El oficio del sociólogo en Uruguay en tiempos de cambio. Miguel Serna

El oficio del sociólogo en Uruguay en tiempos de cambio - Miguel Serna


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el razonamiento sobre el Estado social.

      Nuestra investigación arranca al constatar que la vida es más compleja de lo que la simplificación operada sobre la cuestión social a través de la noción de pobreza deja parecer. Una observación, por cierto, que puede ser considerada tan simplista como boba. ¿Llegar hasta aquí para afirmar que aquello que simplificamos es menos complejo que lo que acabamos de simplificar? Sin embargo, no nos olvidaremos de aquella observación de Marx cuando decía que si el mundo fuese como aparenta ser, la ciencia no sería necesaria. La ciencia es necesaria porque el mundo no es lo que parece. En ese sentido, consideramos que la restitución de una parte de esa complejidad perdida es necesaria hoy porque, tal como fue operada, la simplificación de la línea de la pobreza nos deja en la encerrona de una coyuntura política ciertamente peligrosa. Nuestro propósito ha sido describir el mundo, narrar la vida, captar el acontecimiento, colocar lado a lado las temporalidades sociales, institucionales y políticas, recorrer las continuidades y saltar junto con el lector por encima de las discontinuidades, sean estas espaciales o temporales.

      La sociología que proponemos opera una triple exigencia metodológica, una triple contrainte hubiera dicho si me expresara en francés, para insistir sobre el límite, la obligación, el carácter material de la exigencia. Las tres patas de esa exigencia metodológica son la descripción de tipo etnográfica, la teorización crítica de lo observado antes, durante y después de la observación, y luego un importante esfuerzo de sociología narrativa, una atenta y vigilada escritura. Esa triple exigencia metodológica está destinada a proteger al sociólogo de dos riesgos que acechan a todo trabajo de tipo etnográfico. El primero de esos riesgos se advierte al recordar el mal que afecta a Funes, el memorioso de Jorge Luis Borges. Se recordará que Funes había perdido la capacidad de olvidar y que como no podía dejar de pensar ningún detalle de aquel mundo que lo rodeaba, porque lo percibía todo y lo pensaba todo, estaba inmóvil y postrado en una cama. Entonces, ¿cómo ir a la descripción etnográfica sin simplificar la vida social, sin dejar nada de lado? La sociología que proponemos en cierta medida juega con trampa, porque nosotros le pedimos restituir una complejidad sobre la que hemos ya operado una simplificación o una elección de aquellas aristas por las que transitaremos.

      El segundo riesgo es el del voyeur, que es la peor de las tentaciones que acechan al sociólogo que se aventura por el trabajo de campo, sobre todo cuando dedica su esfuerzo a describir el mundo de las clases populares. Ese peligro consiste en considerar la vida de las clases populares como si fuese un mundo alejado, exótico; como procedían los viejos antropólogos cuando salían de Europa para observar un mundo extraño, observar lo que allí pasaba y volver al centro del mundo para narrarlo a sus coterráneos y a sus contemporáneos. Un riesgo ya observado por Clifford Geertz cuando dice que el antropólogo escribe aquí, para sus pares universitarios, lo que fue a observar allá, lejos. El riesgo es que el sociólogo venga a conquistar galardones contándole a sus pares de clase media cómo viven los pobres. Hay que protegerse de ese voyeurisme. Y para ello hay que captar desde la observación y trabajar en la escritura aquello que conecta a las clases populares con el resto de la sociedad, lo que liga a unos grupos sociales con otros y que permite comprender que la vida de unos depende de la de los otros. Los ricos son ricos por su capacidad de mantener a los pobres viviendo con poco dinero. Más profundamente, es necesario conectar aquello que observamos en el taller y en la fábrica, en el barrio y en la casa de las personas, en la cancha de fútbol y en el bar, en las interacciones de la vida cotidiana, en los discursos, en esos momentos de la vida ordinarios o excepcionales, con las relaciones sociales que producen esa vida que estamos observando primero y describiendo luego al escribir. De lo contrario, corremos el riesgo de creer que ese mundo es independiente del resto, que es como una civilización independiente, como una cultura con sus propias leyes. Allí interviene de modo crucial la exigencia de una escritura vigilante.

      Es por ello que nuestro trabajo no admite síntesis, lo que se traduce en una cuarta exigencia que se dirige al lector. No se puede resumir a Balzac, hay que leer entera La comédie humaine. Hay que leer cada una de las novelas de la primera palabra hasta la última. Si alguien nos cuenta la historia, no podemos vivir la experiencia de la narración y acceder así a la inteligibilidad del mundo social que esta propone.

      Es por ello que voy a permitirme incluir aquí tres cortos pasajes de nuestro texto, buscando que se entienda por qué esta sociología necesita de un lector que acepte frotarse con el texto y que lo haga con cierta lentitud. Se trata de volver accesible aquello que se encuentra escondido o tapado detrás de la línea de la pobreza. Todo aquello de lo que dejamos de hablar porque es más fácil entenderse observando la evolución de la curva de la pobreza.

      El primero fue escrito para intentar hacer visible la importancia de los lazos de parentesco en ese espacio social de los barrios populares que se engarzan en el eje 8 de Octubre-Camino Maldonado, saliendo de Montevideo hacia el noreste, y que constituyen el blanco social de las políticas sociales del Mides. Esos lazos de parentesco estructuran la inscripción territorial de las clases populares y los lazos de solidaridad que son uno de los principales soportes de la vida allí. Al mismo tiempo, con este pasaje intentamos advertir al lector sobre el riesgo que las rupturas de esos lazos de parentesco (que son más complejos que una relación de pareja) hacen correr a las clases populares y que de hecho las amenazan desde siempre. Una de las características de las clases populares es que sufren la inestabilidad y la inseguridad que atraviesan la vida familiar. Y producir condiciones de seguridad social no es lo mismo que redistribuir ingreso para pasar del lado de arriba de la línea de la pobreza.

      La inestabilidad familiar ha sido una de las fuentes de sufrimiento de las clases populares desde que el capitalismo produjera el desarraigo de los grupos más desfavorecidos en la Europa del Antiguo Régimen y antes de que el desarrollo del Estado social pudiera ofrecerles, ya entrado el siglo XX, alternativas de integración y de seguridad social. Es seguramente por ello que numerosos partidos y organizaciones sociales de la clase obrera se opusieron con fuerza a los proyectos de legalización del divorcio durante mucho tiempo. En un contexto de inseguridad social, la ruptura de la alianza matrimonial puede acentuar la precariedad e, incluso, convertirse en una importante fuente de riesgo. Y ella conduce frecuentemente a la distensión e incluso al quiebre de las relaciones entre padres e hijos. Se abre allí una problemática de inestabilidad que corroe los lazos de solidaridad. Lo que la ruptura pone en juego es mucho. ¿Cómo intervienen en esa problemática los diversos dispositivos del Estado?

      Gracias a Lilián, a quien conocimos en el barrio Nueva España, beneficiaria de Cercanías y del Plan Juntos, conocimos a Andrés en casa de Fernando. La “casa” de este era una pieza de alrededor de 6 metros cuadrados, con un patiecito algo más estrecho, al borde de una zanja pestilente. El pasaje donde se encuentra permite entrar al barrio desde Camino Delfín, que sirve de frontera y conduce, luego de tres cuartos de hora de marcha por calles de tierra, balastro y asfalto, hasta Punta de Rieles. Del otro lado de la calle, un amplio criadero de chanchos se extiende como un oloroso chiquero de una hectárea de lodazal. Dentro de la casita, una sola cama contra la esquina del fondo y una improvisada cocina en la esquina opuesta, cerca de la puerta de madera. El techo de chapa de zinc protege seguramente de la lluvia pero difícilmente del frío de ese mes de julio de 2018 en que los encontramos, y seguramente tampoco del calor cuando el sol del verano descarga su potencia sobre la chapa, aunque acá abajo sea más fresco que allá arriba, nos explica Fernando. Habíamos concertado una entrevista con él, que nos esperaba a la entrada del barrio, unos 200 metros antes. Pero al llegar con Fernando a su casa nos encontramos con que allí estaba también Andrés, su hermano. Y a los pocos minutos se sumó Valentina, cuñada de ambos, que vive dos casas más allá. Conversamos largamente aquella tarde con aquellos tres treintañeros. La familia estaba fuertemente sacudida pues unos días antes Andrés había sido expulsado de su propia casa por Cecilia, su excompañera y madre de sus dos hijas.


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