Días de magia, noches de guerra. Clive Barker

Días de magia, noches de guerra - Clive Barker


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manera.

      —¡Jassassakya -th um!

      —¡Jassassakya -thiim!

      —¡Jassassakya -th Um!

      —¿Qué… has… hecho…, chiquilla? —dijo Kud.

      Candy no lo sabía. Malingo, por lo contrario, sí.

      —Ha pronunciado una Palabra de Poder —dijo.

      —¿Ah, sí? —contestó Candy—. Es decir, sí. Eso es lo que he hecho.

      —¿Magia? —dijo Kud. Empezó a alejarse de ella, y el martillo se le resbaló de los dedos—. Sabía que había algo en ti desde el principio. ¡Eres una bruja! ¡Eso es lo que eres! ¡Una bruja!

      Mientras aumentaba el pánico del zethek, también lo hacían las reverberaciones. Con cada repetición ganaban fuerza.

      ¡Jassassakyath um!

      ¡Jassassakya -th Um!

      ¡Jassassa kya -thiim!

      —Creo que deberías salid de aquí ya —Malingo le gritó a Candy mientras crecía el estruendo.

      —¿Qué?

      —He dicho: ¡fuera! ¡Sal!

      Mientras hablaba avanzó a trompicones hacia ella entre los peces, que también vibraban con el ritmo de las palabras. Los zetheks no le estaban prestando atención, y Candy tampoco. Estaban sufriendo por los efectos de las palabras. Se estaban cubriendo los oídos con las manos, como si tuvieran miedo de que les dejara sordos, y quizá lo estaba haciendo.

      —Este no es un lugar seguro para quedarse —dijo Malingo cuando llegó al lado de Candy.

      Ella asintió. Estaba empezando a sentir la influencia angustiante de las vibraciones. Galatea estaba allí para subirla a la cubierta. Entonces ambas chicas se volvieron para ayudar a Malingo, alargando el brazo para agarrar sus largos brazos. Candy contó:

      —Uno, dos, tres.

      Y tiraron de él a la vez y le levantaron con una facilidad sorprendente.

      La escena dentro de la bodega se había vuelto surrealista. La Palabra hacía vibrar la captura de forma tan violenta que parecía que los peces habían vuelto a la vida. En cuanto a los zethek, eran como tres moscas atrapadas en un frasco, impulsados de un lado a otro de la bodega, golpeándose contra las paredes. Parecía que habían olvidado todas sus posibilidades de escapar. La palabra les había vuelto locos, o estúpidos, o ambas cosas.

      Skebble estaba de pie al otro lado de la bodega. Señaló a Candy y gritó:

      —¡Haz que pare! ¡O vas a romper mi barco con las vibraciones!

      Tenía razón sobre lo del barco. Las vibraciones de la bodega se habían extendido por toda la embarcación. Las tablas se sacudían de forma tan violenta que saltaban los clavos, la cabina del timón, ya agrietada, se balanceaba de un lado a otro, el cordaje vibraba como cuerdas de una guitarra gigantesca; incluso el mástil se mecía.

      Candy miró a Malingo.

      —¿Ves? —dijo ella—. Si me hubieras enseñado algo de magia ahora sabría cómo detener esto.

      —Oye, espera —dijo Malingo—. ¿Dónde aprendiste esa palabra?

      —No la aprendí.

      —Tienes que haberla oído en alguna parte.

      —No. Lo juro. Simplemente apareció en mi garganta. No sé de dónde ha venido.

      —Si habéis terminado de hablar —voceó Skebble por encima del estruendo—, mi barco…

      —¡Sí! —contestó Candy—. ¡Lo sé, lo sé!

      —¡Inhálala! —dijo Malingo.

      —¿Qué?

      —¡La Palabra! ¡Inhala la Palabra!

      —¿Inhalarla?

      —¡Haz lo que te dice! —gritó Galatea—. ¡Antes de que el barco naufrague!

      Ahora todo se sacudía al ritmo de la Palabra. No había ni un tablón ni una cuerda ni un gancho de proa a popa que no estuviera en movimiento. En la bodega, los tres zetheks todavía eran lanzados de un lado a otro, sollozando por clemencia.

      Candy cerró los ojos. Aunque pareciera extraño, podía ver la palabra que había pronunciado en su mente. Allí estaba, clara como el agua.

      Jass… assa… kya… thiim…

      Vació sus pulmones por los orificios nasales. Entonces, manteniendo sus ojos cerrados con fuerza, respiró profundamente.

      La palabra que había en su cabeza tembló. Después se quebró, y pareció volar en pedazos. ¿Era solo su imaginación o pudo sentir cómo volvía dentro de su garganta? Tragó con fuerza, y la palabra desapareció.

      La reacción fue instantánea. Las vibraciones se desvanecieron. Los tablones volvieron a su sitio, acribillados por clavos. El mástil dejó de mecerse de un lado a otro. Los peces detuvieron su retozo grotesco.

      Los zetheks se dieron cuenta rápidamente de que el ataque había acabado. Se destaponaron las orejas y sacudieron sus cabezas, como si quisieran volver a poner sus pensamientos en orden.

      —¡Vamos, hermanos! —dijo Nattum—. ¡Antes de que la bruja pruebe algún otro truco!

      No esperó a ver qué hacían sus hermanos ante su sugerencia.

      Empezó a batir las alas con furia y se alzó en el aire, tejiendo un curso en zigzag por el aire. Methis estaba a punto de seguirle; entonces se volvió hacia Kud.

      —¡Echemos a perder su captura!

      Skebble soltó un alarido de protesta.

      —¡No! —gritó—. ¡No!

      Ignoraron su queja. Las dos criaturas se agacharon sobre los peces, y el olor más repugnante que Candy había olido en su vida subió desde la bodega.

      —¿En serio?

      Malingo asintió gravemente.

      —¡La captura! ¡La captura! —gritaba Skebble—. ¡Oh, Dios, no! ¡No!

      Methis y Kud creían que eso era terriblemente entretenido. Habiendo hecho lo peor que podían, batieron sus alas y se marcharon.

      —¡Malditos! ¡Malditos! —chilló Skebble cuando pasaron volando.

      —Ese era pescado suficiente como para alimentar a toda la aldea por media estación —dijo Galatea con tristeza.

      —¿Y lo han envenenado? —preguntó Malingo.

      —¿Tú qué crees? Huele ese hedor. ¿Quién podría comerse algo que huele así?

      Kud se había refugiado ya entre las tinieblas, siguiendo a Nattum de vuelta a Gorgossium. Pero Methis estaba tan ocupado riéndose por lo que acababan de hacer que golpeó accidentalmente lo alto del mástil con su ala. Por un momento, luchó para recuperarse, pero perdió su potencia y cayó de nuevo hacia el Parroto Pattoro, golpeando el borde de la cabina del timón y rebotando sobre la cubierta, donde quedó inconsciente.

      Se produjo un momento de silencio y sorpresa para todos los que se encontraban sobre cubierta. La secuencia entera de acontecimientos —desde que Candy había pronunciado la Palabra hasta que Methis se había estrellado— había durado como mucho un par de minutos.

      Fue el viejo Mizzel quien rompió el silencio.

      —¿Charry? —dijo.

      —¿Sí?

      —Coge una cuerda. Y tú, Galatea, ayúdale. Atad esta carga de porquería.

      —¿Para qué?

      —¡Hacedlo! —dijo Mizzel—. ¡Y rápido, antes de que ese maldito se despierte!


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