Des/venturas de la frontera. Menara Guizardi
como un “transnacionalismo metodológico”: la tendencia a exagerar los flujos fronterizos, subrayando una perspectiva de-materializadora de las comunidades (Guizardi, 2017: 27; Guizardi, 2016b: 386). Lo anterior suele llevar a los investigadores a no reconocer que los Estados-nación (y los imaginarios nacionales) siguen siendo determinantes importantes de las interacciones sociales promovidas por el neoliberalismo globalizante (Garduño, 2003: 26).
La comparación entre el tipo de distorsiones analíticas que dos generaciones diferentes de antropólogos que trabajan el mismo territorio están propensas a desarrollar, puede ayudar a formar una comprensión crítica de la relación epistemológica entre los métodos, teorías y los contextos sociales/nacionales. El punto clave aquí no son las diferencias entre las perspectivas, sino lo contrario: las distorsiones metodológicas que ambas tienden a perpetuar. Por ello, más allá de una actitud de autoexpiación con respecto a las insuficiencias antropológicas propias y ajenas, el descubrimiento temprano de los peligros de ambos tipos de distorsiones –el nacionalismo y el transnacionalismo metodológico– fue asumido como un punto de inflexión: nos impulsó a conformar un nuevo proyecto de investigación.
La aventura metodológica
Estas primeras revisiones alimentaron la formulación de tres preocupaciones críticas. La primera se vinculaba al imperativo de producir datos empíricos sobre la migración femenina peruana en otras regiones de Chile (que no eran Santiago). Queríamos contar con subsidios empíricos a través de los cuales pudiéramos indagar cuán generalizables nacionalmente eran las constataciones enunciadas por los estudios de caso ejecutados en la capital. La segunda se refería a la necesidad de pensar la frontera, las migraciones y la circularidad territorial del norte de Chile desde claves analíticas y metodológicas antropológicas. La tercera se relacionaba al interés por tensionar los imaginarios de naturalización de las identidades de “los chilenos” y sus “otros” (internos y externos).
Estas tres preocupaciones fueron los impulsos iniciales del proyecto: todo el diseño temático, mostral y metodológico de la propuesta fue armado para atender a estos imperativos. Debido a la invisibilidad del norte del país en los estudios sobre las migrantes peruanas, y pensando en cuestionar los imaginarios sobre las alteridades internas en el espacio nacional chileno, decidimos que la forma óptima para materializar nuestras preocupaciones en el diseño metodológico sería a través de una comparación sistemática. Esto con el objeto específico de contrastar la migración femenina peruana en este territorio y en el centro del país. Aquí comenzaron nuestros problemas metodológicos más entretenidos, aquellos que dan cuenta de que ni toda la buena voluntad destituye la ingenuidad analítica con la que nos adentramos al campo de estudios.
Como discute Mauss (1979: 158-162), los estudios comparados implican un proceso analítico previo, a partir del cual se delinean los fenómenos que se van a comparar y se establecen, además, las regularidades que hacen de ellos comparables en términos etnológicos. Relaciones, procesos sociales, escenas y cosas no son comparables en sí mismos. Su comparabilidad no deviene, entonces, de unas condiciones inherentes, sino y, sobre todo, de la construcción conceptual que es operacionalizada por los investigadores (Cardoso de Oliveira, 1963: 43). Obviamente, este ejercicio de construcción de regularidades comparativas no descansa en el vacío; se relaciona fuertemente con las construcciones teóricas disponibles, y también con una dimensión empírica de lo que es (o por lo menos debiera ser) ineludible. En síntesis, la construcción de los factores y elementos comparables en un estudio de caso se operacionaliza como un recorte analítico previo, y dialoga dialécticamente con la teoría y con las realidades sociales que se pretenden estudiar.
Sin establecer estas regularidades de antemano, el investigador corre el riesgo de lanzarse a la infructuosa comparación entre cosas incomparables, “entre peras y manzanas”, para aludir a un dicho muy popular en gran parte de Latinoamérica. De nuestra parte, y apoyados en las revisiones previas, ya habíamos objetivado “al norte” y “al centro” del país como los primeros recortes comparables, presuponiendo que estas áreas constituían loci más o menos concisos, y con una influencia histórica y contextual específica en la formación del Estado-nación chileno.
Establecimos también que Santiago sería nuestra referencia, porque efectivamente ya disponíamos de una importante producción científica sobre la migración femenina peruana en aquella localidad. No era nuestra intención repetir investigaciones en/de la capital chilena, en todo caso (aunque a esto nos obligaron, más tarde, las recomendaciones de los revisores del proyecto en la agencia estatal de fomento científico que lo financió). La idea era producir datos en otras regiones y contrastarlos con los hallazgos de las tantas investigaciones ya realizadas en Santiago.
Estas opciones conformaron y limitaron nuestra comparación en varios aspectos. Santiago es la principal metrópolis de Chile: esto nos hizo suponer que, para dotar nuestra comparación de una regularidad fiable, las demás áreas de investigación debieran ser ciudades. Esta decisión tenía cierta lógica, pero no dejaba de basarse en una categorización que, más que curiosa, puede incluso ser ficticia: la noción de que diferentes espacios urbanos pueden ser comparables por el hecho de que constituyen (o que nos gustaría definirlos como) una ciudad. Solo nos percatamos de cuán poco fiable es esta regularidad analítica cuando, en terreno, dimos cuenta que una de las ciudades de muestra –Arica, conforme aclararemos en el Capítulo IV– constituía una continuidad rural-urbana; y que la migración, y la vida entera en ella, era incomprensible si descartábamos de nuestro mapa cognitivo su faceta rural12. Pensamos, sobre las diferencias entre ciudades, que lo mejor sería elegir aquellas que son capitales regionales, porque el dotarse de esta condición las hacía compartir una regularidad comparativa más: concentrar los servicios públicos e inversiones estatales de la región en la que se localizan13.
Ahora bien, tendríamos entonces que definir cuántas ciudades estudiar. Nos parecía más factible abarcar una ciudad del “norte” y una del “centro” del país. La etnografía es una herramienta de investigación que requiere la presencia del investigador por períodos importantes, y esto limita la escala de lo que se puede investigar en los tres años máximos que dura un proyecto financiable14. Al mismo tiempo, había un dilema sobre la representatividad que nos preocupaba: ¿puede una sola ciudad ser aclaradora de lo que pasa en el norte o en el centro del país? Nos parecía que responder a esta pregunta con un “sí” nos haría incurrir en distorsiones metodológicas análogas al “santiaguismo”. La comparación entre norte y centro demandaba que realizáramos trabajo de campo en por lo menos dos ciudades de cada una de estas áreas, pensamos.
Seleccionamos, entonces, cuatro ciudades de muestra: Arica e Iquique, capitales de dos regiones nortinas (Arica y Parinacota y Tarapacá, respectivamente); y Santiago y Valparaíso, capitales de dos regiones céntricas chilenas (Región Metropolitana y de Valparaíso). Nuestra hipótesis inicial conjeturaba que las ciudades del norte configurarían escenarios de la migración femenina similares entre sí, influenciados por la condición fronteriza (con Perú y Bolivia) de las regiones donde se localizan. Las ciudades del centro del país presentarían, a su vez, otra realidad, condicionada por el papel de Santiago y Valparaíso en el centralismo político nacional.
Profundizando en nuestro “sinceramiento”, habría que reconocer que este recorte espacial nos produjo “vértigo antropológico”. Nos preocupaba, por un lado, su megalomanía en términos de distancia y las consecuencias logísticas que de ello derivaban. Arica, la ciudad más al norte, y Valparaíso, la que está más al sur en nuestro recorte, están separadas por unos 2.100 kilómetros por carretera y por el desierto de Atacama (que no por casualidad, pudimos comprobar, es considerado el más seco del planeta). Por otro lado, debido a nuestra revisión sobre estudios precedentes, éramos conscientes de la necesidad de historizar la comprensión de estas ciudades en cuanto contextos receptores de la migración; y también de jugar con las dimensiones macro y micro sociales de los fenómenos que moldean y que derivan de la migración femenina peruana. Esto demandaba recabar conocimientos históricos, demográficos y jurídicos para cada una de estas localidades: nos estábamos proponiendo un trabajo demasiado abarcador y no estábamos muy seguros sobre cómo hacerlo desde la etnografía. Empezamos, entonces, nuestras búsquedas por inspiraciones metodológicas que nos permitieran hacer