Mi obsesión. Angy Skay

Mi obsesión - Angy Skay


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sujetó mi mano con firmeza. Contemplé su piel tocando la mía, aferrándose a mi muñeca. Acto seguido, Luke llegó como una salvación, aunque eso no quitó que una extraña conexión nos invadiera. No solo a mí, sino a los dos. Me observó con tanta intensidad que por muy poco no me desmayé. Nos observó con cara interrogante. Edgar no apartó sus ojos de mí de aquella manera que lo caracterizaba tanto y que me ponía la piel de gallina. Su mano fue aflojando la presión que ejercía hasta dejar la mía libre y, tratando de olvidarme de aquel breve contacto, moví mi muñeca.

      —Eeeh…, ¿interrumpo? —nos preguntó Luke, pensativo.

      —No —le respondí con demasiado énfasis.

      Edgar lo hizo al unísono, solapando mi respuesta:

      —Sí.

      Intenté tranquilizar mis nervios buscando esa paz interior que todos tenemos en algún sitio, la misma que yo no encontraba, hasta que escuché a Luke hablar:

      —Si queréis, os espero fuera y ahora nos ve…

      Lo corté a toda prisa sin darle tiempo a terminar, poniendo una mano en su brazo:

      —No, ya nos íbamos.

      Pasé por delante de él a la carrera, subiendo los escalones con dificultad pero con premura para llegar la primera a la salida. Una vez que lo conseguí, separé a la gente que estaba en medio impidiéndome avanzar, pues notaba que Edgar me pisaba los talones.

      —¡¡Enma!!

      Me giré al escuchar la voz de Luke, situado al lado de mi maldita pesadilla. Respiré siete veces seguidas antes de acercarme a él, que me observaba como si hubiese perdido la cabeza.

      —¿Adónde vas? —Sonrió—. El restaurante está por allí. Desde luego, en este viaje estás sembrada. Los dos años apartada de la civilización te han pasado factura —bromeó.

      Pero yo no me reí. No me hizo ni puta gracia.

      Y a Edgar tampoco.

      Asentí sin mirar a la persona que acompañaba a Luke, pues, sin hacerlo, intuía que sus ojos estaban fijos en mí; en mis gestos, en mis excusas baratas. Y lo que más me jodía era saber que era consciente de lo que me provocaba cuando lo tenía cerca. Y lo hacía aposta.

      —Perdona. Con tanta gente, me agobio —me excusé.

      Iban a ser los siete días en los que más excusas diría.

      —No pasa nada. ¿Vienes entonces? ¿O tampoco tienes hambre?

      Alzó una ceja y creí que moriría. Después extendió un poco su brazo izquierdo con caballerosidad para que pudiera introducir el mío por el hueco e ir cogida a él. Acepté, y comprobé de reojo cómo a Edgar estaban a punto de saltarle todos los dientes por la manera en la que apretaba la mandíbula.

      —Señor Lincón —lo saludó Luke con un fuerte apretón de manos.

      —Hola, Luke, ¿cómo estás? Me alegro mucho de verte por aquí, tan bien acompañado. —Sonrió en mi dirección—. Señorita. —Hizo una inclinación de cabeza. Luego, cogió mi mano y depositó un beso en ella. Lo miré con una sonrisa forzada y me imitó el gesto con entusiasmo—. Después de cenar, si queréis, podéis venir conmigo y os enseño el barco a fondo. Así no os perderéis ningún detalle.

      —Oh, eso sería fantástico —añadí con sarcasmo, sin pretenderlo.

      Luke me dio un pequeño codazo sin que lo notase nadie, excepto Edgar, que estaba detrás y al que dudaba mucho que se le hubiese escapado ese detalle. Era de esas personas que aunque estuviese en cuatro conversaciones se enteraba de todas.

      —Pues no se hable más, ¿verdad, Warren?

      Luke se volvió en su dirección, y al hacerlo, como estaba cogida de su brazo, también me vi obligada a girar, lo que provocó que casi chocara con el impactante cuerpo de Edgar, quien, alterado, respiró con dificultad debido a ese simple roce. Mis manos comenzaban a temblar al haberme quedado codo con codo junto al hombre que tanto tiempo robó mis sueños. Por otro lado, Lincón esperaba una respuesta que no llegaba. Tampoco apartaba su mirada de mí.

      —¿Warren? —lo llamó.

      Sus cristalinos ojos me atravesaron hasta lo más hondo de mi ser, y fue entonces, después del segundo toque de atención, cuando los posó sobre su socio y asintió con desagrado. Seguidamente, dio media vuelta y se marchó, perdiéndose entre la multitud. Pude respirar con tranquilidad, la misma que se esfumó como el viento en el instante en el que los ojos de Luke cayeron sobre mí.

      —Este hombre y su carácter endemoniado. —Lincón rio.

      —Sí, Edgar siempre ha tenido ese pequeño defecto —secundó Luke, sin quitarme la vista de encima.

      —O virtud, depende de cómo se mire.

      El señor Lincón le guiñó un ojo, se despidió de nosotros con la mano y se alejó para hablar con el resto de las personas que lo esperaban. En silencio, nos dirigimos hacia la planta del restaurante, donde por ser la cena de gala y en honor a que al día siguiente atracaríamos en puerto italiano, había montones y montones de pasta en las bandejas. Me senté en la silla y cuatro personas que no conocía lo hicieron a nuestro lado en la mesa que escogimos, porque no había ninguna vacía para dos. Luke se levantó el primero para servirse y yo fui tras él a coger un plato. Contempló por encima todas las bandejas plateadas que había sobre la encimera, sin saber muy bien qué elegir.

      —El risotto está de escándalo —me informó.

      —Gracias por la recomendación, pero creo que cogeré algo de pasta.

      —Tú misma, pues. —Sonrió y se llenó el plato de arroz.

      Avancé por el pasillo contrario y esperé en la cola de la multitud de personas que intentaba llenarse los platos de comida. El hombre que había delante de mí se apartó con una sonrisa para dejarme paso. Cuando fui a coger el cucharón para servirme, una mano se colocó sobre la mía.

      —Perdón —le dije sin saber de quién se trataba. Levanté la vista y me encontré con el chico que en ese instante ocupaba el que fue mi puesto—. ¿David?

      —Sí, ¿te conozco?

      El muchacho era muy joven, y me compadecí de él. Tenía toda la pinta de ser noble, y comparado con lo tirano que podía llegar a ser Edgar cuando se lo proponía, no podía hacerme a la idea de cómo había aguantado en el trabajo más de dos días.

      —Soy Enma —me presenté, y le extendí mi mano—. La que estaba antes en tu puesto de Waris Luk, hace dos años.

      —¡Oh, ya sé quién eres! —Dejó su plato sobre la encimera para estrechar mi mano con fuerza—. No te conocía en persona, pero casi te cojo hasta manía —me confesó con una tímida sonrisa.

      —¿Y puedo preguntar por qué?

      —Bueno, no es por nada. A ver, que… —balbuceó. Yo lo miré de forma interrogante—. Es que… No sabes lo que es que tu jefe esté constantemente con Enma en la boca.

      Alcé una ceja por la sorpresa.

      —¿Edgar está con mi nombre en la boca siempre? —le pregunté con incredulidad.

      —¿Edgar? —Me observó—. ¡Ah, el señor Warren! Jamás se me ha ocurrido tutearlo, perdona mi torpeza.

      —No te preocupes. Y espero no haberte causado muchos problemas.

      La señora que esperaba detrás carraspeó, indicándonos que nos moviésemos para hablar en otro sitio o que cogiésemos la santa comida y nos fuésemos a nuestra mesa. David rio por lo bajo e imité su gesto. Nos servimos y avanzamos cada uno hasta nuestras mesas; en concreto, él donde se encontraba su dichoso jefe y yo a la mía con Luke.

      —Hablaremos en otro momento si quieres —le dije antes de sentarme.

      —Sí,


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