Mi obsesión. Angy Skay
la cama, hasta que di con el vestido de color verde oliva que había escogido para la ocasión. Entré en el baño con rapidez para darme una ducha y me arreglé el pelo. Cuando estaba terminando de maquillarme, contemplé la hora: me quedaban quince minutos. A toda prisa, metí mis pies por el bajo del vestido y me lo subí hasta arriba. Sin embargo, ¿qué pasa cuando no llegas a la cremallera? Pues que la cagas.
Me calcé los tacones y cogí el bolso de mano antes de salir. Al abrir, me encontré a un radiante Luke con un traje de chaqueta negro y su pajarita a juego. Sonreí al ver lo elegante que iba, y él hizo lo mismo silbando con descaro.
—Si tu marido te escuchase… —dije con media sonrisa.
—Me divorcié hace un año.
Mi cara de asombro no pasó desapercibida para él.
—Ah…
—Tranquila —se rio—, lo tengo más que superado. Era un cretino.
Vaya… El mundo estaba lleno de ellos, por lo que se veía. Me giré con urgencia para indicarle con mi mano la cremallera y de esa manera echar al olvido la metedura de pata que creí haber tenido.
—¿Me la subes, por favor?
—Claro.
Se puso manos a la obra, y antes de lo esperado, tenía el vestido ceñido a mi cuerpo. Bajamos por las escaleras hasta llegar a la cubierta donde se encontraba el gran escenario de espectáculos y desde el que en unos minutos saldría la tripulación al completo, dando paso al discurso del capitán.
—Mi amigo Dexter ha sufrido un desengaño hace poco también. Espero que lo hayas podido superar mejor que él.
Hacía cosa de seis meses, Dexter, el amigo de Katrina y mío, se encontró al que era su amor platónico pegándosela con una mujer, nada más y nada menos. El pobre se hundió de tal manera que Katrina y yo tuvimos que acogerlo cada una un mes en casa.
—No fue nada que no esperara. Estaba dedicándose a robarme todo lo que podía para dárselo a su otra pareja —me miró e hizo una mueca de disgusto—, pero nada que no pudiera resolverse con una buena demanda.
Solté un suspiro cuando dijo lo último.
Antes de entrar en la gran estancia, nos sacaron otra foto. Sujeté uno de los cócteles que los camareros servían y me senté en una de las butacas de la séptima fila. La poca luz que las iluminaba me hacía imposible ver quién había en la sala. Alisé mi vestido cuando mi trasero tocó la suave tela aterciopelada del butacón mientras contemplaba el enorme escenario que tenía delante. Las pequeñas luces de neón brillaban en exceso y las figuras de las personas que ya estaban en la sala iban de un lado a otro, riendo, bebiendo, hablando, pero yo sentía un nudo en el estómago difícil de digerir.
—Ah, mira. —Me señaló a alguien dos filas más abajo—. Ese de allí es David, el que te comentaba antes que ocupa ahora tu puesto en Waris Luk.
—¿Y Edgar?
Me observó alzando una ceja. No tenía claro si él era consciente de algo, pero sí sabía que de tonto no tenía ni un pelo, y tarde o temprano se daría cuenta de muchas cosas.
«Siete días».
Eran siete días.
—Si no te conociera, te diría que me ha dado la impresión de que has salido corriendo por él.
Y allí estaba el gran adivino de Luke. Aunque también debía decir que mis gestos desquiciados no dejaban lugar a dudas. Mentalmente, me pedí tranquilizarme como fuese. Estaba dando demasiado la nota. Se rio, y yo lo acompañé para que no se diera cuenta de que era verdad. ¡Claro que era verdad!
—No lo he visto todavía —mentí—. ¿Y Morgana? —le pregunté por su mujer, aunque me repatease hacerlo. Era la única forma de despistar.
—Ah, no, ella no ha venido. Nunca la trae a estas cosas. Ya sabes cómo es de reservado.
Lo dijo con ironía, haciendo dos cuernos con su mano. Si él supiera…
Enfoqué mi atención en el público en cuanto el presentador anunció que el capitán y la tripulación saldrían al escenario. Minutos después, una hilera de personas con sus trajes de gala descendió las escaleras hasta llegar al escenario, donde se juntaron. El capitán tomó el poder del micrófono, dándonos las gracias por aceptar el viaje, y todos los asistentes aplaudieron efusivos. Luke me pidió un segundo con la mano y vi cómo bajaba agachado, para no quitarle la visión al resto del público, hacia la fila cercana que me había señalado cuando entramos. Se sentó junto a una mujer que no conocía y empezaron una conversación.
Tomé un sorbo de mi cóctel mientras le prestaba suma atención al capitán. Justo a mi lado, escuché una voz ronca, sexy y tan varonil que te deshacía solo con oírla:
—Tu finiquito sigue en el cajón de mi despacho.
Con lentitud, me quité la copa de los labios, intentando que el pulso no me temblara. Noté mis piernas convirtiéndose en gelatina, subidas a esos dos grandes andamios, los cuales odié en ese instante por habérmelos puesto; con ellos era imposible salir corriendo. Mi cuerpo se tensó al contemplar de reojo que me observaba con fijación.
—No lo quiero. Puedes quedártelo —le contesté, recuperando la voz.
Seguí con la vista fija en el escenario, ignorándolo, haciendo como que no estaba, y escuché un fuerte suspiro salir de su nariz. Quizá parezca una tontería, pero cuando tienes al lado al hombre por el que has bebido los vientos durante tanto tiempo, es difícil poder controlar las sensaciones extrañas que recorren tus entrañas sin ningún permiso. Traté con todas mis fuerzas de no mirarlo, sintiendo que mi corazón desbocado quería salir por mi garganta. Su perfume se coló de lleno por mis fosas nasales, mareándome.
—¿Por qué? —me preguntó de repente tras un breve silencio.
Comenzó a temblarme el brazo de lo histérica que estaba poniéndome. De forma alternada, lo miré de reojo a él y a la salida, la cual, ¡maldita fuera, se encontraba muy lejos! Suspiré con fuerza antes de preguntarle, haciéndome la tonta:
—¿Por qué qué?
Se revolvió incómodo en su asiento. Para poder mirarme a la cara, incorporó su llamativo cuerpo hacia delante, provocando que su chaqueta y su camisa se tensaran y dejaran ver los perfectos músculos bajo la tela. Tuve la intención de cerrar los ojos. Recé para desmayarme allí mismo, para que me despertase al día siguiente en mi habitación sola y poder pensar que aquello había sido un sueño, pero no. Su excitante voz volvió a sonar, esa vez con más fuerza:
—Enma, mírame —me ordenó.
—Estoy viendo el…
No me dejó terminar de hablar, como acostumbraba a hacer:
—Me importa una mierda que estés viendo el discurso. ¡Mírame, joder! —me exigió.
Giré mi rostro con lentitud cuando la gente comenzó a aplaudir. El tiempo se detuvo. Se detuvo al fijarme en aquellos ojos cristalinos que echaban fuego. Debido a la poca luz que iluminaba la sala, aprecié cómo brillaban más de la cuenta tratando de descifrar alguna parte de mí, de meterse en mi cabeza. Deslicé los míos hasta sus labios, su mentón perfilado, su cuerpo tan tenso a punto de reventar el traje… Sentí cómo mi pecho se movía de forma inquietante porque no conseguía tranquilizarlo. Colocó dos de sus dedos en aquel arrebatador mentón y los pasó con pausa por su incipiente barba. Llevaba su oscuro cabello hacia atrás; un poco más largo de lo que recordaba, pero muy poco. El aspecto que mostraba, de tipo temible e implacable, me resecó la garganta. Su aroma, ese tan fuerte, tan apasionante, tan elegante, volvió a atravesar de pleno mis fosas nasales, dejándome aturdida durante unos segundos.
—¿Qué? —le pregunté altiva, tratando de sostener mi mentón todo lo alto que pude.
—¿Por qué cojones me abandonaste? —rugió como un animal.
Abrí