
—¿Cómo…? —Casi me atraganté.
—¿Qué haces aquí, Enma?
Miró a su alrededor con una sonrisa de oreja a oreja y, con dos de sus dedos, señaló la estancia. Me había pillado.
—Viajar. Obvio.
—Sabes que esto es una comprobación preliminar de las instalaciones, ¿no?
«Detalle que habías pasado por alto», me dijo mi mente.
—¿Y? A veces invitan a personas que no tienen nada que ver con el mundillo. Eso también lo sabes. Tú mismo lo haces con las promociones —disimulé, y le di otro sorbo a mi copa.
—A este tipo de viajes no suelen invitar a personas que no tengan nada que ver, Enma. Ni promociones ni sorteos ni pollas.
Aguanté la risilla que a punto estuvo de salirme por su tono.
—Algunas veces sí, y lo sabes. No sé a qué viene tanta tontería.
Dejé mi copa en la mesa y lo miré fijamente, sin titubear y segura de poder salir de aquella trampa mortal. Me observó juguetón al ver mi gesto, pues sabía que estaba engañándolo. El juego terminó cuando añadió:
—¿Pensabas que era un secreto que tenías una agencia de viajes desde hace un año y medio? —Alzó una ceja con interés.
—¿Y cómo sabes eso? —Puse mi habitual gesto de confusión: juntar mis manos en mi regazo acompañado de un rostro sorprendido; aunque, esa vez, enfurruñado más bien.
—¡Todos lo sabemos! O por lo menos todos los que trabajamos de vez en cuando con Warren.
El cuerpo me dio una fuerte sacudida que por suerte pude controlar.
—¿Que… qué? —Puso cara de no entender qué era lo que le preguntaba, así que opté por dejarme de tonterías y continué; a fin de cuentas, me había pillado—: No te llamé porque quería empezar de nuevo, y tampoco iba a usar los contactos de Waris Luk para mi beneficio. Eso sería una desfachatez por mi parte después de llevar ocho años allí —me excusé.
—¡Vamos, Enma! Todo el mundo sabe que cuando te marchas de un trabajo, y más si montas una agencia de viajes, ¡usas los contactos que tengas! —evidenció con una mueca graciosa—. Y tú más, que eras la que hablabas con todos los gerentes constantemente para cerrar los acuerdos.
Tragué saliva, intentando canalizar el nudo que estaba creándose con lentitud en mi garganta, sin dejarme respirar, asfixiándome.
—¿Y tú…? ¿Cómo…? —titubeé, temiendo la respuesta.
—No es malo que hayas querido forjar un futuro de manera independiente. Warren es un capullo, eso lo sabemos todos.
Ni por asomo se imaginaba cuánto.
Luke nunca estuvo al tanto de nuestra supuesta «relación». En realidad, nadie lo supo. Por parte de los dos fuimos lo más discretos que pudimos, y creí que, hasta entonces, nadie sospechaba. La discreción fue esencial y nadie fue consciente de lo contrario. Lo que sí sabía era que Luke tenía un trato especial con Edgar y eran íntimos amigos desde hacía muchísimos años, aunque en los negocios siguieran siendo rivales.
—No es eso. Es que no sé cómo te has enterado estando tan lejos y siendo una agencia tan pequeña y poco llamativa. Me ha sorprendido, nada más.
Traté de no darle importancia al tema.
—Pues muy sencillo. —Le presté suma atención—. El día de tu desaparición y tras esa carta de despedida que le dejaste a tu exjefe sobre la mesa, comenzó un reto personal para el señor Warren. —Esas palabras me alteraron, y se me notó—. Comenzó a buscarte hasta debajo de las piedras, incluso me pidió que si sabía de tu paradero lo avisara. Pero, obviamente, no le hizo falta. Ya sabes que él tiene su propia liga de contactos.
—¿Y… se supone que me encontró?
—¡Claro que te encontró!, ¡por Dios, Enma! ¿Acaso se le escapa algo de las manos? No sé ni cómo me haces esa pregunta. Edgar tiene oídos en el mundo entero.
No podía creérmelo…
Todo ese tiempo había sabido dónde estaba, que tenía mi propia agencia de viajes, y jamás de los jamases vino a por mí. ¿Y yo con una preocupación que me asfixiaba?
—En cuanto inauguraste, lo llamaron. Tiene amigos, o enemigos, llámalo como quieras, por todos sitios. Y eso también lo sabes.
—¿Te dijo algo? —le pregunté ansiosa.
—¡Qué va! Me enteraba a retazos de las cosas, pero lo hacía. Dos días después de que te marcharas, fui a su despacho para ofrecerle un nuevo trato, y al no verte, me extrañé. —Se echó hacia atrás en la silla, como si el tema que estábamos tratando no tuviese importancia—. Si te digo la verdad, nunca lo había visto tan desquiciado. —Intenté no abrir mis ojos más de la cuenta por la impresión que en ese instante sentía. «Lo sabía… Sabía dónde estabas y no te buscó… Estúpida»—. He de decir que le ha costado bastante que otra persona ocupe tu puesto. No era lo mismo, y tampoco daba pie con bola a la hora de cerrar los acuerdos, por lo menos los primeros días. Pero al final imagino que terminó acostumbrándose. —Hizo un gesto de indiferencia.
—¿Es alguien que ya trabajaba en Waris Luk?
—Para no querer saber nada, estás preguntona —bromeó.
Negué con la cabeza e instalé una falsa sonrisa en mis labios, restándole importancia.
—Creo que se llama David, si no recuerdo mal. —Hizo un gesto como de pensar—. Sí, David era. Ya se ha acostumbrado, pero al principio tenía a Warren desquiciado. No sabes cómo gritaba y se enfadaba cuando las cosas salían mal.
Pues sí, sí que lo sabía, aunque no se lo diría a él. Conocía de sobra el carácter que Edgar manejaba en los negocios, y algunas veces era tan exigente que daba miedo llevarle la contraria, indistintamente de que a mí eso no me amilanaba cuando tenía que decirle dónde estaba fallando.
—No he tenido contacto con nadie, como te decía —traté de cambiar el foco de la conversación—, por eso mismo no sabía nada. He estado trabajando con compañías más pequeñas. Mi agencia no es que sea famosísima, pero funcionamos bien.
—También lo sé. —En ese momento, sí que tuve que abrir los ojos, tanto como el plato que tenía frente a mí—. Edgar lo tiene todo muy controlado. —Se rio—. Volviendo al tema de antes, si quisieras trabajar para mi compañía, estaría dispuesto a enfrentarme al mayor enemigo del mercado —terminó con una sonrisa risueña.
—Estoy bien ahora, pero gracias por la propuesta. Lo meditaré.
El camarero terminó de servirnos la comanda y ambos nos sumimos en la comida; eso sí, sin dejar de hablar.
—He de reconocer que esta vez don Lincón —comentó con retintín, refiriéndose al dueño del transatlántico— se ha superado con todo esto. —Señaló el restaurante con el tenedor en la mano haciendo círculos, y lo observé confundida.
—¿A qué te refieres?
Me miró sin entenderme.
—Enma, estás un poco espesa hoy. Lincón y Warren son socios. Todo esto es de los dos. Se unieron para el proyecto hace cosa