Días de magia, noches de guerra. Clive Barker

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oído, Vol? ¡Deja de enfurruñarte! Habrá otros piojos igual de adorables allí.

      Dejando a los dos hombres mirándose el uno al otro, Carroña se adelantó hasta la proa de la barcaza. Durante su discusión, el estruendo nada melodioso de las Pirámides había cesado.

      Las «abejas» —o lo que fuera que hubiera estado provocando ese sonido— se había callado para poder escuchar el intercambio de palabras entre Vol y Shape.

      Ahora que los ocupantes de las Pirámides y sus visitantes guardaban silencio, todos ellos esperaban oír un sonido delator, todos ellos sabían que era solo cuestión de tiempo que se encontraran.

      La barcaza pasó por el lado del tramo de escaleras de piedra que conducían a la Gran Pirámide. La embarcación chocó contra la roca y, sin esperar a que los stitchlings la aseguraran, Carroña bajó de cubierta y comenzó a ascender por las escaleras, dejando a Mendelson Shape y a Leeman Vol atrás, quienes tuvieron que apresurarse para seguirlo.

      Capítulo 3

      El sacbrood

      Había supuesto mucha organización —y más de un pequeño soborno— organizar la visita de Carroña a las grandes Pirámides de Xuxux. Después de todo, eran lugares sagrados: las tumbas de Reyes y Reinas, Príncipes y Princesas; y en sus cámaras humildes, los sirvientes y animales que pertenecían a los poderosos. Los miembros fallecidos de la realeza habían dejado de ser enterrados allí hacía ya varias generaciones, puesto que las seis Pirámides estaban llenas de muertos y sus pertenencias.

      Pero las Pirámides seguían custodiadas meticulosamente por soldados que trabajaban en la Iglesia de Xuxux. Daban vueltas alrededor de las Pirámides en una flota de navíos decorados minuciosamente con insignias religiosas, y estaban armados con armas de fuego imponentes.

      Además tenían total libertad para usar su armamento para defender las Pirámides y los restos reales que contenían en su interior. Pero Carroña había ordenado que se interrumpiera la patrulla durante un tiempo para que su barcaza funeraria pudiera colarse, sin ser vista, por las escaleras que conducían a la Gran Pirámide.

      A medida que se acercaba a su destino, sin embargo, sus pensamientos no se centraban en las dificultades de la organización del viaje, ni tampoco en lo que había dentro de las Pirámides que abría la llave por la que se había tomado tantas molestias en recuperar. Se centraban en la chica cuya presencia en Abarat había acontecido porque había interrumpido accidentalmente al ladrón de la Llave y a su perseguidor. En otras palabras, en Candy Quackenbush.

      ¡Candy Quackenbush!

      «Incluso el nombre es ridículo», dijo para sí. ¿Por qué se obsesionaba con ella de ese modo? Ella estaba allí por una sucesión de casualidades, nada más. ¿Entonces por qué no podía sacarse su maldito nombre de la cabeza? Era una chica que venía de alguna ciudad perdida en el Más Allá, nada más. ¿Entonces por qué se le aparecía en sus pensamientos de ese modo? Y ¿por qué —cuando surgían pensamientos sobre ella— había otras imágenes que seguían a la suya? Imágenes que le molestaban profundamente; que le ponían enfermo y le avergonzaban. Imágenes de una Tarde luminosa en el Presente, y campanas sonando llenas de júbilo, y todas las flores, como por causa de algún acuerdo tácito entre la flora de la Hora, volviéndose blancas para una celebración de matrimonio…

      —Nauseabundo —se dijo a sí mismo mientras ascendía por las escaleras de la Pirámide—. No es nada. Nada.

      Shape oyó los murmullos de su amo.

      —¿Señor? —dijo—. ¿Se encuentra bien?

      Carroña volvió la mirada hacia su sirviente.

      —Tengo pesadillas, Shape —le contó Carroña—. Eso es todo. Pesadillas.

      —Pero ¿por qué, mi Señor? —dijo Shape—. Usted es el hombre más poderoso de Abarat. ¿Qué hay en este mundo que pueda perturbarle? Como usted ha dicho: no es nadie.

      —¿Cómo sabes de qué estaba hablando?

      —Simplemente he supuesto que se trataba de la chica. ¿Estaba equivocado?

      —No… —gruñó Carroña—. No te has equivocado.

      —Mater Motley seguramente se podría encargar de ella en su lugar —continuó Shape—, si usted no quiere. Quizá podría compartir sus miedos con ella, ¿no?

      —No tengo ningún deseo de compartir nada con esa mujer.

      —Pero, sin duda, Señor, se trata de su abuela. Ella le quiere.

      Carroña empezaba a sentirse irritado.

      —Mi abuela no quiere a nada ni a nadie excepto a sí misma —dijo.

      —Quizá si yo se lo explicara…

      —¿Explicar?

      —Sus sueños. Podría preparar algo que le ayudara a dormir.

      Con esto, Carroña soltó un sonido ronco de rabia y agarró a Shape por la tráquea, y se le acercó tanto que su cara se aplastó contra la superficie sudorosa del collar de Carroña. Las pesadillas que se deslizaban por el fluido al otro lado posaron la vista en él y golpearon sus hocicos brillantes contra el cristal.

      —Te lo advierto, Shape —dijo—. Si alguna vez le cuentas algo a mi abuela sobre mis pesadillas… tu vida se convertirá en una.

      Mendelson se apresuró a liberarse del control de su amo, empujando a Carroña con su pierna buena, mientras su pierna de madera se sacudió en el aire rítmicamente.

      —Yo le soy leal, Señor —sollozó Shape.

      A la misma velocidad en la que Carroña había levantado a Shape, soltó al hombre aterrorizado. Shape se cayó de sus manos como un saco lleno de piedras y quedó tumbado con las piernas extendidas sobre las escaleras, mientras su terror producía un olor inconfundible.

      —No te habría matado —comentó Carroña a la ligera.

      —Gracias… gracias… Príncipe —dijo Shape, sin dejar de mirar a su señor por el rabillo del ojo como si en cualquier momento tuviera que caer el golpe de gracia y su vida llegara a su fin sumariamente.

      —Ahora sigamos —dijo Carroña con una alegría quebradiza en su voz—. Deja que te muestre cuánta confianza tengo depositada en ti. ¡Levántate! ¡Levántate!

      Shape se puso en pie.

      —Voy a darte la Llave de las Pirámides —dijo Carroña—. Así tendrás el honor de abrir la puerta por mí.

      —¿La puerta?

      —La puerta.

      —¿Yo?

      —Tú.

      Shape parecía intranquilo con todo esto. Después de todo, ¿quién podía saber qué les esperaba al otro lado de la puerta? Pero difícilmente podía rechazar una invitación de su Príncipe. Especialmente cuando la llave estaba justo delante de él, reluciente y seductora.

      —Cógela —dijo Carroña.

      Shape miró por encima del hombro de Carroña a Leeman Vol, quien observaba la llave. La quería desesperadamente, según podía ver Shape. Si se hubiera atrevido, se la habría arrebatado a Carroña de la mano, habría ido corriendo hasta la puerta y la habría abierto, simplemente para decir que él había sido el primero en ver lo que les esperaba dentro.

      —Buena suerte —dijo Vol con amargura.

      Shape intentó esbozar una sonrisa —aunque fracasó— y después se dirigió hacia la puerta, inspiró profundamente y deslizó la llave dentro de la cerradura.

      —¿Ya? —le preguntó a Carroña.

      —La llave está en tu mano —contestó él—. Elige el momento que te vaya bien.

      Shape


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